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miércoles, julio 30, 2025
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Israel Ruelas Ocampo honra la memoria de su abuela

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El pasado sábado 10 de mayo, mientras en miles de hogares se celebraba el Día de las Madres, poco antes de las seis de la tarde, el joven Israel Ruelas Ocampo, de 30 años de edad, ingresó al panteón municipal de Xalisco para visitar la tumba de su abuela Tiburcia, quien falleció en el año 2021 a causa de las secuelas que le dejó el COVID-19.

Israel recordó con cariño que su abuela lo cuidó desde que era un niño: “Crecí al lado de ella, era como mi madre. Por eso la sigo extrañando”, aseveró con voz entrecortada.

Comentó también que doña Tiburcia solía inventarse enfermedades con tal de ir al hospital, buscando quizás atención o compañía. Pero una vez que los médicos la examinaban, informaban a la familia que en realidad no padecía nada grave: “Una vez nos dijo que se sentía muy mal y que necesitaba ir con urgencia al hospital, pero después del chequeo, los doctores nos dijeron que sólo tenía gripa, le recetaron paracetamol y la mandaron a casa”, relató Israel.

Con evidente nostalgia, Israel compartió que fue su abuela quien lo crió, quien le preparaba los alimentos, lo vestía para ir a la escuela y lo esperaba por las tardes para comer juntos:” Yo crecí con mi abuela, entre ella y yo siempre hubo mucha comunicación y muchas muestras de cariño por eso la llegué a ver como una madre”.

El joven entrevistado recordó con dolor, el último día que vio con vida a su abuela: “Fue en el año 2021, no recuerdo a la fecha, pero mi abuela Tiburcia comenzó a tener dificultades para respirar, pensamos que era uno de sus achaques, pero cuando la llevamos al hospital, quedó internada y nunca más la volvimos a ver con vida. Por eso, hoy, 10 de mayo, vengo a visitarla. Su muerte me dejó muy triste”, aseveró.

Tras compartir sus palabras, Israel se despidió de quien esto escribe y apoyado en un bastón metálico, comenzó a caminar por los angostos pasillos del panteón municipal de Xalisco, Nayarit, entre sus manos llevaba un modesto arreglo floral. A lo lejos, lo vimos detenerse frente a una tumba; colocó las flores con delicadeza y, en voz alta, comenzó a hablarle con ternura a la mujer que lo cuidó desde pequeño. El reloj marcaba las seis de la tarde con treinta y cinco minutos, faltaba poco para que cerraran las puertas del panteón… En silencio nos retiramos.

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