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jueves, julio 31, 2025
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El convento, la sierra y el hombre que recuerda

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La sala de Pedro López González (Xalisco, 1943) no tiene nada de moderna. Ni televisión de pantalla grande, ni sillones reclinables, ni cuadros decorativos de tiendas departamentales. Lo que hay ahí son vitrinas de madera, porcelanas traídas por la Nao de China, pinturas religiosas de los siglos XVIII y XIX, esculturas con valor museístico. Es un espacio que recuerda más al despacho de un cura antiguo, a la antesala de un obispo ilustrado, o al gabinete privado de un coleccionista que ha hecho del patrimonio su vocación.

Pedro vive en Xalisco, justo en la casa que fue hospital de indios hacia 1546, anexo al convento franciscano fundado seis años antes. Ahí, en esa misma manzana de historia que ahora habita un historiador, comparte datos y anécdotas que, de otro modo, estarían sepultadas en los archivos o, peor aún, olvidadas.

“Se llamaba Mixtepec. Así se conocía la sierra antes de que le cambiaran el nombre”, dice mientras señala el cerro simbólico del Valle de Matatipac. Mixtepec quiere decir “cerro cubierto de nubes o de algodón”. El cambio ocurrió en 1540, cuando Cristóbal de Oñate, entonces teniente gobernador de la Nueva Galicia, promovió la fundación del convento franciscano y decidió que tanto el cerro como la sierra llevaran el nombre de San Juan. “Fue una sustitución simbólica: del cerro indígena al cerro cristiano”, apunta Pedro, sin necesidad de consultar notas.

No es un dato menor. En tiempos donde cada nombre contaba para imponer un orden, bautizar la sierra significaba mucho más que un cambio administrativo. Era una afirmación religiosa, política y territorial. Mixtepec era parte del mundo indígena; San Juan, del novohispano.

El convento fue erigido bajo la tutela de los franciscanos, que entonces avanzaban por la Nueva Galicia con más velocidad que las autoridades civiles. “La Real Audiencia de México autorizó su fundación en 1540. Fue uno de los conventos más al norte de la provincia franciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán”, explica Pedro, rodeado de reliquias que actúan como testigos de la charla: una Purísima Concepción,  un Sagrado Corazón, una Virgen Durmiente, un Niño Dios desnudo, una pintura de Tepic del siglo XIX.

El primer guardián del convento fue fray Bernardo de Olmos, acompañado por fray Francisco de Pastrana. Pero el impulso mayor vino de fray Martín de Jesús de la Coruña, uno de los doce primeros misioneros que llegaron. Fue él quien pidió que el nuevo convento se dedicara a San Juan Bautista.

“Era un santo que los franciscanos veneraban mucho. Por su vida de penitencia, por su humildad. Un eremita, como lo fueron muchos frailes en la Edad Media”, dice Pedro. Y por eso, en Xalisco, el 24 de junio, día de San Juan, fue durante siglos una fecha de fiesta y baños rituales. “La gente se bañaba, se cortaba el pelo, hacían carreras de caballos. Todavía me tocó ver cómo enterraban pollos vivos en el llano donde hoy está el estadio de la escuela técnica, y los jinetes tenían que recogerlos a toda velocidad”.

Pero la devoción fue diluyéndose. El convento desapareció y la parroquia quedó en manos del clero secular. Con el tiempo, San Juan Bautista fue reemplazado por San Cayetano, un santo menos cercano a la gente. “San Cayetano no tiene fiesta. Apenas le hacen una misa. San Juan sí tenía devotos. Tenía comunidad, tenía memoria”, comenta Pedro.

Hoy, en la cabecera de Xalisco, el 24 de junio pasa inadvertido. Sólo algunos barrios o comunidades indígenas recuerdan el nombre de San Juan. En Pantanal, por ejemplo, hasta hace poco se mantenía la tradición del baño ritual, que recordaba el bautismo de Cristo en el río Jordán. “Pero ya no sé si aún lo hacen”, duda Pedro.

Hay estudios que documentan esas fiestas. Uno está incluido en un libro del Colegio de México, La herencia medieval de México, que recopila las costumbres heredadas de los primeros evangelizadores. Pero la mayoría de la información, la que no está en los libros, vive en la voz de personas como Pedro.

A sus casi 82 años, Pedro López González ha publicado 102 libros sobre historia local, arte religioso y patrimonio. Tiene una habitación repleta de volúmenes, pero su biblioteca más extensa, la más importante del estado sobre historia regional, se encuentra en otra casa que adquirió para organizar sus libros. Ahí, entre estanterías densas, guarda ediciones raras, documentos originales y cientos de carpetas con investigaciones que ha acumulado durante más de medio siglo.

Vive rodeado de piezas únicas: una pintura anónima de Tepic de 1860; una imagen de la Virgen fechada en 1747, atribuida a Zepeda, el mismo autor cuyas obras se conservan en la Catedral de Puebla; y una réplica de la escultura del Niño Cautivo, el que se venera en la Catedral Metropolitana de México. También posee una de las colecciones de porcelana china más valiosas del país en manos privadas. Piezas de la Compañía de Indias, traídas por la ruta San Blas-Manila-Acapulco. Algunas tienen más de 300 años. Otras llegaron a su sala como macetas compradas por unos pocos pesos en mercados de pulgas. Las ha reunido durante décadas, con paciencia de arqueólogo y sensibilidad de curador.

“No las quiero vender a cualquiera. Me han ofrecido comprarlas, pero yo quiero que se queden en Nayarit”, dice. Sabe que las instituciones culturales no siempre están listas para recibir ese legado. Pero insiste. “Una sala, una sola sala bastaría”.

Mientras tanto, las conserva y las muestra con la misma emoción con la que habla del convento de San Juan o del nombre original de la sierra. Porque para Pedro, la historia no es sólo pasado. Es lo que se dice, se recuerda y se respeta. Y el 24 de junio no es un día cualquiera: es el aniversario de un cambio que marcó el mapa espiritual y simbólico de este lugar.

En Xalisco, la Sierra de San Juan sigue ahí. Para Tepic sigue siendo su guardián. Pero su nombre, su fiesta y su origen sobreviven en la voz de un hombre que, entre porcelanas, esculturas y memorias, sigue contándola como si el tiempo no pasara.

Nos despedimos y me repite, como siempre, su sueño de que el gobierno o la Universidad adquieran su biblioteca de 20 mil volúmenes para que no llegue a mercaderes del libro que la dispersen en otros lugares del país.

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