Don Eduardo García Hernández, un hombre de 72 años originario de Villa Hidalgo, municipio de Santiago Ixcuintla, Nayarit, comparte su cruda y honesta historia de vida, marcada por una relación inquebrantable con el alcohol desde su juventud. Para él, dejar de consumir alcohol no ha sido una tarea sencilla y, a pesar de los graves daños que provoca en el cuerpo y la mente, se muestra reacio a renunciar a las bebidas embriagantes.
Don Eduardo recuerda que fue a los 19 años cuando probó por primera vez una bebida alcohólica. El sabor no le agradó, pero el efecto fue, según sus palabras, extraordinario: “Como por arte de magia perdí la timidez y empecé a soñar que algún día sería un gran empresario”, relata.
Con el paso del tiempo, el alcohol comenzó a dominar su voluntad y pronto se volvió parte de su vida diaria, reemplazando incluso su interés por las relaciones personales: “Poco me interesaron las mujeres, no quería compromisos. Sólo quería tomar y tocar mi guitarra”, dice con orgullo, asegurando que es uno de los mejores guitarristas del estado.
Don Eduardo también asegura que el alcohol le ha abierto las puertas a experiencias sobrenaturales, pues afirma haber tenido encuentros psíquicos con seres ocultos que, según él, habitan en otra dimensión: “No estoy loco, sólo tengo un poder sensorial que me permite hablar con ellos. A veces me advierten de peligros, me salvan la vida. Pero otras veces me dicen cosas horribles… me dan órdenes que no quisiera escuchar”.
Aseveró que en varias ocasiones intentó dejar el alcohol y asistió a grupos de Alcohólicos Anónimos (AA), pero asegura que no funcionó. Alcohólicos Anónimos es una fraternidad internacional de hombres y mujeres que se unen para resolver su problema de alcoholismo, compartiendo su experiencia, fortaleza y esperanza a través de un programa de doce pasos. “Lo intenté varias veces, pero AA no era para mí, yo prefiero el charanda, tequila o tonayan”, expresó, refiriéndose a las bebidas alcohólicas destiladas como el charanda, un aguardiente de caña típico de Michoacán, el tequila, bebida nacional mexicana, y el tonayan, un licor de agave económico.
Al entrevistado se le puede encontrar a menudo entre el grupo conocido como el “escuadrón de la muerte”, un término coloquial para referirse a personas con un consumo problemático y crónico de alcohol, que se reúne a orillas del río Mololoa en Tepic, Nayarit. Ahí, don Eduardo dice sentirse libre, sin juicios ni reproches: “Es el único lugar donde puedo ser yo, aunque tengo que tener mucho cuidado, porque los seres ocultos también los visitan a ellos… y no siempre con buenas intenciones”.
Cuando se le preguntó si estaría dispuesto a internarse en un centro de rehabilitación, su respuesta fue clara, directa y contundente: “Tengo 72 años. ¿Cuántos más voy a vivir? ¿Cinco, seis, siete? Quiero vivirlos haciendo lo que me gusta, y lo que me gusta es tomar. ¿De qué sirve llegar a los 100 años de vida si voy a vivir sin lo que más amo? Es cierto que el alcohol daña el cuerpo, pero fortalece el alma y mi alma ya casi se desprende de su desgastado cuerpo”.