“Como si no le bastara con ser gato y cordero quiere ser también perro”
F. Kafka
Ni las siglas, ni ningún dirige(re)nte, pueden abrir las puertas a la simulación, al engaño, a la hipocresía y a las traiciones sin que ello se traduzca eventualmente en suicidio. Es necesario erradicar vicios y abrir las puertas de la virtud de la verdad y la lealtad recíproca. Todo es relativo y es por eso que uno de los personajes de Asimov en el Ciclo de Trantor propone: “No dejes que la moral te impida hacer lo que creas que está bien”. “En política, la moral es un árbol que da moras o no sirve para nada”, según Gonzalo N. Santos, nos recuerda Aguilar Camín. A su vez el autor de El error de la luna, concluye que “la política mexicana en realidad sólo aspiraba a conjugar tres verbos: sumar, sumarse y sumirse” –que bien podrían ser en todo caso, sumar, ceder y sumir–. El mismo Aguilar Camín, nos recuerda las palabras de Martín Luis Guzmán, más pesimista: “La política mexicana sólo conjuga un verbo: madrugar”. Los Protocolos de los Sabios de Sión, dejan caer entre nosotros, con estrepitosa espectacularidad la idea de que “La política no tiene nada en común con la moral”, y estos mismos, concluyen que “Todo el que quiera gobernar debe recurrir al engaño y la hipocresía”.
Partiendo de otra sentencia casi bíblica, aquella que nos precisa en palabras de Aguilar Camín que “En política, dice la experiencia mexicana, todos los amigos son falsos, todos los enemigos verdaderos. Dicho esto, la misma experiencia señala que en política no hay enemigo pequeño”. Pero aquí cabe agregar que, aunque no hay enemigos pequeños, “amigos pequeños, muy pequeños, sí”.
En política, el engaño pertenece a un mismo árbol genealógico del haraquiri. En política se puede ejercer el derecho de creer que todos los demás son tontos, pero nadie está obligado a confirmar la sospecha.
Por lo mismo, es necesario que los dirigentes o las siglas, propicien la confianza y no la desconfianza recíproca entre representantes y bases. Cuando las bases creen engañar a sus dirigentes y sus dirigentes andan en las mismas, irrumpe la crisis y se asoman las derrotas truculentas. Del autor de «La política y el Estado moderno», son estas palabras: “Recuérdese la anécdota hebrea que nos describe una grotesca escena: «¿A dónde vas? pregunta Isaac a Benjamín. “¡Embustero! Dices que vas a Cracovia para que yo crea que vas a Lemberg. Pero sé muy bien que vas a Cracovia. ¿Que necesidad tienes, pues, de mentir?”».
Para Gramsci, cuando el engaño se hace recíproco, cuando las desconfianzas van y vienen entre dirigentes y dirigidos, solamente puede significar que: “a) existe una crisis de mando; b) la organización, el bloque social del grupo en cuestión no ha tenido tiempo todavía de consolidarse, creando la confianza recíproca, la recíproca lealtad; c) pero hay un tercer elemento: la incapacidad del “dirigido” de cumplir su cometido, lo cual significa incapacidad del “dirigente” para “escoger, controlar y dirigir su personal”. Entre dirigentes y dirigidos, solamente puede mediar la verdad, pues de lo contrario el desastre se hace inevitable. El autor de “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”, nos dice que al final sólo quedan las palabras y las lamentaciones: “los jefes tuvieron la satisfacción de poder acusar a su «pueblo» de deserción, y el pueblo, la de poder acusar de engaño a sus jefes”.
Algunos pretenden justificar con razones de Estado, su desleal conducta, nos hace ver el antecitado pensador italiano. Pero esas justificaciones o razonamientos, también nos lo señala, ha sido el recurso del que han echado mano “hombres moralmente indignos” como Fouché, Talleyrand y en alguna medida los mariscales de Napoleón.
Él mismo, nos dice que “Una de las características de todo jefe es la de ser ambicioso, es decir, la de aspirar con todas sus fuerzas al ejercicio del poder estatal. Un jefe no ambicioso no es un jefe, es un elemento peligroso para sus seguidores: es un inepto o un bellaco”. Luego, los mismos Sabios de Sión, aseguran que “Todo hombre tiene ansia de poder, cada uno desearía ser un dictador, siempre que lo pudiera ser él sólo, y bien pocos serán aquellos a los que no les importaría sacrificar el bienestar del prójimo para alcanzar sus miras personales”.
Cierto que la ambición es una manifestación humana, pero para lograr los objetivos planteados, hay necesidad de abandonar las formaciones vinculadas con la traición, relacionadas con el engaño, emparentadas con la mentira y la truculencia en la praxis política. Hay necesidad pues, aunque esto para algunos sea subversivo, es necesidad hablar, con la verdad. El que engaña se engaña dos veces, cree que engaña a los demás y se engaña él mismo.
Contundente, pleno de vigencia en el fin de milenio, al menos, nos recuerda el autor italiano, con lo que concluye una de sus magníficas obras: “En política se podrá hablar de reserva, no de mentira en el sentido mezquino que muchos piensan: en la política de masas decir la verdad es una necesidad política precisamente”. La verdad puede no ser conveniente, pero es imperativo ético que puede hacer conveniente las inconveniencias.
No se puede esperar tranquilamente el éxito cuando no se actúa cuerdamente para lograrlo, o si se actúa en base a la idea de los enemigos pequeños, o peor aún, en base a la confianza basada en los aliados aparentemente grandes, y peor si se olvida la fugacidad del poder. Pero desafortunadamente no sólo se pone en peligro, por falta de tino, mesura o al menos un poco de humildad, el objetivo personal, sino que lo que se arriesga es a todo un grupo, a una comunidad, a toda una nación, a toda una sociedad, a todo un futuro.
La intolerancia no cabe en los tiempos actuales, so pena de hacer de esta la supercarretera para el ejercicio matinal del haraquiri, el destino final al que solamente aterrizan los kamikazes. La pluralidad pues, es la solución a todos los males, el proceso democrático incluyente en términos reales, no demagógicos. Abrir las puertas a la abyección, a la ramplonería de los alegres colores, a la autoridad moral en evolución cadavérica, solamente debilita las probabilidades de éxito de un proyecto político que se reduce por algunos, a la mera ambición personal miserable.
La renuncia al engaño y la hipocresía, la renuncia a la vocación de los traidores, y la mutación de los desleales no debe esperarse. Deben abrirse las puertas a la lealtad y a la responsabilidad, a la humildad y la disciplina creativa, –y que no han pasado de moda–, pero no entendidas estas como manifestaciones de mediocridad, abyección o vasallaje, sino como elementos fundamentales para consolidar un proyecto que está en marcha y que merece arribar exitosamente al final por el bien de los nayaritas, por el bien del futuro de Nayarit.
Una buena parte de esto, sin duda amerita tiempo dedicado a la reflexión, de los dirigentes –gerentes, jefes de clan, directores o capataces– de las siglas, de todas las siglas. Se aproximan tiempos interesantes y la realidad y el futuro no deben encadenarse a las decisiones burocráticas o mafiosas. Es mucho lo que se ha hecho en Nayarit como para poner en riesgo esos avances.




