En el ajedrez político nacional, pocas piezas se mueven sin intención. La reciente designación de Pablo Gómez Álvarez como presidente del llamado Comité Técnico para la Reforma Electoral ha provocado un cúmulo de interpretaciones. Tras dejar la titularidad de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), el veterano político de izquierda aparece ahora en un terreno donde, más que administrar recursos o perseguir ilícitos, se pretende redefinir las reglas del juego democrático. Y no se trata de cualquier momento: ya con Claudia Sheinbaum al frente del ejecutivo federal desde hace varios meses, este cambio no sólo revela una estrategia de continuidad del lopezobradorismo, sino que podría representar el intento de cimentar desde ahora el andamiaje político del próximo sexenio… y acaso de varios más.
Vale entonces hacerse la pregunta fundamental: ¿quién es Pablo Gómez?
No es menor la cuestión, aunque para muchos su nombre suene a sinónimo de lucha social. Gómez es uno de los últimos sobrevivientes del movimiento estudiantil del 68 con vigencia política real. Preso en Lecumberri, luego legislador incansable, dirigente partidista, académico y férreo crítico del viejo régimen, su historia personal ha estado marcada por la coherencia ideológica. Durante décadas denunció al sistema desde dentro y desde fuera. Pero como ocurre con tantas figuras de izquierda que alcanzan el poder, su camino ha terminado por converger con el aparato que antaño combatía.
Su paso por la UIF fue más sobrio que escandaloso, pero no por ello menos significativo. Sustituyó a Santiago Nieto tras su intempestiva caída, en una oficina que desde el lopezobradorismo ha sido instrumental para golpear a adversarios y contener a aliados incómodos. Gómez, con su talante más técnico y menos mediático, intentó imprimir una lógica de legalidad al manejo de la información financiera, aunque nunca dejó de operar bajo las reglas políticas del régimen. Su salida de la UIF —sin estridencias pero sí con sorpresa— deja dudas sobre los motivos y, sobre todo, sobre lo que viene.
La UIF es, en el fondo, una caja negra. Contiene secretos, expedientes, informes e indicios que pueden determinar la suerte de figuras públicas y privadas. No es exagerado pensar que quien la dirige tiene en sus manos un mapa de los intereses económicos y políticos más sensibles del país. Sacar a Gómez de ahí, justo cuando el gobierno de Sheinbaum empieza a delinear su identidad, parece más que un simple relevo administrativo. La pregunta obvia es: ¿se le premia, se le protege o se le neutraliza?
Su nuevo encargo tampoco es decorativo. Presidir un comité técnico para la reforma electoral podría sonar burocrático, pero en este contexto adquiere un cariz estratégico. El gobierno de Sheinbaum ha prometido una transformación “profunda pero institucional”, y la reforma electoral está en el centro de esa narrativa. Aún resuena la intentona fallida de López Obrador por modificar de raíz al INE y a los tribunales electorales. Aquella reforma no prosperó del todo, pero dejó sembradas ideas y resentimientos.
Pablo Gómez, con su bagaje ideológico y su autoridad moral en la izquierda, puede ser el vehículo ideal para empujar una nueva versión de esa reforma. Una versión más técnica, menos abrupta, pero con el mismo objetivo de fondo: desmontar al INE como árbitro autónomo e imponer un modelo donde el poder tenga mayor injerencia en la organización electoral. No sería la primera vez que se intenta. Lo nuevo es la narrativa: no desde el encono del líder popular, sino desde la racionalidad del académico de izquierda.
No hay que engañarse: toda reforma electoral tiene una intención política. Nunca son cambios neutros. Modificar los mecanismos de representación, ajustar la estructura del árbitro, recortar recursos a los partidos o cambiar la forma de integrar los consejos electorales implica incidir directamente en el equilibrio del poder. Y si hoy Morena y sus aliados dominan las cámaras, el momento es propicio para una transformación que asegure su hegemonía a mediano plazo.
¿Es eso lo que hará Pablo Gómez? ¿Será él quien redacte las bases del nuevo sistema electoral que regirá la política mexicana durante los próximos años? Es posible. Tiene la capacidad, la experiencia y —según parece— la encomienda.
El problema no está en su persona, sino en la lógica que podría animar la reforma. México necesita ajustes en su modelo electoral, pero no bajo la lógica de la revancha ni del control autoritario. El INE puede ser perfectible, pero su autonomía debe preservarse. Si lo que busca el nuevo comité es recortar esa independencia, reducir la pluralidad o facilitar el dominio del partido mayoritario, entonces estaremos ante una regresión.
La paradoja de Pablo Gómez es que, habiendo dedicado su vida a la democratización del país, podría pasar a la historia como el artífice de su recentralización política. Nada le duele más a la izquierda auténtica que ver a uno de los suyos construir el edificio que alguna vez prometió demoler.
Por otro lado, no se puede descartar un escenario distinto. Tal vez Claudia Sheinbaum ve en Gómez a un garante de legalidad, un muro de contención frente a los excesos de los operadores más radicales del lopezobradorismo. Tal vez su presencia en el comité sea una señal de que el nuevo gobierno quiere cambios, sí, pero bajo parámetros técnicos, no pasionales. Si ese es el caso, habría que darle el beneficio de la duda.
Lo cierto es que la discusión ya comenzó. La reforma electoral será uno de los grandes temas del primer año de Sheinbaum, y Pablo Gómez está en el centro del tablero. Habrá que estar atentos a cada propuesta, a cada argumento, a cada intención velada. México no puede darse el lujo de retroceder en materia electoral. Mucho menos cuando ha costado tanto llegar al punto en que el voto cuenta y las instituciones funcionan, aunque no a la perfección.
Con Gómez al frente del comité, el debate tendrá densidad, pero también riesgos. Es un intelectual, sí, pero también un político. Y en esta coyuntura, los equilibrios son frágiles. Ojalá su legado no se nuble por las prisas del poder ni por la tentación de construir un nuevo sistema electoral a la medida del partido gobernante.
Como siempre, el tiempo dará la última palabra. Pero por ahora, toca vigilar de cerca. Porque en política, como en el ajedrez, los movimientos aparentemente laterales suelen esconder una jugada maestra.