7.7 C
Tepic
viernes, agosto 1, 2025
InicioOpiniónLuces y sombras en todos los actores de las historias

Luces y sombras en todos los actores de las historias

Fecha:

spot_imgspot_img

Los héroes nacionales suelen ser despojados de sus sombras. Todos los personajes son despojados de sus matices como seres humanos, como sujetos hechos de virtudes y defectos. La historia patria coloca las luces de un lado y las sombras en el lado del “enemigo”: no existe el término medio. La historia nacional suele ser melodramática.

Suele decirse que no conocer la historia nos lleva a cometer los mismos errores. Si falseamos la historia haciendo santos y dioses a los personajes de carne y hueso de la historia, nos auto condenamos a desconocer la historia y a tragar pura hagiografía estilo grotesco, una religión absurda que no es ni divina ni humana. El culto a la personalidad es inútil y hasta nefasto, en la historia como en la vida cotidiana. Falsear la realidad solamente nos puede llevar por la vida como barco al garete.

La historia se debe construir con más elementos críticos. La crítica no es descalificación ni ataque. La historia, además, no es una historia sino muchas, según las ideas y visiones del resto del mundo. Es verdad que muchos de los elementos que se requieren para construir la historia han sido destruidos. Pero más daño se le hace a la construcción histórica ignorando conscientemente los hechos disponibles. La historia no requiere de ser concebida como una novela, y menos como un melodrama en la que los personajes solamente tienen permitido ser buenos o malos, pero no personajes en el esplendor de sus contradicciones.

La biografía Jean Paul Marat, del partido de los Cordeleros, más allá del jacobinismo, resulta del mayor interés cuando abordamos los temas históricos. Es una biografía que luego evoluciona hasta convertirse en hagiografía. Las luces y las sombras desaparecen de hombres de carne y hueso, para dar lugar a invenciones religiosas que luego se convierten en etéreas figuras mitológicas. Así es como la historia deriva en extrañas religiones.

Marat es un personaje destacado de la Revolución Francesa que como poseído elabora listas negras de los “enemigos” de la Revolución y de igual forma promovió vastas series de ‘acuchillamientos’ y muere, paradójicamente, apuñalado a manos de una girondina. Lo interesante de su caso es que tras su muerte, muchos de sus seguidores fundaron prácticamente una religión teniendo su figura como centro de sus creencias. En París, durante algún tiempo, su imagen reemplazaba la de Jesucristo en los templos. Convertido en icono, inspiró versos, manifestaciones plásticas, discursos incendiarios y encendidos y cavilaciones profundas de índole religiosa. Más adelante fue tirado de los pedestales y paso de la cima a la sima. Esa es la historia de la historia.

Así ha ocurrido en las historias oficiales. No solamente en el caso de la Revolución de Independencia de México y en la Revolución social del 10-17, sino en otras regiones y en otros momentos. Eso lo vimos durante el largo periodo del socialismo real en la ex URSS teniendo como figura central de la ‘religión soviética’, el Mausoleo a Lenin y su cuerpo preservado artificialmente. No se diga del caso de Stalin, quien no solamente impuso el culto a la personalidad sino que persiguió allende las fronteras a sus “enemigos”.

Ocurre en el caso de las figuras de la Revolución Mexicana pero también lo vemos en la actualidad, aquí y en otras partes. La historia, en la medida que se adjetiviza, deja de ser objetiva y convierte en santos o en demonios a sus protagonistas. Se deja para mejores tiempos la historia de los hombres de carne y hueso, e incluso se tiende a descontextualizar cada hecho histórico. Esa es la lógica de la historia oficial: la de los buenos y los malos, la de los ‘traidores’ y la de los ‘patriotas’. La furia de los testigos malquerientes también enceguece y osc[U1] urece la historia.

Los personajes de la historia oficial tienden a ser lavados de sus sombras y se les ponderan sus luces. El problema que deriva de ese criterio de reconstrucción histórica, es que al resto de los protagonistas se les demoniza implacablemente. De esa manera inicia el proceso de beatificación de santos laicos y se lanza al “basurero” de la historia a quienes no caben en las explicaciones convenientes. De esa manera se construye una religión laica en lugar de una historia que nos hable de los personajes como son, de carne y hueso, con virtudes y defectos.

En los últimos años se han empezado a publicar libros que parecen iconoclastas porque tienden a romper con la religiosidad imperante en la historia oficial, una historia oficial que para nadie realmente lo es. De esa manera nos encontramos con las debilidades de don Miguel Hidalgo que no actuó a tiempo para frenar los excesos de las turbas levantadas contra sus opresores. De igual forma nos encontramos con la falsificación de documentos a la que recurrió don José María Teclo Morelos Pérez y Pavón y no se diga, con sus debilidades de la carne que podrían haber llevado al fracaso al movimiento independentista que promovió.

De Juárez igualmente se suelen privilegiar sus luces y se diluyen las sombras en su entorno. Se deja en el olvido el contenido del Plan de Tuxtepec y el de La Noria, firmados por Porfirio Díaz, contra el Benemérito primero y luego contra Lerdo de Tejada, ambos inspirados por el afán reeleccionista de los dos primeros. Al respecto, vale recordar las palabras de Ireneo Paz al respecto cuando sostiene que “Juárez, convirtió las urnas del pueblo en depósitos de inmundicias. De esta manera el pueblo comenzó a sentirse oprimido, echándose ya de menos algunas complacencias que había solido tener el Imperio de Maximiliano…” Afán que luego deja en el olvido el prócer de la defensa nacional durante la invasión francesa, don Porfirio y que deja de lado el pensamiento liberal del mismo Maximiliano.

Es por eso que la historia beatifica o demoniza a sus figuras principales. Muchas de ellas cargan con la condena de la memoria en el sentido más absoluto. Un caso que no ha sido entendido porque unos lo satanizan y otros lo santifican es el de Manuel Lozada. La verdad es que esa figura de nuestra historia es de tanto valor como las demás, que son de carne y hueso, con virtudes y defectos, de luces y sombras.

A Lozada lo han acusado (en el lenguaje del simplismo reduccionista) de “traidor” por sus relaciones con extranjeros y se aplican los criterios que Lenin criticó en los socialchovinistas, que en este caso se nos presentan como una especie de liberalchovinistas. En ese sentido, habría que declarar igualmente traidor a Miguel Hidalgo, que el 13 de diciembre de 1810 hizo embajador plenipotenciario a Pascasio Ortiz de Letona ante los Estados Unidos “dándoos todo nuestro poder y facultad en la más amplia forma que se requiere y sea necesaria, para que por Nos y representando nuestras propias personas y conforme a las instrucciones que os tenemos comunicadas, podáis tratar, ajustar y arreglar una alianza ofensiva y defensiva”, ¿será?


 [U1]

Más artículos