Se supone que el VAR iba a reducir el margen de error de los árbitros en el futbol mexicano.
Pero la excelente herramienta sigue siendo mal utilizada.
Siete árbitros -cuatro en la cancha y tres en la cabina del VAR- no fueron suficientes para ratificar la tarjeta roja que originalmente había visto el portero Carlos Moreno del Pachuca, por dar un violento caballazo al delantero americanista Henry Martín.
Ayer en Monterrey, el mismo número de encargados del arbitraje fueron incapaces de observar un claro empujón de Purata sobre Badaloni, y un golpe de Ibáñez al portero Unsain, a pesar de contar con inmejorables recursos tecnológicos y un surtido de repeticiones a distintas velocidades.
El gol con el que los Tigres avanzaron a semifinales tuvo que haber sido invalidado, pues en la acción no hubo únicamente una falta, sino dos.
Cada semana, el arbitraje nos sorprende con un nuevo error garrafal. Su capacidad para acumular pifias es inagotable.
Esto quiere decir que a la falta de una correcta instrucción y autoridad, hay que añadir la inadecuada utilización del VAR.
Nuevamente, el árbitro Marco Antonio Ortiz estuvo en el centro de la polémica. Es de los pocos silbantes con mando, personalidad y correcta aplicación de las reglas, pero ni él se libró ayer del oprobio.
El VAR, lejos de salvar a los árbitros del humano error en la cancha, está resultando contraproducente, porque ni ayuda, ni rectifica, ni corrige, ni aclara situaciones dudosas.
Más allá del tópico arbitral, el Necaxa dejó una excelente sensación por su juego ofensivo, su cohesión y la buena dirección técnica de ese capaz entrenador que es Nicolás Larcamón.
También agrada el desempeño de su paisano Antonio Mohamed, que al clasificar al Toluca a semifinales, aseguró su continuidad con la institución choricera por lo menos un año más.
El Turco cuenta con el aporte invaluable de Alexis Vega, que dio cátedra frente al Monterrey y se afianza como seguro seleccionado nacional rumbo al Mundial del año que viene.
