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La Historia También Es Noticia | Una tumba contra el olvido

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En 1910, un abogado estadounidense publicó la fotografía de la lápida de Manuel Lozada

Historia Meridiano | Jorge Enrique González

En 1910, el abogado y explorador neoyorquino Dillon Wallace publicó un libro poco común para la época: Beyond the Mexican Sierras, un testimonio de viaje por el entonces Territorio de Tepic que incluía una fotografía extraordinaria, y hasta ahora inhallable por otras vías: la tumba de Manuel Lozada. Es, hasta donde sabemos, la única imagen conocida de la lápida del caudillo, registrada por un extranjero que, aunque no dominaba del todo el español ni conocía a fondo la historia regional, tuvo el acierto de documentar lo que los propios cronistas mexicanos dejaron pasar.

Wallace no vino a Tepic motivado por la curiosidad histórica. Su encargo era prosaico, utilitario y característico del capitalismo de su país: debía explorar las posibilidades de inversión en ferrocarriles y minas, evaluar tierras cultivables y estudiar las condiciones sociales para el establecimiento de nuevas rutas comerciales entre el Pacífico mexicano y el interior del país. En otras palabras, vino a ver si había algo que valiera la pena comprar, conectar o explotar.

Pero entre vaqueros, cafetales y campanarios, el neoyorquino se encontró con una historia que fue de su interés: la figura de Manuel Lozada, El Tigre de Álica, seguía viva en la memoria popular. Wallace describe asombrado la escena: ancianos con sombrero en mano, guardando silencio frente a una tumba cubierta de flores. A su lado, una losa con el nombre de Lozada grabado sin permiso. “Los ojos de las autoridades se hacen ciegos ante lo que ocurre”, anota con una mezcla de respeto y desconcierto.

Más adelante escribe que el nombre de Lozada ha sido grabado “con audacia” en la lápida, y que las autoridades “prefieren no ver lo que sucede”. Añade que Lozada fue “el último hombre en luchar por la independencia del territorio y uno de los últimos en ofrecer resistencia armada a los gobiernos de Juárez, Lerdo y Díaz”. Dice también: “Manos amorosas habían colocado guirnaldas sobre su tumba, y más de un anciano que había llevado armas bajo el liderazgo del valiente viejo bandolero se detenía con la cabeza descubierta ante la tumba”. Y observa con asombro que “hay recuerdos que ningún edicto puede apagar, y a veces la opinión pública es tan fuerte que edictos y leyes se vuelven inoperantes”.

La descripción de Wallace es rica en detalles pero también cargada de errores: dice que Lozada fue fusilado en 1877, cuando la fecha real y documentada es el 19 de julio de 1873. Y afirma que luchó contra el gobierno de Díaz, cuando en realidad Lozada fue eliminado antes de que Porfirio tomara posesión de la Presidencia, que ocurrió por primera vez en noviembre de 1876.

También señala que el pago de un pequeño tributo a los agentes de Lozada durante sus siete años de dominio “garantizaba al viajero la protección de su vida y propiedad”, y relata que “en una de esas incursiones, la ciudad de Tepic fue atacada y se libró una batalla desesperada en la plaza. El Hotel de la Bola de Oro fue fortificado, y en su captura, el techo y las canaletas se llenaron de sangre”. Añade que “en muchas de sus incursiones a las ciudades más grandes, Lozada adquirió grandes cantidades de tesoros, que se suponía estaban escondidos cerca de la ciudad de Tepic, pero nunca fueron encontrados”.

A pesar de las imprecisiones, el testimonio de Wallace tiene valor. Fue el único que registró con fotografía la tumba y describió el culto popular a Lozada en los primeros años del siglo XX. Durante el régimen de Porfirio Díaz, la figura de Lozada fue deliberadamente marginada en la historia oficial y su memoria relegada en los espacios públicos. La historiadora Regina Lira Larios, en su artículo académico “La imagen inestable de Manuel Lozada: entre la historia política y la política de la historia” (2019), documenta cómo su figura fue sistemáticamente excluida del relato histórico oficial como parte de una estrategia de borramiento en la política de la memoria del porfiriato.

Quizás por eso la imagen de la tumba, opaca y sin inscripciones legibles, siga resultando tan poderosa: porque representa no sólo a un hombre, sino a la historia que el poder quiso borrar y que un forastero, por azar, conservó para la posteridad.

NOTA DEL AUTOR:

Para esta nota me he basado en la lectura directa en inglés de una versión digital del libro del abogado y viajero estadounidense. Mi conocimiento de ese idioma es francamente nulo. Pero con ayuda de algunos lectores auxiliares creo haber entendido al menos lo básico.

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