Entre las preguntas que los seres humanos se han planteado, la pregunta ¿qué es el tiempo? se puede contar entre aquellas que no solo se ha planteado una y otra vez, sino también entre aquellas a las que se han dado un sinnúmero de respuestas, ninguna de las cuáles puede ser considerada definitiva, ni mucho menos total…
En ese contexto, una perspectiva interesante es la que distingue entre el tiempo cronológico ―en el que un día tiene 24 horas, una hora 60 minutos, o 3,600 segundos y, consiguientemente, no hay diferencias entre un día y otro, un segundo y otro― y el tiempo humano ―en el que hay años, días y hasta instantes que tienen una relevancia especial―…
Pues bien, aunque esta semana ―que, a lo cristiano comenzó el domingo 27 de julio y concluyó el sábado 02 de agosto― desde un punto de vista cronológico, no tiene diferencia significativa con la anterior, ni con la próxima… ni con ninguna otra…, en mi caso personal, ha sido una semana particularmente significativa porque en ella hubo dos días, de significación muy especial: el jueves 31 ―fiesta de San Ignacio de Loyola― que se cumplieron sesenta años del fallecimiento de mi papá y el sábado 02 de agosto, que se cumplieron siete, del fallecimiento de mi hermano Manuel…
Sin dejar de mencionar ese fallecimiento que dejó una huella profunda en mi ser y que tardó muchos años en sanar, quiero dedicar estas palabras a recordar a Manuel, en su vida y en su obra, exhortando a quienes le conocieron, le escucharon y le han leído, a unirse a mi acción de gracias por todo lo que nos dio a lo largo de sus 70 años de vida…
Lo primero, recuerdos de la vida cotidiana que vinieron a mi mente y a mi corazón en ese contexto…
Sus idas a la Secundaria Federal en bicicleta y en el Jeep del Ejército [¡!] a la Prepa en la Casa Fenelón…
Alguna extraña ocasión en que me acompañó a La Loma a jugar futbol con mi compañeros de la primaria [supongo que por “órdenes del general” como cuando me acompañaba a los partidos del Deportivo Tepic al Estadio]…
El día que, mientras comíamos, le comunicó a mi papá su decisión de entrar al Seminario y que mi papá se limitó a decirle que fuera a ver al Padre Mejía para ver qué le decía…
De ahí, me brinco a la convivencia frecuente que tuve ―casi siempre en compañía de Martha, Ana y Jorge―, los años que vivimos en México: visitas a su cuarto en la “Pontificia”; comidas y más comidas [en el restaurante del Hotel Sumiya en Cuernavaca, en el Chateaux de La Palma y, sobre todo en la Antigua Hacienda de Tlalpan…].
Ya, en Tepic, mis “sacristaneadas” vespertinas los domingos en el Sagrado Corazón y las cenas correspondientes con el recalentado del mediodía y discusiones sobre los más diversos temas…
Y, por supuesto ―a propósito de los días de particular densidad―, sus últimos días e instantes en el Royal Infirmary de Edimburgo…
Después, el recuento de lo que, en funciones de albacea, he venido decidiendo [siempre consultando a mi hermana Imelda], a partir de ese 02 de agosto…
La decisión de cremar su cuerpo [de alguna manera, en contra de su voluntad]; de hacer una misa de funeral en la Basílica de Guadalupe en atención a parientes y amigos que viven en la CDMX y en sus alrededores; de donar su amplia y amada biblioteca a la Universidad Pontificia de México; de cerrar su página electrónica y obtener un espacio en el portal de la Diócesis de Tepic para alojar los archivos que estaban en su página [y algo más] y, ya en esta coyuntura del séptimo aniversario de su pascua, el traslado de sus cenizas al espacio reservado para sacerdotes en las criptas de la Catedral de Tepic y la difusión de versiones digitales de las que he denominado su Opus magnum [su obra más importante], Historia de la Iglesia en México, desde la primera evangelización hasta nuestros díasy su Opus Intimiorum [su obra más personal], Servidor fiel. El cardenal Adolfo Suárez Rivera 1927-2008.
Sacerdote-historiador parece ser el difrasismo capaz de identificarle…
Un sacerdocio sui generis, ejercido desde la academia, como maestro, conferencista y escritor; desde la operación eclesiástico-diplomática; desde el ámbito del Arte Sacro y de los Bienes Culturales de la Iglesia y, en los últimos años de su vida, como pastor en la Parroquia de Jala, Nayarit y en la Rectoría de los Sagrados Corazones de Tepic…
¿El culmen de su vida?
Sin duda alguna, el periodo de las negociones que derivaron en la reforma constitucional del artículo 130 en el que fungió como operador principal por parte del Episcopado Mexicano…
¿Su mayor dolor?
Sin duda también, su resistencia ―desde la investigación histórica― a la canonización de San Diego por no haber evidencias documentales de su existencia…
Y, para concluir, tres citas testimoniales en relación con su persona y su obra…
Crítico siempre, Olimón tuvo un preclaro pensamiento que lo situó en los momentos más significativos de la historia. Lo mismo podía vérsele en recintos de políticos y legisladores como en tertulias y actos académicos, como erudito y profesor, sus auditorios eran generalmente impresionados por el bagaje de conocimientos y la agudeza en sus apreciaciones para develar los tramos de la historia prohibidos a legos y profanos. [Guillermo Gazanini, en Los principios del pensamiento del Padre Manuel Olimón Nolasco].
En un lenguaje ameno, con un rico sustento bibliográfico, ajustándose al método histórico al que siempre fue fiel, nos va narrando el trascurrir de la Iglesia Católica asentada, enraizada en México, dándonos paso a paso una información que refleja horas y horas transcurridas en bibliotecas, archivos públicos y privados, centros de documentación, o como él mismo lo cita, frente al monitor de una computadora. [Mons. Mario Espinosa Contreras en la presentación de la Historia de la Iglesia en México].
“He sido invitado en no pocas ocasiones a celebrar, o por lo menos a conmemorar, hechos más o menos felices, aunque a veces sólo para algunos y a seguir consignas políticas o autoritarias. He preferido llevar adelante en estas horas la honestidad intelectual que no se asusta con la verdad e intenta seguir un camino de purificación de la memoria…”. ¿A que alude con su discreción de siempre? Al “dolor existencial” (…) que le causó su valiente honestidad, en 2002, a la hora de la polémica sobre la existencia histórica de Juan Diego. No se rindió y lo pagó caro. Tuvo que abandonar su querida Universidad Pontificia, así como otras funciones. Por ello es de destacar que la Universidad Iberoamericana le haya dado refugio antes de que pasara a ser un sencillo curé de campagne a la Bernanos. [Jean Meyer en el Prefacio a la Historia de la Iglesia en México].