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martes, noviembre 4, 2025
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Reconocer sin pedir perdón

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Fíjese, chato, que hay pleitos de familia que se ponen… ¿cómo le dijera?… pegajosos. Y este pleito entre México y la Madre Patria, España, ya tiene 500 años. La cosa es que hace poco, con el presidente López Obrador, el asunto se calentó. Él, muy en su papel, agarró y mandó una carta cruzando el charco. Una carta muy propia, con su sello y todo, que decía, en resumidas cuentas: “Oye, primo, ya pasaron cinco siglos, pero fíjate que me acuerdo muy bien de lo que le hiciste a mi tatarabuelo. Así que hazme el favor de pedirme perdón”.

¡Ándele! Como si uno le cobrara al vecino de ahora la gallina que el bisabuelo de él se robó del corral de nuestro bisabuelo.

Y allá en España, pues se hicieron los que no oían. Voltearon para otro lado, chiflaron en la loma. “¿Perdón? ¿Perdón de qué? ¡Si les trajimos la civilización, hombre! ¡Y el idioma!” Y así se nos atoró la relación. Se puso “innecesariamente congelada”, como dicen los que saben. El pleito se puso agrio. Era un orgullo de aquí contra un orgullo de allá, y en medio, pues todos nosotros, que ya no sabíamos si enojarnos o reírnos.

Pero ¡qué cree! Que este viernes que pasó, el 31 de octubre, allá en Madrid, como quien no quiere la cosa, pasó algo. Estaban en un evento de arte, viendo cuadros de mujeres indígenas, y el mero mero ministro de Asuntos Exteriores de España, un tal José Manuel Albares, agarró el micrófono. Y en lugar de echarse el choro de siempre, que si la hermandad y que si el idioma, ¡zaz!, que se nos arranca.

Dijo, y aquí es donde la puerca torció el rabo, que reconocía “la injusticia y el dolor causados a los pueblos originarios mexicanos” durante la Conquista.

¡Órale! ¡Quieto, dijo el torero!

Y aquí es donde a uno le empieza a patinar el coco. Porque fíjese en el juego de palabras, ¡es una belleza de la diplomacia! El periódico El País, en un editorial que salió calientito, dice que esto es un acto de “madurez” y una “señal de buena voluntad”. Y nuestra presidenta, Claudia Sheinbaum, que es más serena y no se calienta tan fácil, dijo: “Enhorabuena por este primer paso”.

Pero si lo vemos con lupa, chato, el ministro reconoció el dolor, pero no pidió perdón.

Es como si yo le doy a usted un pisotón con bota de militar en su juanete más querido. Usted pega el grito, y yo, muy serio, en lugar de decirle “¡Dispénseme, chato, qué bruto soy!”, me le quedo viendo y le digo: “Reconozco que le está doliendo mucho el juanete”.

¡Pues claro que me duele, si me acabas de pisar! Lo que uno quiere no es que reconozcan el dolor, ¡es que pidan perdón y quiten el pie de encima!

Pero la política es así. El presidente de antes (AMLO) era de mecha corta: “¡O me pides perdón o no jugamos!”. Y congeló el dominó. La presidenta de ahora (Sheinbaum) es de las que juegan ajedrez: “Ah, bueno. Ya reconociste el dolor. Es un ‘primer paso’. Vamos viendo”. Está tendiendo la mano, como dice El País, para no quedarnos atorados en la herida.

Y al final, ¿sabe qué? A lo mejor todos tienen un poquito de razón. Porque pedir perdón por algo que hicieron tus tatarabuelos de hace 500 años… pues está complicado. ¿A quién le pides perdón? ¿A un fantasma? ¿Y quién lo pide? ¿El Rey de ahora que ni en cuenta?

Pero el gesto importa, ¡claro que importa! El editorial de El País dice algo muy cierto: que mirar de frente el cochinero del pasado no debilita a España, sino que la “engrandece”. Reconocer que tus antepasados no eran puros santos de estampita con su armadura brillante, sino que también traían la espada desenvainada y no se andaban con cuentos, pues es de gente adulta.

La cosa es que, como bien dice el periódico, no bastan las palabras. Si este “reconocimiento” se queda nomás en un discurso bonito en un museo, pues no sirvió de nada. Fue puro atole con el dedo para que nos callemos otro rato. Pero si de veras sirve para que nos tratemos de a de veras como iguales, sin “paternalismos”, como dicen (o sea, sin que nos vean como sus sobrinos brutos a los que vinieron a enseñar a hablar), ah, bueno, entonces sí fue un “primer paso”.

Al final, chato, este pleito ya no es por el oro que se llevaron, ni por las espadas, ni por las cartas de López Obrador. Es por el futuro. Es para ver si ya podemos dejar de echarnos en cara la Conquista cada que nos sentamos a comer, y mejor nos ponemos a trabajar. Lo que importa no es si Cortés le pidió perdón a Moctezuma, sino si el empresario de Madrid y el de Tepic pueden hacer negocios sin que uno se sienta superior al otro.

Es un gesto, sí. Una lección política, dicen. Pero falta ver si de veras hay coherencia. Porque del dicho al hecho…

Ahí, precisamente ahí… está el detalle.

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