Crónica Meridiana | Jorge Enrique González
Las nueve y media de la mañana en domingo es de madrugada.
Es 9 de noviembre de 2025. De madrugada se conmemora medio siglo de aquella elección en Nayarit que sacudió el sistema político mexicano. Cincuenta años exactos del día en que Alejandro Gascón Mercado, candidato a gobernador, y miles de nayaritas, vieron cómo se les negaba un triunfo que sentían suyo.
El partido hegemónico, el PRI, había permitido que un hombre del “paraestatal” y/o “satélite” Partido Popular Socialista (PPS) ganara una elección municipal y gobernara la capital del estado en 1972. Un experimento. Una anomalía. Pero no permitiría que ganara y tomara el control del estado en 1975.
La historia oficial, para quienes la aceptan, es que Gascón perdió. La historia que se cuenta aquí, en este salón sindical, es la de un fraude electoral monumental que impidió la primera gubernatura de izquierda, marxista-leninista, en el México de la Guerra Sucia.
Alejandro seguiría en la lucha. Se escindiría del PPS, fundaría otro partido, el Partido del Pueblo Mexicano (PPM), y después se sumaría al gran proyecto unificador en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Su nombre está hoy en el muro de honor del Congreso local. Da nombre al más importante canal de riego del estado. Es un fantasma oficial, un prócer domesticado.
Ayer, sin embargo, ni la academia, ni la clase que ejerce el poder, ni el periodismo, ni los historiadores se ocuparon de aquella apuesta electoral. Una apuesta que, como recordaría uno de los ponentes, era una extrañeza: un movimiento electoral masivo en un México en llamas, un país inclinado a la guerrilla ante la cerrazón del poder.
Sólo sus aliados, los hijos y nietos de la causa, se reunieron. Muchos, agrupados en el Partido de los Comunistas, una organización sin registro formal pero con memoria larga.
Las izquierdas que ahora ejercen el poder y se proclaman herederas de las luchas del pasado siglo no han podido venir, pues se reponen de la fatiga de compartir en sus redes sociales sus selfies con la Presidenta de la República que estuvo de gira por Nayarit este sábado.
La convocatoria se hizo para las 9:30 en la sede del sindicato de la burocracia estatal, el SUTSEM, en el fraccionamiento Las Aves. A las nueve, estaban dispuestas 40 sillas negras de plástico. Ante la concurrencia, fueron traídas otras diez, blancas. El quórum crecía. Minutos después, alguien trajo diez más, de un rojo prehistórico, deslavido, sillas que en otra vida pertenecieron a la Coca-Cola. Sesenta sillas para cincuenta años de memoria. Tal vez las suficientes.
Carlos Rodríguez, profesor, y Manuel Rueda, periodista, ambos secretarios de Alejandro Gascón en sus años de gloria, han llegado con anticipación.
El cartel anunciaba el panel La Izquierda y la Democracia en México. Los ponentes: Fernando Acosta Esquivel, Raúl Romero, Luis Javier Valero Flores, Tatiana Coll Lebedeff, Efren Cortés Chávez, Carlos González García, José Luis Sánchez González, Sergio Silva Castañeda, y un ominoso “invitados por confirmar”.
Poco después de las diez, Leonardo Fabio Rodríguez López, secretario de acción política del SUTSEM, dio la bienvenida. Un hombre de la casa, un burócrata sindical que con lenguaje medido —”les envía un saludo”, “agenda apretada”, “temas de carácter laboral”— deseó que los trabajos fueran “para bien de la causa que traigan ustedes”.
Hubo mañanitas. Se las cantaron al profesor Raúl Rea Carvajal, que cumplía 90 años. Historia viva. En la puerta del sindicato, el profesor Rea entregó a los asistentes, como en sus tiempos de juventud, como hace 50 años, un manifiesto y una publicación reciente con su firma. Un gesto que era, en sí mismo, una crónica.
El panel fue un diván.
Hubo de todo: romantización del movimiento, romantización de su principal cabeza (“fue patrimonio del pueblo”, dijo uno). Hubo extrapolaciones donde se le puso como par de Salvador Allende. Hubo gratitud de quienes se formaron en esas ideas de compromiso socialista. Hubo, cómo no, loas a los pueblos “heroicos” de Cuba y Venezuela.
Pero hubo dos intervenciones que rompieron el protocolo del homenaje. Que sacaron la memoria del bronce y la bajaron al lodo de los archivos y las traiciones.
Primero, Sergio Silva Castañeda. Un hombre joven que habla con la carga de un apellido. Nieto de Salvador Castañeda, uno de los pilares de aquel movimiento.
Silva, aprendiz de historiador, contó la anécdota que lo tenía ahí. Su abuelo le pidió un día escribir sobre el 75. Él se resistió. “Yo no puedo escribir como historiador algo del 75 porque no voy a ser objetivo”, le dijo.
La respuesta del abuelo fue una sentencia: “Por eso quiero que tú lo escribas. Justamente por eso”.
Y Sergio Silva lo escribió. Fue al Archivo General de la Nación. Buscó en los fondos de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política del régimen. Y encontró “la otra versión de la historia”. La versión que el gobierno se contó a sí mismo.
