7.7 C
Tepic
viernes, agosto 1, 2025
InicioOpiniónVolantín | Trump, el dólar débil y el juego del poder económico

Volantín | Trump, el dólar débil y el juego del poder económico

Fecha:

spot_imgspot_img

A fecha de este 20 de junio de 2025, y en pleno arranque de su segundo mandato presidencial, Donald J. Trump vuelve a ocupar los reflectores mundiales no sólo por sus políticas en materia migratoria o por su retórica nacionalista exacerbada, sino por la singular manera en que ha comenzado a influir —directa o indirectamente— en los mercados financieros globales. Uno de los fenómenos más significativos y, a la vez, inquietantes de las últimas semanas ha sido la caída del dólar estadounidense a sus niveles más bajos en tres años.

Este debilitamiento del billete verde no puede explicarse únicamente por las dinámicas normales del mercado. Hay señales que apuntan hacia una estrategia calculada desde la Casa Blanca, donde Trump, maestro del oportunismo político y económico, podría estar jugando una partida de ajedrez monetario con fines no necesariamente ortodoxos, pero sí profundamente pragmáticos desde su visión de “hacer a América grande de nuevo”.

A primera vista, puede parecer contradictorio que un mandatario que enarbola con vehemencia el nacionalismo económico y la supremacía estadounidense quiera debilitar su propia moneda. Sin embargo, en el complejo tablero del comercio internacional, un dólar menos robusto puede ofrecer ventajas tácticas, especialmente en tiempos de desaceleración industrial y pérdida de competitividad.

Un dólar débil, como bien saben los economistas más avezados, reduce el precio de los productos estadounidenses en el exterior, fomentando las exportaciones y, con ello, estimulando la producción interna. Esta medida es particularmente útil para una administración que busca reactivar sectores estratégicos como la manufactura, la industria automotriz y la agroindustria, donde Trump ha prometido —como en su primer mandato— devolver empleos a los trabajadores estadounidenses de clase media que lo respaldaron en las urnas.

Pero detrás de esa aparente lógica económica, hay otros intereses más sutiles y acaso más preocupantes: la manipulación intencionada del valor del dólar puede convertirse en un arma de negociación geopolítica, una ficha para presionar a socios comerciales, y una táctica para obligar a la Reserva Federal a adoptar políticas monetarias más laxas, con reducciones de tasas de interés que estimulen el crédito y el consumo interno.

No obstante, el debilitamiento del dólar no está exento de riesgos. En un mundo globalizado donde el dólar sigue siendo la principal moneda de reserva, su depreciación prolongada genera desconfianza en los mercados, incrementa el costo de las importaciones —particularmente de insumos tecnológicos y energéticos— y puede alimentar presiones inflacionarias que afecten de manera directa a los ciudadanos estadounidenses, especialmente a los de menores ingresos.

Además, una moneda más débil encarece el servicio de la deuda externa —tanto pública como privada— en dólares, una situación que puede desestabilizar a países en desarrollo y, paradójicamente, impactar negativamente a aliados geopolíticos de Estados Unidos. De ahí que muchos analistas se pregunten si Trump está dispuesto a asumir estos costos como parte de un juego mayor que le permita consolidar su narrativa de confrontación con China, Europa o cualquier actor que perciba como amenaza a la hegemonía estadounidense.

En esta coyuntura, no puede soslayarse la presión creciente que Trump ha ejercido sobre la Reserva Federal (Fed), a la que ha acusado reiteradamente de actuar con lentitud y de frenar la recuperación económica con políticas monetarias restrictivas. Aunque la Fed es, en teoría, un organismo independiente, la historia reciente nos demuestra que bajo el gobierno de Trump esa línea se ha tornado cada vez más difusa.

La actual caída del dólar podría ser también una respuesta indirecta del mercado ante la expectativa de que la Fed, eventualmente, ceda ante las presiones políticas y baje nuevamente las tasas de interés, sacrificando la lucha contra la inflación en aras de estimular el crecimiento económico a corto plazo.

Esto coloca a Estados Unidos en un dilema de fondo: ¿puede una economía tan influyente darse el lujo de manipular su moneda sin pagar un alto precio en términos de credibilidad financiera y estabilidad global? ¿Hasta qué punto el mundo tolerará una política monetaria dictada por los impulsos de un presidente que ve el poder económico como una prolongación de su voluntad política?

Para América Latina —y en particular para México— el debilitamiento del dólar tiene efectos ambivalentes. Por un lado, podría facilitar el pago de deudas externas denominadas en esa moneda, y podría hacer más competitivas las exportaciones mexicanas en dólares frente a productos estadounidenses. Sin embargo, también podría generar una apreciación artificial del peso mexicano que perjudique a ciertos sectores exportadores, además de incrementar los precios de productos importados clave para la economía nacional.

A esto se suma la incertidumbre política que genera un segundo mandato de Trump, en el que se prevé una política exterior aún más errática, proteccionista y agresiva. México, como vecino inmediato, debe prepararse para escenarios económicos diversos y fortalecer su resiliencia interna. Es imperativo mantener una política cambiaria estable, reforzar las reservas internacionales y diversificar mercados de exportación para evitar depender excesivamente del flujo comercial y financiero con Estados Unidos.

El debilitamiento del dólar no es un accidente ni un mero reflejo de factores coyunturales. Es, en buena medida, una jugada deliberada de una administración que entiende el poder de la moneda como herramienta geopolítica. Trump, fiel a su estilo, parece dispuesto a trastocar las reglas tradicionales del juego económico para adaptarlas a su conveniencia, aun si ello implica tensar las cuerdas de la estabilidad financiera global.

A fin de cuentas, un dólar débil no sólo es una cuestión de tipos de cambio: es un síntoma del momento político que vive Estados Unidos, un país profundamente polarizado, dirigido por un líder que no teme desafiar los consensos históricos y que sigue apostando por el cortoplacismo populista como fórmula para perpetuar su narrativa de poder.

Como observadores atentos de la escena internacional, debemos entender que en la economía global actual, cada movimiento de la moneda estadounidense tiene repercusiones que trascienden fronteras. Y mientras Trump continúe utilizando el dólar como herramienta política, los países que conformamos el entorno hemisférico debemos estar alerta, fortalecer nuestras economías internas y mantener la cordura ante un escenario cada vez más volátil.

Opinión.salcosga23@gmail.com

@salvadorcosio1

Más artículos