En una escena que nos remonta a los capítulos más ríspidos del comercio internacional en el siglo XX, la Unión Europea ha lanzado una advertencia contundente a Washington: de imponerse un arancel del 30% a los productos europeos, el comercio transatlántico podría quedar virtualmente aniquilado. “Un arancel del 30 %, o cualquier cifra superior… tiene más o menos el mismo efecto. En la práctica, prohíbe el comercio”, sentenció con gravedad Maroš Šefčovič, comisario europeo de Comercio.
Y aunque la amenaza aún no se convierte en decreto, el simple hecho de que Estados Unidos, bajo el gobierno del presidente Donald Trump, baraje esta posibilidad, confirma que el nacionalismo económico y el proteccionismo extremo han vuelto a instalarse como política oficial en la primera economía del mundo.
Desde luego, el mensaje va más allá de las fronteras de Europa. No es solo el Viejo Continente el que debe prepararse para un eventual escalamiento de tensiones comerciales. El golpe más severo —por cercanía, por volumen de intercambio y por dependencia mutua— podría ser para México.
La advertencia europea es, en efecto, un termómetro que nos permite anticipar el rumbo que Trump quiere imponerle al comercio global: uno dominado por las amenazas arancelarias, las represalias unilaterales y la presión como instrumento de negociación. Y si eso se le aplica a la Unión Europea, que representa un bloque robusto, equilibrado y con una posición sólida en la balanza comercial, ¿qué queda para México?
Donald Trump ha utilizado los aranceles no como medida económica —menos aún como instrumento de desarrollo o de incentivo a la producción nacional— sino como arma política. Durante su primer mandato, lo hizo con China, lo ensayó con Canadá y con la misma Unión Europea, y por supuesto, también lo aplicó contra México en 2019, cuando amenazó con imponer aranceles si nuestro país no frenaba la migración hacia el norte.
La historia no miente: el magnate neoyorquino, convertido nuevamente en presidente desde enero de este año, sigue jugando a la diplomacia comercial con dinamita en las manos. La idea de imponer un arancel de 30% a todos los productos europeos es una declaración de guerra económica, que no sólo afectaría a los países del bloque, sino que podría detonar represalias cruzadas, caídas en el comercio mundial y un efecto dominó que ponga en riesgo los equilibrios económicos ya de por sí frágiles tras la pandemia, los conflictos armados y la inflación desbordada de los últimos años.
El caso europeo no es menor. Estados Unidos importó de la Unión Europea bienes por más de 500 mil millones de dólares en 2024, según cifras del Departamento de Comercio. Un arancel de 30% encarecería de inmediato automóviles, maquinaria, productos farmacéuticos, vinos y artículos de lujo. Y la respuesta europea no tardaría: ya se ha insinuado la posibilidad de medidas espejo contra bienes estadounidenses, lo que desataría una espiral de confrontación con costos imprevisibles para los consumidores de ambos lados del Atlántico.
Si esta amenaza llega a consumarse, México no puede —ni debe— asumir que la tormenta pasará de largo. Por el contrario, nuestro país debe leer entre líneas y prepararse para escenarios adversos. La administración Trump ya ha amagado con aranceles similares contra nosotros, bajo el pretexto del combate al narcotráfico y la migración. Apenas en junio, el mismo presidente habló de imponer un 30% de arancel a las importaciones mexicanas si no se frena el flujo de fentanilo. Es decir, lo que ahora parece ser un diferendo entre Washington y Bruselas, mañana puede ser el pretexto perfecto para presionar a México, chantajearlo políticamente y, de paso, reconfigurar el T-MEC a modo de la Casa Blanca.
El gobierno mexicano, encabezado por Claudia Sheinbaum, debe encarar con seriedad este nuevo contexto. La política de “buena vecindad” no será suficiente si la Casa Blanca decide jugar rudo. Se requiere una estrategia firme de defensa comercial, de coordinación con el sector privado, de inteligencia económica y de diplomacia activa para frenar, contener o al menos mitigar los embates que se avecinan.
La respuesta europea ha sido firme. El mensaje de Šefčovič no es improvisado. Va acompañado de acciones coordinadas, de reuniones ministeriales urgentes, de mensajes diplomáticos al más alto nivel y de preparación jurídica para responder ante la OMC si es necesario.
México debe actuar con la misma inteligencia y con la misma determinación. No podemos permitirnos una actitud pasiva o contemplativa. Es imperativo que la Secretaría de Economía, la Cancillería y los organismos empresariales actúen desde ahora, no cuando el daño ya esté hecho. Se deben activar canales diplomáticos multilaterales, explorar alianzas con otros países afectados y plantear una estrategia comercial de contingencia.
No hay margen para la improvisación. Con Trump al mando, cada declaración, cada amenaza y cada tuit puede transformarse en una orden ejecutiva al día siguiente. En ese entorno, la prevención es la mejor defensa.
Más allá del caso puntual de los aranceles a Europa, lo que está en juego es el orden económico mundial. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el sistema multilateral de comercio se ha sustentado en reglas claras, en instituciones como la OMC y en acuerdos de largo plazo. Trump, en cambio, apuesta por las decisiones unilaterales, la confrontación directa y el beneficio inmediato, sin importar el costo para los aliados, para los consumidores o incluso para la economía estadounidense.
El proteccionismo extremo no solo distorsiona el mercado, también erosiona la confianza. Si hoy se castiga a Europa, mañana se castigará a México, y pasado mañana a cualquier otro socio que no se alinee con la visión de Trump. En ese contexto, el mundo avanza peligrosamente hacia una economía fragmentada, donde las decisiones comerciales se rijan por el capricho político y no por la lógica económica.
México: ni complacencia ni sumisión
Hoy más que nunca, México necesita liderazgo. No basta con confiar en que el T-MEC nos protegerá. Ya hemos visto que ni los tratados comerciales más sólidos son inmunes a las embestidas de Trump. Se necesita una posición firme, técnica y política, que deje claro que México no es un peón en el tablero de nadie.
Debe ser una defensa digna, inteligente y sobre todo anticipada. Esperar a que el golpe llegue para reaccionar sería repetir los errores del pasado. Hoy que Europa suena la alarma, México debe escuchar y prepararse. Porque cuando el proteccionismo toca la puerta de uno, tarde o temprano llega a la casa de todos.