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jueves, septiembre 11, 2025
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Discurso de las campañas y los hechos del gobierno

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La ciudadanía no ha renunciado a su reclamo y legítima demanda por los cambios profundos en la sociedad mexicana. Se avanza en ese sentido, pero conviene rectificar donde sea necesario por la vía de la autocrítica. Cambios para elevar la calidad del sistema democrático. Cambios que, si se postergan, abrirán las puertas del «amiquemimportismo» ciudadano. «Amiquemimportismo» que se puede ver reflejado en la negativa a participar de las transformaciones.

En octubre de 1994 Octavio Paz vislumbró la llegada de un panista a la presidencia de la República. En el mismo documento, luminoso, definía los términos de la voluntad expresada en las urnas. El autor de Águila o Sol expresaba que, en las elecciones presidenciales de ese año, “estuvieron presentes dos impulsos, en apariencia contradictorios pero, finalmente, complementarios: la voluntad de cambio y el anhelo de seguridad”. Esos dos impulsos continúan presentes como ese doble mandato del que nos hablaba Paz.

Hoy, en un escenario en el que algunos continúan en graciosa pre-ante-pre campaña electoral, conviene recordar la confesión siguiente: “Para mí está muy claro lo que la gente quiere, lo que reclama y a lo que aspira: un verdadero cambio”. Tales son las palabras del priista Francisco Labastida Ochoa. Decirlo es necesario dado que algunos priistas, como hipocritísimas plañideras, se desgarran las vestiduras y se mesan los cabellos. Se pretende convencer a la gente de que el retorno al pasado es viable, lo que resulta ofensivo y engañoso.

Aludir a ese priismo descompuesto tampoco debe escandalizar ni en las mismas filas de las siglas. El mismo Labastida decía en plena campaña, aludiendo a muchos priistas, que “prometieron cosas que nunca cumplieron”. Pero no solamente eso, sino que, “Peor aún, algunos se enriquecieron y abusaron del poder. Nuestra historia, pasada y reciente, está llena de ellos”. Sin duda, ya “Es tiempo de cerrar ese capítulo”. Los mexicanos han dado una dura lección en ese sentido. Aspiramos a cerrar el capítulo de una oligarquía partidocrática que se enriqueció y abusó del poder para dar paso a un nuevo momento. El de los cambios. El del reconocimiento en el dicho y en el hecho, de una sociedad plural, de una sociedad más abierta.

La gente no ha elevado el mandato del cambio simplista, el del cambio del quítate-tú-para-ponerme-yo. La gente tampoco ha votado por el cambio para hacer de los nuevos escenarios el caldo de cultivo de las venganzas y los paredones, pues si de eso se tratase el país iría irremediablemente a la fase del acuchillamiento y la confrontación estéril. La gente no desea manifestarse en su pluralidad para convertir la sociedad en un herradero.

Hoy más que nunca, conviene traer al terreno de las ideas, los compromisos de los “derrotados” (en una lid en la que realmente no debe haber ni vencedores ni vencidos). ¿Existen esas ideas?

Recordemos una cita más a Labastida: “La gente quiere vivir mejor, más empleos, mejores salarios, menos pobreza, más seguridad, menos corrupción, sin arriesgar lo que tiene”. La gente no se sabe hacer bolas, la gente quiere el cambio con estabilidad como lo postulaba Octavio Paz; el cambio con rumbo y responsabilidad como lo ofrecía Colosio. En efecto, la gente sabe lo que quiere: más democracia, más salario, más libertades en todos los campos.

Empero, no resulta fácil la conducción del cambio. Sobre todo porque en el ánimo de los acuchilladores descritos por Víctor Hugo en Los Miserables, hay quienes actúan con la bayoneta calada en sus impulsos viscerales. Los resultados de quienes actúan con la bilis y traicionando la razón de ser de la razón misma, son total y definitivamente desastrosos.

Oportunistas de toda laya se dejan ver, desatados en constante tributación a la imbecilidad, ejerciendo venganzas por supuestas afrentas personales, pero, he ahí el drama cotidiano, actuando a nombre de esas siglas llamadas partidos. En efecto, quienes jamás movieron un dedo por el cambio (o en contra al menos), ahora pretenden hacerse pasar como antiguos profetas no escuchados, como añejos caudillos sacrificados “en el altar de las ideas abstractas”.

Es dudoso que se pueda encontrar a quien se oponga a los cambios, al ‘cambio’. Pero aún persisten algunas expresiones retrógradas en todos lados, que en el 2000 ofrecieron el cambio y que ahora, por no presidirlo, lo rechazan. No solamente lo rechazan, lo obstaculizan y pretenden descarrilar proyectos de gobierno.

¿Por qué he aludido a las expresiones de Labastida Ochoa en esta breve reflexión?. Por una razón muy sencilla: porque con ello se muestra y demuestra que, desde el PRI mismo, desde sus más profundos climas y microclimas políticos, se ha reconocido la necesidad (y aspiración) de la gente por un cambio profundo en la sociedad mexicana.

Quienes pretenden “satanizar” las tesis del cambio, de la transformación, incurren al menos en dos graves errores. Por una parte, el intento de hacer del cambio un monopolio de oferta política resulta absurdo e irrisorio dado que los cambios, el “cambio” es un elemento inmanente a toda naturaleza. Los cambios son inevitables, por lo que al hablar de “cambio” en realidad aludimos al nivel en el que podemos interferir.

Por otra parte, fenómenos como la corrupción, la injusta distribución del ingreso, la inseguridad o la falta de oportunidades, carecen de partidarios cuerdos a no ser de partidarios “maltusianos”. Esos fenómenos, al lado de otros que es imposible enumerar, son sin duda material suficiente que contribuye a unificar en lo fundamental a todas las fuerzas. En esto no puede haber monopolio. No debe haber obstáculos.

Las campañas electorales desde el año 2000 a la fecha, de todos los partidos políticos (incluyendo al PRI), ofrecieron a los mexicanos el cambio. Ante ese hecho, no debiera quedar ninguna duda en cuanto a la necesidad de unificar fuerzas en torno a un liderazgo. No unidad absoluta, sino unidad fundamental. Unidad en la diversidad, unidad razonada, unidad sin avasallar y sin vasallajes. El doble mandato está claramente definido: cambio y estabilidad.

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