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jueves, agosto 7, 2025
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Volantín | La carta de Andy

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En el ámbito político mexicano, pocas cosas ocurren por accidente. Las formas, los tiempos y las palabras son elegidas con bisturí. Y cuando un mensaje tan peculiar como la carta de Andrés Manuel López Beltrán —mejor conocido como “Andy”, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador— irrumpe en el debate público, hay que leer entre líneas, pero también entre silencios. No sólo por lo que se dice, sino por lo que se decide callar o responder con calculado temple, como hizo la presidenta Claudia Sheinbaum.

Andy decidió enviar una carta a medios y redes sociales para deslindarse de cualquier participación en decisiones del actual gobierno. “No tengo ningún cargo, ni en el gobierno ni en el partido”, dijo, asegurando que no interfiere en el quehacer público, que no da órdenes, ni pretende incidir en designaciones o políticas. Cualquiera pensaría que es un gesto de transparencia. Sin embargo, el contexto sugiere más bien una jugada de blindaje.

¿Por qué hablar ahora? ¿Por qué este afán de aclarar algo que, si no fuera cierto, no requeriría desmentido? La lógica política señala que cuando alguien se defiende de algo no señalado directamente, suele ser porque la presión existe, al menos en círculos relevantes. Y esa presión apunta a los rumores persistentes sobre su papel como operador informal del poder, especialmente en el sexenio anterior y en la transición reciente.

Desde hace meses, analistas, opositores y hasta voces internas de Morena han advertido sobre el protagonismo que, dicen, mantiene la familia presidencial saliente, particularmente los hijos de López Obrador. No es novedad el señalamiento de que Andy habría tenido influencia en nombramientos, candidaturas e incluso en la definición de agendas legislativas. En el ecosistema morenista se comenta que los López Beltrán, en especial Andy, buscaron mantener una red de control que trascendiera el cambio de sexenio.

En este escenario, la carta parece más bien una maniobra de control de daños. Y lo más significativo no es el texto mismo, sino la respuesta de Sheinbaum: breve, medida, pero cargada de mensaje político. “Celebro que haya personas que se pronuncien por el respeto a la democracia”, dijo la presidenta, sin mencionar el nombre de Andy. Un comentario que parece elogio, pero que en política es una forma de marcar límites. Sheinbaum fue institucional, pero también fría. No agradeció, no avaló, no se sumó a la defensa. Simplemente ubicó el gesto como lo que es: una declaración pública de buena voluntad… pero no necesariamente de inocencia.

Porque en la realidad del poder, el silencio también comunica. Y el mensaje de la presidenta puede leerse como un aviso: ella ejerce, ella decide, y no está dispuesta a compartir ni a dejarse tutelar. Más aún, si alguien tenía dudas sobre la existencia de tensiones internas entre los herederos del lopezobradorismo y la nueva jefa del Ejecutivo, estos intercambios las han confirmado, sin estridencias pero con claridad.

En esta etapa crucial para el país, el proyecto de la llamada cuarta transformación se enfrenta a su prueba más dura: consolidarse como régimen más allá de la figura fundacional de López Obrador. Y en ese camino, los hilos familiares deben cortarse o al menos sujetarse con firmeza institucional. Claudia Sheinbaum lo sabe. De allí su postura: firme, distante, cauta, pero determinada.

Es probable que la carta de Andy haya sido motivada por algo más que el deseo de aclarar. Tal vez responde a movimientos internos, a una presión creciente por parte de sectores del nuevo gobierno que quieren deslindarse de cualquier sospecha de tutela política o favoritismo. Tal vez haya sido un intento desesperado de reposicionarse o de evitar investigaciones que podrían surgir respecto a negocios, contratos o influencias ejercidas durante el sexenio anterior. Y quizás también sea una advertencia indirecta: si me atacan, también puedo hablar.

Es imposible olvidar que los hijos de AMLO fueron tema recurrente durante todo su mandato. Desde la llamada “casa gris” hasta acusaciones de tráfico de influencias, pasando por señalamientos de vínculos con empresarios favorecidos. Y aunque el expresidente siempre los defendió con vehemencia, también es cierto que evitó que tuvieran cargos formales. Lo cual no implica que no hayan tenido poder.

Lo que hoy está en juego no es el nombre de un hijo del expresidente. Lo que se disputa es el futuro de un proyecto político que necesita definirse con claridad. ¿Será Sheinbaum capaz de ejercer el poder sin sombras ni tutelas? ¿Romperá definitivamente con los hilos familiares que podrían haber intentado seguir manejando piezas desde fuera? ¿O terminará aceptando una convivencia incómoda con quienes dicen ya no estar, pero se niegan a desaparecer?

México necesita respuestas. No sólo de los personajes, sino de las instituciones. Porque si bien la democracia se construye con votos, también se sostiene con transparencia, rendición de cuentas y la separación real entre gobierno y familia. En un país donde el nepotismo ha sido una constante a lo largo de décadas, la ciudadanía exige algo más que buenas intenciones: quiere hechos, decisiones claras y un nuevo estilo de gobernar.

Andy escribió una carta que parece más un salvavidas político que una confesión sincera. Claudia respondió con cortesía, pero también con un gesto de soberanía. Y en ese intercambio diplomático, lo que se juega es la credibilidad del nuevo sexenio.

Habrá que seguir de cerca los próximos pasos. Porque si el pasado reciente nos ha enseñado algo, es que los silencios pueden ser más estruendosos que los discursos. Y cuando las cartas se ponen sobre la mesa, lo más importante no es el contenido… sino quién las reparte.

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