Semblanza Meridiano | Jorge Enrique González
Aparecerá en la boleta como candidata a magistrada del nuevo Tribunal de Disciplina Judicial. Tiene 36 años, nació en Monterrey, pero su voz y sus ojos son tepiqueños. De familia militar, su madre es nayarita y sus abuelos, de Villa Juárez.
María Elisa Vera Madrigal no es nayarita, pero como si lo fuera, excepto su acento. En esta elección inédita que sacude al Poder Judicial de México, se presenta con un currículum que la posiciona alto en la escala académica, del esfuerzo y del tesón y resultados en el Poder Judicial.
No es una figura mediática ni pertenece a una estructura partidista. Es abogada por la Escuela Libre de Derecho y egresada del programa de derecho en la Universidad de Michigan. Está certificada como abogada en Texas y se le ofreció trabajo como defensora pública en la frontera sur de Estados Unidos, donde dice haber entendido “lo que significa enfrentarse a la justicia sin abogado, sin idioma, sin recursos y sin red”.
Desde joven combinó el estudio con el trabajo. Ingresó a la Escuela Libre con expectativas modestas, pensando que su nombre implicaba un sistema menos rígido. “Creí que era un formato abierto, asimilé ‘libre’ con ‘flexible’”, dice. Se encontró con un entorno que describe como competitivo, exigente y marcado por el clasismo. “Los hijos de políticos y gente poderosa no nos hablaban a los demás”, recuerda. Aun así, resistió. Fue una de las pocas mujeres que no reprobó en primer año y terminó la carrera con buen desempeño.
A la par de sus estudios, trabajó en notarías y despachos de derecho civil, mercantil y derechos humanos. En el último año ingresó al Poder Judicial de la Federación como oficial judicial. “Ahí comenzó mi formación profesional real”, dice. Pero su vocación iba más allá de la carrera judicial tradicional. Quería estudiar en el extranjero y litigar ante instancias internacionales.
Consiguió una beca, estudió en Michigan y, tras aprobar el examen de la Barra de Texas, fue contratada por Texas RioGrande Legal Aid. “Defendía a personas que no podían pagar un abogado. La mayoría eran mexicanos detenidos por delitos menores. Muchos ni siquiera entendían por qué estaban ahí”. Esa experiencia la marcó. “Siempre me impactó el caso Avena, cuando se condenó a mexicanos a la pena de muerte sin haber recibido asistencia consular. Lo tuve presente todos los días en esa etapa”, señala.
Al terminar su periodo en Texas, regresó a México. Planeaba fundar una organización similar, pero fue invitada a trabajar en una sociedad civil especializada en defensa penal contra la corrupción y la violencia de género. Desde ahí, se involucró en investigaciones sensibles y, más tarde, fue convocada para dirigir una unidad especial de atención a denuncias en su propia alma mater.
“Fue uno de los trabajos más difíciles que he tenido. Investigar si las denuncias eran fundadas, hacerlo con justicia, sin revictimizar, pero tampoco sin caer en simulaciones, era un reto diario”. A partir de esos casos organizó actividades de reconstrucción comunitaria y comenzó a conectar los temas de corrupción con el enfoque de género. En uno de esos eventos académicos conoció a la fiscal María de la Luz Mijangos, quien la invitó a colaborar como directora jurídica en la Fiscalía Anticorrupción.
Desde hace más de tres años, coordina investigaciones federales en materia de corrupción. “Mi función es revisar el trabajo de los ministerios públicos, proponer líneas de acción, objetar cuando quieren cerrar una investigación sin sustento. No es un cargo decorativo”. Esa experiencia, asegura, la conecta directamente con el tipo de funciones que tendrá el Tribunal de Disciplina Judicial.
Postularse no fue una decisión inmediata. “Dudé mucho. Yo me formé en el Poder Judicial. Me parecía difícil participar en una reforma que muchos ven como un ataque a la institución. Pero mientras más lo pensaba, más me convencía de que si la reforma ya era una realidad, alguien con independencia debía estar ahí”.
Fue propuesta por el Senado, entrevistada públicamente, y su nombre salió en el sorteo oficial. “Estoy en la boleta verde turquesa, número 19. Me postulé porque creo que se pueden hacer bien las cosas desde ahí, sin deberle nada a nadie. Presenté mis declaraciones patrimonial, de intereses y fiscal. Creo en la transparencia como punto de partida”.
Las primeras seis semanas campaña la hizo sin licencia, en redes sociales y saliendo a territorio en su tiempo libre. Las últimas dos semanas de la contienda electoral solicitó vacaciones para, en un ejercicio austero, recorrer algunos estados de la república y escuchar las inquietudes de los ciudadanos que viven en el interior del país. Volanteó en universidades, habló con estudiantes, caminó calles. Visitó seis estados, entre ellos Nayarit. “En Tepic, estuve en Zitacua, en la Universidad Autónoma y en el centro de la ciudad.” Además, visitó Santiago Ixcuintla y Villa Juárez. “Ése era el pueblo de mis abuelos. No podía no ir”.
Sostiene que su generación debe ejercer el poder de otra forma. “Tenemos que cambiar esta idea de que los jueces son figuras intocables. En el Poder Judicial ha habido relaciones laborales jerárquicas, distantes. Es momento de ejercer liderazgo con respeto, no con miedo”.
Sus razones para buscar el cargo las resume en tres: trayectoria, independencia y convicción. “Creo que tengo una visión de 360 grados sobre el sistema. He sido parte del Poder Judicial, he trabajado en la sociedad civil, he litigado dentro y fuera del país. Conozco lo que no funciona, pero también sé lo que sí debemos defender”.
La suya no es una promesa simbólica. Es un compromiso técnico. “Supervisar, sancionar si es necesario, pero también construir. El Tribunal de Disciplina puede ser una oportunidad para reordenar con seriedad el sistema, si se toma en serio”, concluye.