Quien haya leído la obra de El fútbol a sol y sombra de Eduardo Galeano recordará la emotiva carta que envió el también escritor Osvaldo Soriano para que la incluyera en su libro. En ella se narra una mítica historia en que José Sanfilippo, un exfutbolista de San Lorenzo, recrea uno de sus goles más recordados al interior del supermercado que sucedió al estadio en el que vivió sus viejas glorias.
Esa historia cargada de nostalgia, me transportó a los tiempos del Estadio Nicolás Álvarez Ortega. Fue el primero al que asistí como hincha a principios de este milenio. Me remontó al sonar de los tambores y trompetas de la famosa Melolenga, del primer gol que vi marcar a los Coras, un tiro libre memorable, de la despedida de Missael Espinoza y el gol de Jorge Campos… e incluso de mi primer gaseada, cortesía de la policía, en un partido que se salió de control.
Desde que leí esa carta, siempre me he preguntado si leyendas del futbol nacional como Ramón Ramírez, Marcelino Bernal o incluso Javier Chicharito Hernández, tendrían la misma visión que Sanfilippo al pararse en la Ciudad de las Artes que terminó por erigirse en los escombros del Nicolás Álvarez Ortega.
El Estadio NAO, como también se le conoce, es un símbolo de una época dorada para el deporte local, sobre todo para quienes tenemos más de 30 años y vivimos ahí nuestras primeras experiencias con el futbol profesional. Hoy su vuelta a la vida entusiasma a algunos sectores de la sociedad, mientras que otros viven el duelo de decir adiós a un nuevo escenario de nostalgia que es demolido en este momento.
La Ciudad de las Artes fue un proyecto del exgobernador Ney González Sánchez que en su momento recuerdo fue ampliamente criticado por el derribo de la meca del deporte local. Recuerdo en mi infancia, que se rumoraba que el plan era construir un centro comercial en la zona, pero que al final fue un plan que no germinó y terminó por convertirse en este inmueble dedicado a la cultura.
Durante años, se acusó a la Ciudad de las Artes de ser un elefante blanco. Sin embargo, con el paso del tiempo, gracias a otras administraciones estatales y municipales, pero sobre todo a la ciudadanía comenzó a convertirse en un símbolo para tribus urbanas y quienes buscaban prepararse en el mundo del arte.
En los últimos días, he leído testimonios de diversas personas que alguna vez vivieron buenos momentos en este lugar. Enamorados de la música y el arte, del skate y de la convivencia. Mi propia experiencia me remonta a un concierto gratuito del grupo colombiano Monsieur Periné que disfruté al máximo, ya que apenas éramos unas 50 personas en el teatro al aire libre. Uno de los mejores conciertos que he visto en primera fila de una banda que meses después se presentó en los famosos Grammy.
Entiendo el luto que genera ver acaecido a ese teatro, de la misma manera que los skaters sufrirán por ver partir su amado parque. Quizá el mismo dolor que sufrieron aquellos que en 2009 vieron caer su catedral futbolera con todo y su famosa cachucha.
En el mundo del capital tardío, la nostalgia se ha convertido en una poderosa y lucrativa herramienta. Las industrias explotan la añoranza de quienes hoy tienen capacidad adquisitiva. Volver al pasado se ha vuelto un refugio frente a la inmediatez, la sobreinformación y la ansiedad del presente.
Sin embargo, como advierten algunos intelectuales como Frederic Jameson y Zygmunt Bauman, este anclaje con el pasado, puede ser peligroso, debido a las limitaciones que generan para imaginar los futuros posibles y por la manera en que el poder puede utilizarlo para manipular fácilmente a una sociedad pasiva.
La construcción de un nuevo estadio de futbol tiene más lógica de mercado que en su momento la Ciudad de las Artes. El Nicolás Álvarez Ortega, puede convertirse en nuevo símbolo que ayude a la administración estatal a generar capital no sólo económico, sino también político y cultural. Un proyecto que bien aplicado, puede brindar un nuevo impulso a una zona privilegiada de la ciudad, que se ha establecido como un punto de consumo para el ocio y el entretenimiento.
Pero que, a su vez, lastima a un grupo ciudadano que terminó por hacer suyo un espacio olvidado, por la falta de un proyecto cultural y social claro que permitiera su explotación incluso más allá de lo que dictaban los mercados.
EN DEFINITIVO… La nostalgia hoy confronta dos visiones de ciudad en Tepic. Por un lado, quienes añoran mantener en pie un espacio que ante la indiferencia gubernamental hicieron suyo. Por otro, aquellos que muestran una visión de progreso económico y entretenimiento masivo. La realidad es que mientras no existan proyectos bien definidos y de visión transexenal, seguiremos coleccionando elefantes blancos por toda la ciudad.