«Cuando alguien ejecuta un acto desmesurado y contra las reglas, comentamos: “hizo una chingadera”»
Octavio Paz
Evidentemente Darwin tenía razón cuando sostuvo que provenimos del chango. Una muestra viva, de carne y hueso, lo podemos ver en el dirigente nacional del PRI Alejandro Moreno Cárdenas. Justificar su naturaleza orangutánica solamente puede empeorar las cosas en el futuro cercano de quienes muestran cortesanía al asumir posturas acríticas o peor, mostrándose como defensores de inaceptables actos simiescos.
De plano, “Alito” se dejó de chingaderas y le puso un par de guantones a Gerardo Fernández Noroña, a quien dejó todo aruñado. El “parlamentario” Alejandro Moreno se salió del closet del viejo estilo autoritario. El senador que también dirige lo que queda del PRI, mostró a ese pequeño Díaz Ordaz que todos llevamos dentro. Dado que no está en el poder de manera dominante, “Alito” se mostró como mentecato autoritario en grado de tentativa. Apenas puede ser autoritario con los que todavía lo siguen, por mezquino interés, o de verdad, o simuladamente.
Si colocamos en la platina de nuestro analítico microscopio para examinar íntegro el cerebro del senador priista, conviene partir de las más recientes chingaderas hechas por el señor “Alito”. El filtro conceptual puede provenir del pensamiento de don Octavio Paz, uno de los dos grandes soles de México en el siglo XX. Dice nuestro Nobel de Literatura que «El “macho” hace “chingaderas”, es decir, actos imprevistos y que producen la confusión, al horror, la destrucción. Abre al mundo; al abrirlo, lo desgarra. El desgarramiento provoca una gran risa siniestra. A su manera es justo: restablece el equilibrio, pone las cosas en su sitio, esto es, las reduce a polvo, miseria, nada. El humorismo del “macho” es un acto de venganza». Eso hace el pobre “Alito”, que en su cosmovisión falocentrista embiste olvidando templanza y la lógica política.
La política exige construir equilibrios. Dialogo, voluntad política, vocación democrática y autocontención. No obstante, los valores de la política deben mostrarse desde ambos bandos. Desde esa perspectiva, no procede la actitud y el comportamiento del senador priista, su actitud agresiva, soberbia, arrogante desde el fracaso, mostrada por el dirigente priista.
La política en un sistema democrático se sujeta a reglas. La regla del consenso y el disenso se debe traducir en la coexistencia pacífica, civilizada, de diversas formas de concebir los problemas y sus soluciones. La democracia es un clima de convivencia entre quienes tienen propuestas hasta contradictorias en el plano de la construcción social.
La política democrática también procede con fines prácticos, para lo que recurre a la regla de la mayoría. La mayoría decide y lo hace preferentemente incorporando (hasta donde sea posible y excluyendo caballos troyanos) las propuestas de las minorías. Construir acuerdos en los que no existan minoría, significaría condenar a la parálisis universal a una sociedad democrática. El ideal de la democracia implica construir acuerdos con la mayoría de los integrantes de una sociedad.
Esa es la razón por la que el comportamiento del senador que dirige nacionalmente al PRI, es condenable, absurda, inaceptable, injustificable. Pensemos por un momento al menos, que Fernández Noroña se comporta de manera equivocada al abalanzarse sobre las minorías como si fuera una aplanadora, a la antigüita, como durante décadas lo hacía el PRI. Ni siquiera eso justifica que el recinto del senado sea convertido en un cuadrilátero en el que se resuelven las diferencias a patadas, a golpes, a gritos y sombrerazos.
La violencia es recurso de incompetentes. Cuando se hace uso de los golpes, de los gritos y los sombrerazos, desde ese mismo momento la derrota troca a la puerta de las expresiones que hacen de la violencia su “ideología”. Esa violencia ha sido constante en una oposición estridente, sin propuestas, en la miseria ideológica y argumentativa.
Es una pena que en México sea eso lo que se muestra como oposición, la de quienes proceden a gritos y sombrerazos. Unos puñetazos al rostro de Noroña no sirven a la democracia ni a la vida civilizada de un entorno democrático.
De las acciones y omisiones del gobierno hay mucho que criticar. Eso se sabe hasta dentro del gobierno mismo. No obstante, la mayor parte del discurso de las “oposiciones” contiene solamente descalificaciones, adjetivaciones, mentiras, invenciones, fantasías. La argumentación, la evidencia sustantiva, los razonamientos formulados con serenidad, todo eso brilla por su ausencia en la mayor parte del discurso “opositor”.
Para colmo de males, la autoridad moral no está de parte de los que gritan y dan grotescos guantones. Quienes se mesan los cabellos y se desgarran las vestiduras, le apuestan a la estridencia y al ruido mediático para ganar un poco de terreno, para convencer a la gente de que se les regrese al poder.
Para nada tienen propuestas. ¿Las propuestas de las oposiciones? Sencillamente no hay. Lo que se procura es actuar para que al gobierno le vaya mal. Las oposiciones, en su miseria moral, desean que le vaya mal al gobierno para que le vaya peor a la gente, a la población. Creen que, si a la gente le va mal, a ellos se les va a regresar al poder.
El país, la democracia, requiere de oposición inteligente y con propuestas alternativas y viables, exige de la manifestación de su naturaleza plural. Aquellos que se asumen como abanderados de la oposición y la pluralidad, en realidad nos han mostrado que lo que los mueve son los intereses personales. A la oposición que existe solamente le interesa recuperar privilegios. Las oposiciones violentas entienden la democracia y el ánimo incluyente en la mismísima lógica del reparto del pastel. Eso no debe regresar. Por el bien general lo que se debe privilegiar la civilidad y la vocación democrática, el oficio político.