Un lunes cualquiera de 1895, el barrio de Acayapan vivió un episodio digno de sainete. Así lo documentó el semanario El Tepiqueño el 4 de mayo de aquel año, cuando la rutina de las lavanderas en el manantial conocido como El Sacristán fue interrumpida por un personaje tan común como escandaloso: un borrachín con más vino que juicio.
Poseído (según los cronistas) por Baco, el dios del vino y del relajo, este personaje se presentó como tormenta sobre el jabón. Con piedras en mano, paso errático y amenazas entre dientes, hizo correr a las mujeres del lavadero, mujeres de manos curtidas, espalda firme y lengua afilada.

Todo parecía perdido, hasta que, como en las mejores historias, emergió un héroe inesperado. A lomos de un caballo más cansado que valiente, intentó lazar al agresor con una soguilla… pero la prudencia (o el miedo) fue más fuerte, y decidió mejor avisar “a los de la macana”.
Corrió entonces, como quien lleva el último chisme del barrio:
¡Trae piedras el borracho!, avisó al policía.
Y como si le hubieran anunciado una lluvia de plomo, el agente respondió con entereza:
¡Entonces voy a buscar un compañero!
Y se peló. Sin decir adiós, sin voltear, sin honra.
Las lavanderas, esas cronistas involuntarias del acontecer popular, soltaron entonces la frase que lo resumió todo: “Lo que les faltó a las torrejas… le faltó a ese polizón.” Una joya verbal que, traducida al castellano sin adornos, sería: “Le faltaron huevos.”
Esa tarde no sólo se lavó ropa en El Sacristán. Se enjuagaron también el miedo, el honor, la valentía (o su ausencia) y se colgó al sol una anécdota que, hasta hoy, sigue sacando sonrisas.
Porque cada barrio tiene su eco, su piedra, su borrachín… y su héroe con soguilla. ¿Y tú? ¿Qué historia se cuenta en el “lavadero” de tu colonia? La memoria del barrio se alimenta de relatos como este.
Nota: El Sacristán, ubicado en el barrio de Acayapan fue construido por oficiales del 27 Batallón, según registra el semanario El Tepiqueño un 27 de abril de 1895.