El título de estas “palabras” puede parecer ―¡y es!― demasiado teórico y complejo…
Sin embargo, se refiere,, en este caso, a lo que podría ―¿y debería ser?― la manera de superar las contradicciones ―hasta ahora insalvables― que se han venido dando en nuestro país, desde su nacimiento como tal…
Este asunto reemerge en un contexto en el que los bandos en cuestión, en parte reales y en parte discursivos [en porcentajes que habría que calcular] se posicionan en relación con la autodenominada Cuarta Transformación [la que, como muestra de los antes dicho, suele ser denominada por su contraparte como “transformación de cuarta”] y, desde una perspectiva específica, en relación con el asunto de la disminución del número de personas en pobreza [para usar el término co-rrecto].
A este respecto, me referiré aquí a un artículo de Carlos Bravo Regidor [a quien, obviamente y desde esa perspectiva adversativa O-O, algunos considerarán anticuatroteísta y otros un analista crítico] en el que, entre otras cosas, escribe: “Es un tremendo error tanto moral como político, regatear o incluso negar esa información [acerca del número de mexicanos que viven en la pobreza] solo por llevarle la contraria al oficialismo”, pero “desestimar o hasta ignorar esos saldos negativos [una serie de los cuales ha mencionado previamente] sólo para ‘no hacerle el juego a la derecha es, igualmente, un error moral y político”.
Larga historia tienen estas posiciones inconciliadas que, sin embargo, no son inconciliables, o que, incluso podrían ser re-conciliables asuntivamente, como lo propone Leopoldo Zea inspirándose en la dialéctica hegeliana [analécticamente, diría Dussel]
Este asunto que ahora inspira estas “palabras” revivió en mí al estar elaborando unos “apuntes” para un curso de filosofía en México, algo a lo que me comprometí tras mi decisión de dejar de “dar clases” en el Seminario Diocesano de Tepic a partir de este semestre…
En estos “apuntes” que titulé “Pensares filosóficos mesoamericanos, novohispanos y mexicanos” pude pasar, sin mayores dificultades por “flores y cantos” nahuas, por las reflexiones en la coyuntura de la conquista en torno a la humanidad de los habitantes de las tierras conquistadas y a la legitimidad de la conquista; a la normalización neo-escolástica de la filosofía en la Nueva España; a la crisis de esa corriente de pensamiento con la introducción del pensamiento moderno ―científico y filosófico― europeo y con el “pensar poético” sorjuanista con fuentes escolásticas, modernas y herméticas; al surgimiento de un pre-nacionalismo que acentuaba lo propio desde una perspectiva ecléctica en que se traslapaba la tradición y la novedad y con la búsqueda de posicionamientos ante la crisis derivada de la invasión napoleónica del territorio español…
Todo eso, de alguna manera, corriendo sobre ruedas…
Hasta llegar a la coyuntura de la denominada consumación de la independencia y el reto consiguiente del modelo político a instrumentar: monarquía o república; centralismo o federalismo; conservadurismo o liberalismo…
Ahí, de pronto, la marcha se detuvo porque en el texto elegido como fuente principal “Estudios de Historia de la Filosofía en México” me encontré con que, originalmente, no había un ensayo que hiciera referencia a ese periodo entre “Las corrientes ideológicas en la época de la independencia” y “El positivismo” y que, en una edición posterior, se introdujo un ensayo sobre el liberalismo mexicano que cubría uno de los “huecos” que se reconocían en el prólogo original.
Sabiendo de la importancia histórica e histórico-filosófica de ese periodo de casi cincuenta años [1821-1867] me di a la tarea de buscar fuentes para explorar el otro polo de la contradicción: el conservadurismo, no sin antes hacer referencia a la interpretación que, en claves hegelianas, hizo Leopoldo Zea de esa coyuntura de la historia de México, de acuerdo con la cual, el movimiento conservador y el movimiento liberal representaban la escisión de la conciencia mexicana naciente en dos proyectos contradictorios: el conservador, que pretendía mantener el mismo orden político y cultural vigente a lo largo de tres siglos pero ahora al servicio de los criollos; el liberal, que no quería saber nada del pasado colonial y que se inspiraba en el modelo de las naciones líderes en la marcha de la civilización.
Esa escisión, afirmaba Zea, no se resolvió con una re-conciliación dialéctica de la conciencia escindida, sino en el triunfo de una lado de esa conciencia y la derrota de la otra… [“Cualquier parecido con la realidad actual…”]…
Al explorar ambos movimientos desde la perspectiva de las ideas o desde el ejercicio del pensar filosófico-político resultó interesante reconocer las fuentes de inspiración presentes en cada uno de los movimientos y en sus principales exponentes: Lucas Alamán y José María Luis Mora; descubrir, entre otras cosas, que el conservadurismo llevaba en su entrañas elementos que bien podrían haber sido retomados en el proyecto de nación y que el liberalismo mexicano no era del todo democrático y, sobre todo, que Zea tenía razón al proponer para nuestro país ―y para los países que comparten la escisión de su conciencia― la pertinencia de un proyecto asuntivo en el que se asuma todo lo que se ha sido y se re-concilie así no solo la conciencia, sino la realidad compleja que se ha ido generando a lo largo del tiempo, algo que, en esta coyuntura mexicana en que se pretende negar cualquier tipo de valor en lo colonial y lo neoliberal y solo tomar en cuenta los valores de lo indígena, lo republicano y lo popular, parece ser una quimera…
Ahora bien, desde la perspectiva de unos apuntes sobre los pensares mesoamericanos, novohispanos y mexicanos, estos años de escisión de la conciencia que derivó en lucha fratricida de la que uno de los bandos salió como triunfador casi absoluto, este periodo bien pudiera ser considerado como el primer momento de producción de pensares filosóficos mexicanos caracterizado por partir de una realidad sociopolítica problemática que ha de ser objeto de reflexión para la cual es preciso buscar fuentes de inspiración que, a su vez, han de ser repensadas desde la realidad que se pretende entender y que han de derivar en programas de gobierno. Pensares filosóficos, pues, que de alguna manera, nacen de la realidad y desembocan en ella…