A veces la historia se escribe con honores y, a veces, con errores que se vuelven hazañas. Juan, Juanito para la familia y Juanelo para los “compas”, nació en Tepic el 22 de febrero de 1827. Tenía veinte, sólo veinte años de edad, la misma edad en la que hoy los jóvenes debaten si contestan el mensaje de WhatsApp o lo dejan en visto; él, en cambio, se echó una batalla al hombro.
Cuando llegó al Castillo de Chapultepec y le dijeron… “¡Hay pleito!” … como buen paisano no se rajó y estuvo dispuesto a pelear. No traía “estrellitas” de cadete en la solapa; era soldado del Batallón de Hidalgo y, por consiguiente, voluntario de la Guardia Nacional. Unos dicen que arribó ocho días antes de la batalla contra los norteamericanos; otros, cinco. Pero el detalle es que estaba ahí.

El 13 de septiembre de 1847 fue un día brutal. Tras la batalla encontraron cuerpos en la ladera del cerro; el de Juan, entre ellos. No hubo música de fondo ni escenas heroicas al estilo de novela; hubo sudor, sangre y hombres resistiendo hasta el final.
La ironía llegó en tinta: tiempo después, la prensa de la época, el periódico El Siglo Diez y Nueve, lo nombró “Vicente Escutia”. Sí: Vicente, no Juan. Su padre escribió una carta para corregir:
Señores editores del Siglo XIX
Tepic, 15 de octubre de 1849.
Muy señores míos y de mi respeto:
En el tomo segundo, núm. 275, del periódico que Uds. redactan, he visto un trozo con el rubro “Acto de Justicia” referente a que en el salón principal de Chapultepec se dispuso colocar los retratos de los señores alumnos que se sacrificaron defendiendo a su patria el día 13 de septiembre de 1847; y, como quiera que entre aquellos jóvenes pereció mi hijo Juan Bautista Escutia, individuo del Batallón Hidalgo, entiendo que fue una equivocación ponerle el nombre de Vicente, que no tenía, y por esto me ha parecido conveniente salvarla, para que así llenen todo su objeto las recomendables intenciones que en ese artículo se propusieron sus redactores.
Soy de Uds. señores míos, su más obediente servidor Q. SS. MM. B. — José A. Escutia”.

Gracias a estas cartas y archivos, ahora sabemos que Juan Escutia murió peleando, junto a otros hombres del Batallón de Hidalgo al que él pertenecía; no pertenecía al Batallón de San Blas, ni fue cadete del Colegio Militar.
No hay evidencia lanzara envuelto en la bandera, sin embargo, esa estampa romántica vende playeras, suvenir y prende aplausos en los discursos, funciona, pero la historia de carne y hueso tiene casa, calle y se cuenta incluso en la cocina.
Juan era un muchacho de Tepic: madre, padre, hermanos y una casa que lo esperó y le lloró. La narración popular convierte nombres en mitos; los papeles y las cartas, en cambio, reclaman su nombre de verdad.
La reflexión es sencilla: a veces un error cambia la historia.
Fuente: Historiador Javier Berecochea García