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jueves, julio 31, 2025
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Mejor que el silencio | El camino del docente

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Dicen que enseñar es aprender dos veces, pero hay quienes parecen haber nacido para enseñar. No lo hacen por afán de protagonismo, sino por un profundo amor al conocimiento y al acto de compartirlo. Son personas que no guardan lo que saben como un tesoro encerrado, sino que lo ofrecen con generosidad, como quien enciende una luz en medio de la oscuridad.

No temen a la ignorancia, ni la desprecian ni la juzgan, porque comprenden que todos, de alguna manera, estamos aprendiendo a ser. Saben que cada ser humano es un universo en construcción: un territorio único, complejo y sagrado. Para ellos, educar no es imponer caminos, sino acompañar el descubrimiento; es estar presentes mientras ese universo, poco a poco se despliega, encuentra su forma y avanza con libertad y dignidad hacia su propio horizonte.

¿Nos damos cuenta de que la profesión del maestro es la que da vida a todas las demás, sin importar cuál sea?

Con una vocación que resiste al paso del tiempo y a la indiferencia, más de 23,600 docentes sostienen el sistema educativo estatal de Nayarit. Están distribuidos en 3,493 centros escolares, donde atienden a más de 351,000 alumnos, estas cantidades dan promedio cercano a 14 estudiantes por maestro, pero la realidad es otra, rara vez se ajusta a las estadísticas, los hechos son distintos.

Basta con asomarse a cualquier escuela, sin importar el nivel educativo, para ver salones pequeños con más de 50 alumnos, que con el paso del tiempo se van vaciando por diversas razones. A mí, al menos, me tocó vivir muchas aulas así durante mi época de estudiante.

Hoy comprendo que la labor de los docentes, silenciosa y constante, es mucho más que un trabajo: es una forma de guiar a quienes serán los futuros profesionistas, aunque muchas veces no sea reconocida o se minimice.

Según los últimos reportes de la Secretaría de Educación Pública (SEP) para el ciclo escolar 2023–2024, la marginación educativa sigue siendo una herida abierta, particularmente en las zonas serranas del estado, donde el promedio de escolaridad apenas alcanza los seis años —es decir, la primaria—. Así lo señala la Dirección General de Planeación, Programación y Estadística Educativa (DGPPYEE-SEP).

En este contexto, ser maestro en Nayarit o en cualquier parte de México implica mucho más que impartir clases. Significa enfrentarse a la deserción escolar, a la escasez de materiales, a la lejanía de muchas comunidades, a la falta de infraestructura adecuada y, en ocasiones, a la desmotivación ya sea por el abandono institucional o el precario salario que cada vez menos alcanza o al sentimiento de no ser suficiente.

En lo alto de la sierra nayarita y en decenas de comunidades marginadas, donde los caminos se desdibujan entre cerros y barrancos y la señal telefónica es más un anhelo que una certeza, la educación resiste. Al comenzar el ciclo escolar, es posible ver a jóvenes con mochilas cargadas de sueños cruzando senderos intransitables, impulsados por la emoción de llegar a dar clases, dejando atrás tanto, sin esperar nada a cambio.

Son 518 los maestros que se internan en los rincones más remotos del estado para llevar educación primaria a más de 11 mil alumnos. Una hazaña admirable, muchas veces lograda sin materiales, sin condiciones, y con el único recurso de su voluntad.

Tras la primaria, la continuidad educativa se vuelve incierta. En esas zonas, la telesecundaria suele ser la única alternativa. Pero tampoco es fácil. Sólo 871 docentes asumen este desafío. Como sus colegas de nivel primaria, recorren veredas polvorientas, cruzan ríos o caminan kilómetros —con o sin transporte público— para llegar a escuelas que, en muchos casos, apenas se mantienen en pie.

Y aun así, enseñan. Enseñan con pasión, muchas veces arriesgando su integridad, enfrentando el olvido, la precariedad y el abandono. Cuando regresan a la ciudad, ya no son los mismos: dejan una parte de su alma en la sierra, con sus alumnos, con las comunidades que los acogieron y los hicieron suyos.

En los niveles medio superior (con 4,986 docentes) y superior (4,803 docentes), los retos cambian, pero no desaparecen. Desde la pandemia, el aula se ha vuelto también virtual, y con ello han surgido nuevas necesidades: técnicas, emocionales, formativas. La capacitación docente es constante, pero las tasas de abandono escolar siguen siendo preocupantes: 11.2% en media superior y 7.5% en educación superior, de acuerdo con el Atlas Estatal de la DGPPYEE-SEP.

Y aún hay otro frente: la educación especial. En Nayarit, apenas 641 docentes especializados atienden a más de 12 mil alumnos con discapacidades o dificultades de aprendizaje. Enseñan desde la empatía, la paciencia y una formación que, muchas veces, no cuenta con el respaldo ni los recursos que merece.

Frente a esta realidad compleja y, muchas veces, invisibilizada, la vocación se convierte en un verdadero acto de fe. A pesar de las largas jornadas de planeación, del trabajo que continúa más allá del aula, del desgaste emocional constante y del frágil equilibrio entre la vida profesional y personal —porque, mientras ayudan a los hijos de otros, a menudo deben postergar a los propios; he escuchado los reclamos de hijos de amigos míos—, los maestros siguen ahí. Firmes. Resistiendo. Porque su compromiso va más allá del deber: es un acto de amor, de entrega, de profunda convicción.

Y todo esto no lo digo para canonizarlos, sino por admiración. Porque muchos maestros me han acompañado a lo largo de mi vida y han forjado al periodista y a la persona que hoy soy. Como el profe Raúl Alvarado Vázquez, que supo ver mis miedos y me dio confianza para seguir adelante. Lo hizo con un par de zapatos nuevos que, más allá de resolver un problema material, me devolvieron la dignidad y me ayudaron a ganar el primer lugar en el Concurso de Lectura de Calidad.

O el profe Ricardo Téllez Barragán, que me abrió las puertas al mundo del periodismo. Y muchos otros que no me alcanzarían las páginas para nombrar. Porque me enseñaron que la verdadera educación no está sólo en los libros, sino en esos pequeños actos de humanidad que nos dan la fuerza para continuar.

Hoy, cuando pienso en todo lo que los docentes hacen, pienso en esos maestros que han marcado mi camino —en el aula y en la vida—, y en cuántos más, en Nayarit y en todo México, dan mucho más que conocimiento, ofrecen confianza, esperanza y la certeza de que otro futuro es posible. Porque al final, todos somos alumnos de alguien que creyó en nosotros cuando ni siquiera nosotros lo hacíamos. ¿Cuántos futuros habrían quedado en silencio, si un maestro no hubiera decidido hablar?

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