La economía mundial no está para juegos, menos aún para arrebatos proteccionistas que rompen cadenas comerciales y ponen en riesgo la estabilidad de sectores clave. Así lo demuestran los recientes anuncios de Estados Unidos, que han impuesto nuevos aranceles a productos provenientes de la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y Taiwán. No se trata de una decisión aislada o de una simple disputa comercial; es una señal preocupante del regreso de políticas que, en nombre de la defensa nacional o de la protección de intereses propios, terminan erosionando la confianza y dañando a miles de empresas y familias en todo el mundo.
España, en particular, se encuentra en la mira de esta turbulencia arancelaria. El Gobierno español ya anticipa un desplome cercano al 10% en sus exportaciones, con un golpe directo a sectores estratégicos como el agroalimentario y el industrial, dos pilares del bienestar y el desarrollo económico del país. Pero no solo España sufre. Los ecos de esta política afectan a Japón, Corea del Sur y Taiwán, socios comerciales que han contribuido a la integración económica global y que ahora enfrentan un horizonte lleno de incertidumbre.
La imposición de estos nuevos gravámenes no es un hecho aislado ni un error técnico; es la manifestación de una lógica proteccionista que, aunque vestida con discursos de “defensa de la industria nacional”, no hace más que fomentar la desconfianza y el debilitamiento del sistema multilateral de comercio. Este sistema, construido con esfuerzo tras la Segunda Guerra Mundial, tiene en la Organización Mundial del Comercio (OMC) su principal garante, un árbitro que ahora parece perder autoridad frente a las decisiones unilaterales que imponen barreras y recortan oportunidades.
¿Por qué es tan grave esta escalada arancelaria? Porque vivimos en una era donde las cadenas globales de valor hacen que las mercancías no sean solo productos, sino el resultado de un proceso de cooperación internacional que genera empleo, tecnología y bienestar en varios países. Una empresa española que exporta vino o aceite de oliva no solo representa a su región, sino a un entramado de agricultores, transportistas, distribuidores y técnicos que dependen de ese mercado. De la misma manera, un fabricante japonés que envía componentes electrónicos a Estados Unidos involucra a miles de trabajadores y consumidores que verán encarecidos esos productos si la guerra comercial continúa.
España, según los datos del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, registra un saldo exportador muy significativo con Estados Unidos, su segundo destino más importante fuera de la Unión Europea. El agroalimentario es un sector emblemático: el aceite de oliva, el jamón ibérico, los vinos y frutas frescas tienen un reconocimiento mundial que se ve amenazado por estos aranceles, que pueden encarecer su precio y reducir su competitividad. Pero no es solo el agro. El sector industrial, especialmente la automoción y los bienes de equipo, que forman parte del tejido productivo español, también sienten la presión.
Lo que está en juego no es solo un porcentaje de exportaciones o el volumen de ventas. Está en riesgo la confianza para invertir, la estabilidad de empleos y el desarrollo económico sostenible. Cuando el mercado internacional se cierra o se vuelve impredecible, las empresas deben repensar su estrategia, reducir gastos o simplemente buscar otros mercados, con el consiguiente costo en tiempo, dinero y recursos.
Desde la perspectiva global, la decisión de Estados Unidos se inserta en un contexto complejo de tensiones comerciales que ya incluyen a China, y que hacen que la cooperación internacional se vea empañada por agendas nacionales cortoplacistas. Pero este camino no conduce a ningún lado que beneficie a las mayorías. Por el contrario, fomenta el desgaste de alianzas históricas y el fortalecimiento de bloques aislacionistas que terminan perjudicando a todos.
La Unión Europea, consciente del riesgo, ha manifestado su preocupación y ha anunciado que responderá con medidas equivalentes para defender sus intereses. Japón, Corea del Sur y Taiwán han expresado su rechazo y buscan también una salida negociada, pero la verdad es que la incertidumbre domina el panorama. ¿Cuánto tiempo más podrán las empresas soportar esta volatilidad? ¿Qué señales reciben los inversionistas? ¿Qué mensaje se envía a los ciudadanos que ven cómo suben los precios y disminuyen las oportunidades laborales?
En México, observamos con atención estas dinámicas, porque aunque el golpe directo es para Europa y Asia, la economía mexicana, fuertemente ligada al mercado estadounidense, no está ajena a estas tensiones. Un deterioro en las relaciones comerciales internacionales puede generar reacciones en cadena que afecten nuestras exportaciones, nuestra inversión extranjera y nuestra capacidad para generar empleos dignos.
Ante este panorama, la tarea de los gobiernos, los sectores productivos y los ciudadanos es clara: exigir transparencia, diálogo y acuerdos que prioricen la cooperación sobre la confrontación. El comercio internacional no puede ser un juego de suma cero donde uno gana y otro pierde, sino un motor de crecimiento incluyente y sostenible. Las políticas proteccionistas, además de contraproducentes, generan resentimientos y fracturas que cuestan mucho tiempo y recursos sanar.
No podemos olvidar que el bienestar de millones de familias depende de estas relaciones. No se trata solo de cifras macroeconómicas o políticas, sino de vidas concretas que se ven afectadas por decisiones que a veces parecen lejanas pero que tienen efectos inmediatos en el bolsillo y la calidad de vida.
Si algo debemos aprender de esta etapa es que la globalización no es un enemigo, sino un reto que exige regulaciones justas, responsabilidad social y voluntad política para construir puentes, no muros. Que la historia reciente nos recuerde que cerrar mercados no es una solución, sino un problema que se multiplica.
Los nuevos aranceles de Estados Unidos no solo afectan a exportadores de la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y Taiwán. Son un llamado de alerta para todos. La prosperidad mundial depende de la cooperación y la confianza. Si no aprendemos esta lección, los costos serán altísimos y la oportunidad perdida será irreversible.
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