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viernes, agosto 1, 2025
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La literatura como fuente de radicales revoluciones

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El mundo de la literatura siempre ha servido como fuente de transformaciones radicales, por las buenas o por las malas. Desde la literatura es más posible entender la realidad, por eso existen las realidades surrealistas, kafkianas, dantescas, etc. La literatura transforma porque siempre busca el futuro. La ciencia siempre va tras la realidad, y la literatura, desde la ciencia, con la realidad de la mano, hace posible entender el futuro.

Alguna vez escuché a Octavio Paz durante una entrevista y en ella sostenía que Solyenitzin (el de “Archipiélago Gulag”) no era una amenaza para el gobierno de la URSS. Eran los tiempos de Leonidas Breznev. No obstante, lo dicho por el poeta de Mixcoac la URSS cayó abatida por numerosas razones, pero una de ellas, relacionada con la potencia de las letras. Las URSS misma fue un frustrado intento por convertirse en el paraíso de Marx o Lenin.

De esa forma no extraña que la vida de grandes pensadores siempre resulte insultante para las generaciones de su mismo tiempo. Es más sencillo aceptar y reconocer los exabruptos lanzados contra generaciones pasadas que los que se lanzan contra las generaciones presentes, aún cuando estas se encuentren cabalmente momificadas.

Por eso tampoco extraña que no se le haya dado la lectura que merece Louis-Ferdinand Céline. Las interpretaciones que se le han dado han provenido de la peor de las esferas, de la que se da en autodefinirse como “esfera política”. A este escritor se le ha dado una lectura política, no en la esfera que lo requiere, la literatura. Las farisaicas críticas desde la “política” contra Céline, solamente podríamos verlas como escena hipotética en la que Magdalena lapida a Jesús.

En 1932, a los 38 años, hace 93 años, publica su «Viaje al fin de la noche». Se trata de uno de los escritores que bien puede ser considerado, junto a los surrealistas, como el otro riel de esas vías de la literatura en transformación radical: Louis-Ferdinand Céline.

A Céline hay que leerlo sin pretensiones científicas. Se le debe leer con sentido del humor. No puede darse una lectura amargosa a sus palabras. Creo que “el viajero” nos da motivos de sobra para retorcernos de risa. Advierte a quienes se apropian de dinero o poder, de la desnudez en que se encuentran y sobre todo, confiesa su descarado conocimiento de esa realidad. La obra de Céline, es una advertencia: ¡a nadie engañan!.

Todos ellos se lanzan al mundo en busca de nuevas explicaciones, en busca de una renovación del lenguaje y de todo aquello que subyace como existencia aparte. En 2011, los abanderados de la democracia, en realidad una runfla de acuchilladores, se opusieron a la realización de actividades dirigidas a poner de relieve la obra de Céline. Fue un verdadero escándalo en esas fechas.

Existen innumerables casos que atrajeron la atención por el uso de un lenguaje renovado, despojado de hipocresías y que intentan describir una nueva realidad con una lingüística renovada. Cuando la realidad cambia, no hay razones para seguir llamando igual a lo que ha dejado de ser igual. Ahí están casos como los de dadaístas, surrealistas y de “tribus” literarias completas, como las que integraron los exponentes de la Generación Beat.

Comparto, con el mejor de los deseos algunas reflexiones planteadas por Céline en 1932, en su “Viaje…”. Algunos enunciados o términos tienen su traducción a otros términos y enunciados que se utilizan en nuestro lenguaje coloquial. Cada una de las citas a esa obra, provienen de una traducción española, por lo que no debe extrañar que se haga uso de ese tipo de expresiones, a pesar de que he hecho un irreverente esfuerzo por adaptar algunas locuciones.

1.- La gran derrota, en todo, es olvidar, y sobre todo lo que te ha matado, y morir sin comprender nunca hasta qué punto son hijoputas los hombres. Cuando estemos al borde del hoyo, no habrá que hacerse el listo, pero tampoco olvidar, habrá que contar todo sin cambiar una palabra, todas las cabronadas más increíbles que hayamos visto en los hombres y después hincar el pico y bajar. Es trabajo de sobra para toda una vida.

2.- En ese oficio de dejarse matar, no hay que ser exigente, hay que hacer como si la vida siguiera, eso es lo más duro, esa mentira.

3.- La locura de las matanzas ha de ser extraordinariamente imperiosa, ¡para que se pongan a perdonar el robo de una lata de conservas! ¿Qué digo, perdonar? ¡Olvidar! Desde luego, tenemos la costumbre de admirar todos los días a bandidos colosales, cuya opulencia venera con nosotros el mundo entero, pese a que su existencia resulta ser, si se la examina con un poco más de detalle, un largo crimen renovado todos los días, pero esa gente goza de gloria, honores y poder, sus crímenes están consagrados por las leyes, mientras que, por lejos que nos remontemos en la Historia -y ya sabe que a mí me pagan para conocerla-, todo nos demuestra que un hurto venial, y sobre todo de alimentos mezquinos, tales como mendrugos, jamón o queso, granjea sin falta a su autor el oprobio explícito, los rechazos categóricos de la comunidad, los castigos mayores, el deshonor automático y la vergüenza inexpiable, y eso por dos razones: en primer lugar porque el autor de esos delitos es, por lo general, un pobre y ese estado entraña en sí una indignidad capital y, en segundo lugar, porque el acto significa una especie de rechazo tácito hacia la comunidad. El robo del pobre se convierte en un malicioso desquite individual, ¿me comprende?…

4.- A continuación, como el sistema era excelente, se pusieron a fabricar héroes en serie y que cada vez costaban menos caros, gracias al perfeccionamiento del sistema.

5.- Para el pobre existen en este mundo dos grandes formas de morirse, por la indiferencia absoluta de sus semejantes en tiempo de paz o por la pasión homicida de los mismos llegada la guerra. Si se acuerdan de ti, al instante piensan en tu tortura, los otros, y en nada más. ¡Sólo les interesas chorreando sangre, a esos cabrones! Princhard había tenido más razón que un santo al respecto. Ante la inminencia del matadero, ya no especulas demasiado con las cosas del porvenir, sólo piensas en amar durante los días que te quedan, ya que es el único medio de olvidar el cuerpo un poco, olvidar que pronto te van a desollar de arriba abajo.

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