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miércoles, julio 30, 2025
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Siete años… Nueve meses…

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En distintas ocasiones, al inicio de mis colaboraciones, he recurrido a la expresión kierkegaardiana “con temor y temblor” [referencia a una de las obras más famosas del pensador religioso ―como tal se autoconcebía― danés Sören Kierkegaard] para subrayar el carácter de las “palabras” por venir…

Esta vez, en cambio, al volver a escribir sobre el estado que guarda la Nación después de no hacerlo por un buen tiempo, lo hago con una importante dosis de resistencia y de acedia [para no escribir pereza o flojera] que surge del reconocimiento de que, en medio de la división bipolar del discurso que se ha acentuado en nuestro país en los años recientes, todo lo que sea posible catalogar en uno de los dos polos considerados como contradictorios y, por ello mismo, excluyentes, corre el riesgo de ser aceptado o rechazada de manera impulsivo-instintiva y de inmediato sin que se dé algún tipo de mediación crítico-reflexiva…

Y, sin embargo, con todo y esa importante dosis de resistencia y acedia, dedicaré estas “palabras” al estado que ―desde una perspectiva que, obviamente, es una entre muchas posibles―, guarda la Nación Mexicana a siete años de distancia del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y a nueve meses de la toma de posesión de Claudia Sheinbaum Pardo como primera Presidenta de México, teniendo como marco de referencia la “Política de la Liberación” de Enrique Dussel y, más específicamente, las tres constelaciones [Arquitectónica, Política crítico-deconstructiva y Política crítico-constructiva] en que divide los procesos de liberación en el campo político, así como los tres componentes claves del campo político: principios, instituciones y acciones estratégicas.

Sin temor a equivocarme, con apoyo en textos de “tirios y troyanos”, me atrevo a afirmar que en nuestro país, en estos siete años que nos separan del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la elección presidencial del 1 de julio de 2018 y de los nueve meses que nos separan de la toma de posesión de Claudia Sheinbaum Pardo como Presidenta [con “A”] hemos sido testigos de un cambio de régimen que deconstruyó principios, instituciones y acciones estratégicas para construir uno con principios, instituciones y acciones estratégicas distintas.

En el ámbito de los principios que subyacen en las instituciones y las acciones estratégicas, se pueden mencionar ―sin pretensión alguna de ser exhaustivos― el principio de prioridad del poder político sobre el poder económico [del Estado sobre el mercado], el principio de la prioridad de los pobres expresada en la frase “por el bien de todos, primero los pobres”, el principio “no robar, no mentir y no traicionar”, el principio de prioridad de la lealtad sobre la capacidad y, en el ámbito de la seguridad, el principio de prioridad de la atención a las causas bajo el lema “abrazos, no balazos”. Sin mayor dificultad, a partir de estos principios, se pueden detectar los principios sobre los cuales estaba construida la arquitectónica previa: prioridad del poder económico, de los ricos, robos, mentiras, traiciones habituales…

A nivel institucional, entre los procesos de deconstrucción más significativos, esta la desaparición de organismos autónomos y la colonización de aquellos que se han conservado y, entre los procesos de construcción es preciso mencionar la centralización del poder en el titular del Poder Ejecutivo Federal y la consiguiente subordinación del Poder Legislativo y de los gobernadores; la reciente colonización del Poder Judicial, el empoderamiento de las Fuerzas Armadas y de los medios oficiales de comunicación [el Cuarto Poder]…

Entre las acciones estratégicas relevantes, a su vez, se puede mencionar, en la constelación deconstructiva, la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, la extinción del Seguro Popular, la derogación de la Reforma Educativa y de la Reforma Energética de Enrique Peña Nieto, la cancelación del combate frontal al crimen organizado. Y, en la constelación constructiva, la inversión en el sur del país con tres de los grandes proyectos del sexenio: el Tren Maya, el Tren interoceánico y la refinería de Dos Bocas, la asignación a las Fuerzas Armadas de múltiples actividades ajenas a sus atribuciones ordinarias, el apoyo económico directo a diversos sectores de la sociedad, el aumento del salario mínimo y el combate al “outsourcing”…

Como se puede apreciar, al menos desde la perspectiva asumida en estas “palabras” la mayor parte de los principios, instituciones y acciones realizadas a lo largo de los siete años y de los nueve meses más recientes, tienen a quien fuera bautizado como “El Mesías Tropical” ―denominación que viene a mí ahora porque Enrique Dussel considera [inspirado en Walter Benjamin] la constelación crítico-deconstructiva como etapa mesiánica―, mientras que, salvo el caso del cambio de estrategia en materia de seguridad, la labor de la presidenta Sheinbaum ha consistido, principalmente, en concluir el proceso de deconstrucción de todo aquello que signifique restricción al poder soberano del titular del Poder Ejecutivo, salvo aquello que ―desde las cámaras o desde el partido― represente los intereses del creador de este Proyecto de Nación.

Es verdad, apenas a nueve meses de distancia del cambio de poderes, las acciones desplegadas en materia de seguridad, los datos duros relacionados con la marcha de la economía, con los pilares del desarrollo en materia de energía, de salud y de educación y con el deterioro ambiental [reconocido incluso a nivel oficial en relación con el Tren Maya] muestran el lado oscuro del sexenio anterior y algunos de los retos para la presente administración y las siguientes.

Como se ha venido señalando en diversos medios, a nueve meses de gestión la presidenta Sheinbaum sigue teniendo como retos ineludibles, los temas de la inseguridad y la violencia, de las finanzas públicas, de la salud y la educación, así como del poder real que le permita tomar decisiones que, más allá del discurso, beneficien y empoderen a las mayorías de nuestro país y que exigen ya deconstrucciones críticas en los temas antes mencionados y en muchos más, a lo que sin duda alguna podrían contribuir dos puntos clave de la “Política de la Liberación” dusseliana: la distinción entre la “potentia” [la soberanía originaria que reside en el pueblo] y la “potestas” [la soberanía delegada en las instituciones política] y el concepto de fetichización siempre presente en todo régimen político, es decir, el riesgo de considerarse algo absoluto y, consiguientemente, cerrarse a quienes piensan y son diferentes, a la autocrítica y a identificar la “potencia” y la “potestas”, es decir a la identidad fetichista entre el pueblo [soberano originario] y el Estado [soberano delegado].

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