“Lo que yo encuentro”, dijo Silva a los 60 asistentes, “es un gobierno con miedo. Con miedo a la gente que se organizaba”.
Dejó caer los datos. El 8 de noviembre de 1975, un día antes de la elección, un reporte de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) dice: “Todo está en calma”. Pero en el mismo documento, la DFS solicita enviar tropas a Tepic, Tuxpan, Santiago, San Blas, Compostela. “Todo en calma”, repitió Silva, paladeando la ironía, “pero manden al ejército”.
El dato que silenció el salón: “Cuarenta soldados por casilla”.
“Imagínense la próxima elección federal”, retó Silva, “llegar y que haya 40 soldados de ahí en cada una de las casillas. Es otra cosa”.
Pero la joya del archivo, el dato que confirma el fraude, estaba en Santiago Ixcuintla. Silva encontró el reporte de la DFS al secretario de Gobernación al día siguiente de la elección: “Alejandro Gascón llevaba 8,743 votos contra 2,228 del candidato del PRI”. Una ventaja de 4 a 1.
“El resultado oficial que sale una semana después”, continuó Silva, “dice que gana el PRI. Con 5,536 votos”.
El salón procesó la matemática. El PRI “ganó” con menos votos de los que Gascón tenía de ventaja. “Desaparecieron los votos”, dijo Silva, sin adjetivos. El dato era suficiente.
Y entonces, la traición. La que se platicaba en los cafés y ahora aparecía en los papeles oficiales. Silva encontró el reporte del agente de la DFS que vigilaba al líder nacional del PPS, Jorge Cruickshank. El reporte que decía que, mientras Gascón y el pueblo de Nayarit denunciaban el fraude en las calles de Tepic, Cruickshank se había regresado a la Ciudad de México.
“No se regresó en cualquier vuelo”, precisó Silva. “Se regresó en el mismo vuelo privado que Porfirio Muñoz Ledo”.
La imagen quedó flotando sobre las sillas rojas de Coca-Cola. El líder “socialista” y el operador del régimen. “Seguramente”, remató Silva, “tomándose un coñac, terminándose de negociar a 10 mil metros de altura en un avión privado”.
Si Silva trajo los datos del archivo, José Luis Sánchez González, diputado federal por el Partido del Trabajo, trajo el fuego de la militancia. La mística. Reivindicó la palabra “socialista”. “Hoy en día muchos tratan de ocultar ese término”, tronó. “Pero el equipo de entonces reivindicaba el término socialista y lo hacía con orgullo. ¡Y el pueblo de la mayoría no se asustaba con el término!”.
Faltaba el análisis. La tercera herida. Si Silva Castañeda habló del fraude del PRI, Tatiana Coll Lebedeff, socióloga, historiadora, militante, habló del fraude de la propia izquierda.
“En vez de hacer una apelación heroica”, dijo, con la calma de la academia, “me gustaría intentar un debate. Un problema que hemos tenido en la izquierda es la carencia de debates en el que nos escuchemos”.
Planteó la gran pregunta: ¿Por qué en Nayarit, en 1975, cuajó un movimiento electoral que aspiraba a gobernar, “en medio de un país en llamas”, un país de guerra sucia y guerrillas?
Y luego, relató la segunda traición. Años después del 75, Gascón y su PPM se suman al esfuerzo para crear el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Gascón, con la fuerza popular de Nayarit, Sinaloa, Sonora, era el candidato natural para dirigir el nuevo partido.
Pero el viejo Partido Comunista Mexicano (PCM), “depositarios históricos de la verdad”, no podía permitirlo.
“¿Y dónde se perdió el famoso congreso?”, preguntó Tatiana al aire. “Se perdió en las afiliaciones. En el conteo de la burocracia”.
Contó cómo los operadores del PCM, “con una maestría aprendida ahí en la Unión Soviética”, controlaron el archivo y empezaron a “cepillar” las afiliaciones del PPM. “Quitar miembros. Porque con menos miembros, pues teníamos menos delegados”.
Fue un fraude interno. El temor a Alejandro Gascón, a su fuerza popular.
Y de esa negociación, de esa “transa”, recordó Tatiana, nació un híbrido. “Había una canción en ese momento de Rigo Tovar, de un pescadito. Entonces nosotros decíamos, tuvimos un pescadito…”. Hizo una pausa.
“Nació un hijo ‘con cola de pescado y cara de mapache'”.
La carcajada fue amarga. El fraude del PRI dolió, pero el fraude de los camaradas, 50 años después, sigue ardiendo.
Citados a las 9:30, iniciado el encuentro poco después de las 10:00, unos minutos antes de las 2:00 de la tarde se dio por concluida la celebración. Cuatro horas de historia, archivos y recriminaciones.
La gente se fue dispersando. Quedaron las 60 sillas desordenadas, las blancas, las negras, las de rojo prehistórico. Quedó el eco de los 40 soldados por casilla, del coñac en el avión privado, del “cara de mapache” nacido de la izquierda.
Cincuenta años después, el sueño solferino sigue siendo eso: un sueño. Una memoria que se niega a ser un simple nombre en un muro de honor.



