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martes, agosto 26, 2025
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¡Uno, dos, tres… y a bailar!

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Jaime Buentello Bazán: el cerebro travieso que convirtió el folclore nayarita en un carnaval de disciplina y encanto.

“¡Miéntenme la madre, pero levanten el pie!”, tronó Buentello con aire de duque malhumorado en comedia de época. La orden cayó con la misma precisión que una batuta: risa, miedo amable y pasos exactos. Una exbailarina recuerda entre risas: “Nunca más se nos olvidó levantar el pie en esa vuelta durante la danza”, y uno entiende que la autoridad, cuando viene envuelta en cariño, enseña mejor.

“¡Uno, dos, tres… uno, dos, tres… chinga tu madre! Y levantamos el pie”.

Jaime Buentello Bazán llegó al mundo el 26 de octubre de 1945 y, con el descaro de un soñador metódico, llegó a Tepic en 1965 para dirigir el Grupo de Danza Folclórica Nayar. No vino a repetir pasos: vino a esculpirlos. Con la plasticidad de un escultor y el ojo de un pintor, transformó faldas y sombreros en lienzos que se movían; dio al zapateado el gesto de quien escribe con los pies.

Con la plasticidad de una escultura viviente, el equilibrio de un funambulista y el ojo de un pintor, convirtió faldas y sombreros en lienzos en movimiento. Su estilo insólito dio vida al “buentellismo”, una corriente que hoy impulsa ballets en México y en Estados Unidos con el descaro de un caballero que no teme al aplauso.

Sus coreografías, diez en menos de veinte años, siguen latiendo en escuelas y festivales, en México y en Estados Unidos, con ese aire de caballero que no se ruboriza ante el aplauso.

Para sus bailarines, Jaime no fue solo un director; fue un faro. Con los ojos les decía a sus bailarines qué hacer, qué mover y en qué espacio y tiempo debía suceder. Les enseñó que la danza es narración: cada giro cuenta una historia y cada zapateado defiende una memoria.

Y Nayarit, que no olvida a los suyos, lo nombró “hijo pródigo con salero” y se quedó con su legado mucho después del último zapateado, aquel 22 de septiembre de 1981.

En escenarios pequeños y grandes, la gente miraba no solo el color sino la verdad que emanaba. Alumnos cuentan que sabía cuándo exigir y cuándo celebrar; tras la broma había devoción por la autenticidad cultural.

Porque, como él mismo predicaba entre bambalinas: no hay autenticidad más pura en un pueblo que sus danzas… por la divulgación del folclore. “¡Chinga tu madre!” … si se te olvida.

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