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viernes, agosto 1, 2025
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Volantín | ¿El fin de la guerra o solo una pausa calculada?

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La noticia que ha recorrido el mundo en las últimas horas —la declaración conjunta de cese de hostilidades entre Irán e Israel— ha sido recibida con una mezcla de escepticismo, esperanza y prudencia. No es para menos: después de meses de intensas confrontaciones, ataques directos, represalias cruzadas, y una creciente implicación de actores internacionales, lo que aparenta ser el fin de la guerra entre estas dos potencias regionales bien podría marcar un parteaguas en la historia contemporánea del Medio Oriente… o simplemente una pausa estratégica en un conflicto que, aunque silencie sus armas por ahora, sigue latente en sus causas estructurales.

Este presunto fin de la guerra —oficializado el 23 de junio de 2025 en Ginebra, con la mediación conjunta de Suiza, Rusia, China y, curiosamente, Qatar— no puede analizarse sin el contexto político y geoestratégico que lo rodea. La comunidad internacional, en particular Estados Unidos y las potencias europeas, presionaron con fuerza para contener una escalada que amenazaba con transformarse en un conflicto de proporciones globales. Por su parte, tanto Tel Aviv como Teherán enfrentan presiones internas severas: crisis económicas, fatiga social, divisiones políticas y, sobre todo, la imposibilidad de sostener por más tiempo un conflicto tan costoso en términos humanos y materiales.

Lo que comenzó como una cadena de ataques y represalias —con el bombardeo israelí sobre instalaciones militares iraníes en Siria y el asalto directo de Irán con misiles de largo alcance contra posiciones israelíes— derivó en uno de los enfrentamientos más agresivos entre ambos países en las últimas décadas. A diferencia de escaramuzas anteriores, esta vez hubo ataques directos sobre centros urbanos, infraestructuras energéticas, refinerías, puertos y bases militares, con miles de víctimas y millones de desplazados. Irán activó su red de milicias en Irak, Siria, Líbano y Yemen, mientras que Israel intensificó su colaboración con Estados Unidos y reforzó sus escudos antimisiles con tecnología de inteligencia artificial.

Pero también fue una guerra digital y económica: ciberataques a instalaciones nucleares, bloqueos financieros, boicots al comercio de crudo y sabotajes logísticos marcaron un conflicto multidimensional que alteró los mercados globales, disparó los precios del petróleo y llevó al límite a las diplomacias regionales. El mundo contuvo el aliento al ver misiles cruzar el cielo de Tel Aviv y drones suicidas impactar en Isfahán, mientras el Consejo de Seguridad de la ONU apenas alcanzaba consensos simbólicos.

¿Por qué entonces el repliegue ahora? Más allá de la presión internacional, hay factores internos poderosos. Israel, en plena transición política tras la caída del gabinete de emergencia encabezado por Benjamin Gantz, no puede sostener por más tiempo un frente abierto con Irán mientras Hamás se reactiva en Gaza y Hezbolá continúa operando al norte. El país enfrenta escasez de suministros, saturación hospitalaria y una creciente polarización social que ha llevado a protestas masivas por parte de la población civil, harta de vivir en estado de guerra permanente.

Irán, por su parte, se ve asfixiado por sanciones, aislado en varios frentes diplomáticos y bajo un clima de tensión interna que amenaza con reactivarse en protestas populares como las de 2022. El régimen de los ayatolás sabe que una guerra prolongada, con la economía colapsada y las fronteras agitadas, solo fortalecería a la oposición y debilitaría la narrativa de resistencia que ha sostenido por décadas. Es por eso que, sin reconocer derrota alguna, el régimen se ha sumado a la tregua, planteándola como un triunfo táctico frente a “la coalición occidental-sionista”.

Aunque se ha firmado un alto al fuego y ambas naciones se han comprometido a desactivar gradualmente sus operaciones ofensivas, sería ingenuo creer que este es el final del conflicto. La historia reciente nos enseña que este tipo de acuerdos suelen ser papel mojado si no están acompañados de compromisos verificables, mecanismos internacionales de supervisión, y sobre todo, un abordaje profundo de las causas estructurales del conflicto: el programa nuclear iraní, la influencia regional de Teherán, la ocupación de territorios palestinos por parte de Israel, y la rivalidad religiosa entre sunitas y chiitas, instrumentalizada por las potencias.

Hay elementos para sospechar que estamos más ante una tregua conveniente que ante un acuerdo de paz duradero. Por ejemplo, no hay compromiso explícito de Israel de frenar su política de asentamientos en Cisjordania ni de Irán para reducir su enriquecimiento de uranio. Los grupos armados aliados de ambos países —como Hezbolá o la Yihad Islámica Palestina— tampoco han sido incluidos en las negociaciones, lo que deja un flanco abierto para futuras provocaciones o acciones fuera de control que fácilmente podrían reactivar las hostilidades.

El supuesto fin de la guerra entre Irán e Israel también tiene implicaciones relevantes para el mundo. Por un lado, ha generado un alivio momentáneo en los mercados energéticos: el precio del petróleo, que había superado los 130 dólares por barril, comenzó a descender, estabilizando las monedas de economías emergentes y frenando una inflación global que amenazaba con provocar una recesión mundial. Por otro, Estados Unidos ha aprovechado la coyuntura para reposicionar su liderazgo diplomático, a pesar de las críticas internas a la forma errática con que la administración de Donald Trump ha manejado este conflicto.

En Latinoamérica, México ha mantenido una posición prudente, pero debe prepararse para enfrentar el impacto en el tipo de cambio, el comercio exterior y las remesas. El peso, que se depreció durante el clímax de los bombardeos, comenzó a recuperar terreno, aunque la volatilidad persiste. Y no debe descartarse el incremento de presiones migratorias indirectas debido al desplazamiento de comunidades en Medio Oriente y Asia Central.

A la luz de este panorama, es necesario evitar el triunfalismo. La paz verdadera solo se construye con justicia, diálogo y voluntad política. Mientras los actores sigan atrapados en el juego de las amenazas mutuas, los armamentos ultratecnológicos y las agendas ideológicas, cualquier cese al fuego será, en el mejor de los casos, un respiro temporal.

Israel e Irán han demostrado que pueden destruirse mutuamente, pero también que ninguno saldrá indemne de un conflicto total. La pregunta que queda en el aire no es si la guerra terminó, sino cuánto tiempo durará esta pausa, y si habrá voluntad real para transformar el paradigma de confrontación por uno de convivencia estratégica.

La comunidad internacional, incluyendo organismos como la ONU, la Liga Árabe y la Unión Europea, debe asumir un rol más activo. No basta con mediar para que se apaguen las llamas; es indispensable diseñar un marco de seguridad regional que contemple los legítimos intereses de todas las partes, que desactive las fuentes del odio y que brinde garantías multilaterales.

Por ahora, celebremos la tregua con cautela. No como una victoria, sino como una oportunidad para evitar más muertes y buscar una salida diplomática, con visión de largo plazo.

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