No está documentado que hace dos siglos Tepic sonriera. Al menos no tanto como ahora lo hace. Pero de que se inundaba no cabe duda. Llovía a cántaros y las corrientes destruían lo que encontraban a su paso. Por eso tuvieron que invocar la protección celestial, juntos el poder civil y el religioso.

Este domingo, Tepic revivió una de sus tradiciones más antiguas: la fiesta jurada en honor a Nuestra Señora de los Dolores como patrona de los temporales. Con misa matutina, festival cultural, kermés, peregrinación vespertina desde la glorieta de la Hermana Agua hasta la Catedral y el encendido de un vistoso castillo, se conmemoraron 230 años del juramento que hiciera el Cabildo de Tepic en 1795.
La devoción nació como respuesta a los desastres naturales que azotaban a la ciudad en tiempos del virreinato. Inundaciones, tormentas y muertes por rayos eran frecuentes en la región durante los meses de mayo y junio. Ante ello, las autoridades civiles y religiosas del entonces pueblo de Tepic decidieron encomendarse a la Virgen de los Dolores, según consta en actas del Archivo Histórico Municipal.
El historiador Pedro López González (Xalisco, 1944), quien rescató el documento y lo publicó en uno de sus más de 100 libros de temas locales, detalla que fue el 19 de junio de 1795 cuando se firmó el juramento. En ese entonces, el subdelegado era don Agustín Rivas, el presidente municipal, don Antonio Esteban de Lascano, y el párroco, don Felipe de Liñán y Mejía. Se comprometieron a celebrar la festividad cada segundo domingo de junio, justo antes del inicio de la temporada más crítica de lluvias.
La tradición de jurar patronazgos no era extraña en la Nueva España. López González recuerda que era costumbre en las ciudades coloniales recurrir a santos o vírgenes como intercesores frente a calamidades. “Esto se heredó desde España; lo hacían con participación de la élite civil. Aquí, en Tepic, se siguió el mismo modelo”, comenta.
La imagen actual de la Virgen de los Dolores está envuelta en una leyenda. Se dice que llegó a mediados del siglo XVIII dentro de una caja, transportada por una mula que cayó exhausta frente a la antigua casa cural, en lo que hoy es la zapatería Tres Hermanos, junto a la Catedral. La mula murió, y al abrir la caja, el cura bachiller Francisco Javier de Ocampo encontró la escultura, considerada desde entonces milagrosa.
Antes de esa escultura, ya existía en la parroquia una pintura en lámina de cobre de la Virgen, traída desde la Ciudad de México por don Manuel Caravantes en 1714. Pero fue la escultura del siglo XVIII la que capturó la devoción popular, al grado de volverse figura central en el altar mayor y objeto de veneración colectiva.

Durante el siglo XIX, el festejo adquirió un carácter cívico-religioso. El Cabildo municipal designaba un síndico para recolectar limosnas en la comunidad, con el fin de organizar la fiesta. Entre los más activos estuvo don Manuel Maldonado Híjar, quien repetidamente asumió la encomienda de recorrer el pueblo para conseguir donativos. La gente contribuía con lo que podía; las familias pudientes, en cambio, ofrecían dinero y joyas.
El esplendor de la celebración se mantuvo hasta la llegada de las leyes de Reforma. Durante ese periodo, la festividad fue interrumpida, aunque se reanudó a finales del siglo XIX. Al poeta Amado Nervo, nacido en Tepic en 1870, le tocó vivir estas fiestas. En uno de sus poemas, recuerda cómo las mujeres de la alta sociedad cubrían con joyas el manto de la Virgen para rendirle homenaje.
Otro pasaje curioso es el encargo de tres vestidos bordados en oro, plata y perlas, que fueron confeccionados por religiosas en Filipinas por encargo del señor Antonio Santa María. Los vestidos fueron retenidos durante tres años en el puerto de San Blas debido a que no se había pagado el impuesto correspondiente, hasta que finalmente fueron liberados.
La fiesta jurada sobrevivió a múltiples etapas de tensión entre Iglesia y Estado, incluidas las persecuciones durante la guerra cristera. En cada época, encontró una forma de adaptación o resistencia. Hoy, es un evento litúrgico y una celebración de la identidad local, que involucra barrios, familias y comunidades religiosas.
Este año, los fieles se reunieron nuevamente para mantener viva la promesa hecha hace más de dos siglos. Entre monaguidos vestidos de azul, curas, el obispo, danzantes de diversas colonias, la Dolorosa fue llevada en hombros, como es costumbre, desde La Loma a la Catedral, donde se ofició una misa solemne. A las afueras, los fieles convivieron en una kermés mientras se realizaban actividades culturales para todas las edades.
El cierre de la jornada estuvo marcado por el encendido de un castillo en el cruce de la calle Amado Nervo y Zacatecas, que iluminó el cielo de Tepic entre la emoción de los asistentes. Entre luces, rezos y música, la ciudad volvió a renovar su fe en una tradición que ha resistido siglos.
La fiesta jurada de la Virgen de los Dolores es uno de los pocos vínculos documentados que unen a la administración municipal con la devoción popular en la historia de la ciudad. En tiempos de cambio climático y vulnerabilidad urbana, el símbolo se resignifica: la patrona de los temporales sigue siendo invocada para que la tormenta pase sin destruir.
Habrá que aclarar que ahora no se hicieron presentes ni el síndico ni la alcaldesa. Tal vez se hayan resignado a que las tormentas golpearán de nuevo a esta sonriente ciudad.