Jorge Zepeda Patterson es un analista que exige la atención del lector por el rigor de sus tesis y por la posición desde la que las enuncia. Es biógrafo de la Presidenta Sheinbaum y simpatizante de la cuatroté, razón por la cual su análisis no puede despacharse con el expediente de las filias o fobias partidistas. Cuando un cuadro cercano al proyecto advierte sobre sus riesgos estructurales, es menester escuchar con la alerta que el momento exige.
La encrucijada que él mismo ha puesto sobre la mesa es la gran paradoja del segundo piso de la Cuarta Transformación. El proyecto ha desplegado un objetivo tan ambicioso como justo: conseguir un crecimiento sostenido con distribución y derrama social. Ésta es la apuesta definitiva para demostrar que esta fuerza política es viable en términos políticos, pero sobre todo económicos. La amenaza: si no lo logra, el país caerá en la trampa de América del Sur, donde los gobiernos populares fracasaron y vieron el regreso de la derecha.
La hipótesis central del analista es inclemente: la polarización, que reditúa tanto en términos políticos, es tóxica en términos económicos.
Los gobiernos populares, explica Zepeda, se han visto obligados a recurrir a la polarización porque es la manera más rentable y directa de conservar una amplia base social. Nada genera más sentido de identidad que el contraste con el adversario, con esos “otros” a los que se culpa de los agravios históricos. En este sentido, la polarización actúa como un somnífero. Ayuda a mantener viva la esperanza y la unidad de los conversos, alimentando la sensación de cambio ante la impaciencia que generan los resultados que tardan en llegar.
El somnífero funciona, pero tiene un precio. El problema es que, mientras las arengas políticas y la polarización ayudan a mantener viva la esperanza de quienes aspiran a un empleo digno, dañan las condiciones que permitirían generar ese empleo.
El Plan México no puede fructificar sin una cuantiosa inversión privada. Y he aquí la gran paradoja del proyecto: muchos de los que están en condiciones de generar esa inversión son, de manera directa o indirecta, esos “otros” a los que interpela constantemente el discurso polarizador. La sobre politización es la kriptonita que inhabilita cualquier esfuerzo para generar un clima favorable a los negocios.
La decisión de invertir en un país está lejos de ser un acto de fe ideológica; es una evaluación de riesgo y de certeza jurídica. La percepción de una presidenta militante, las instituciones a las que se les atribuye un sesgo doctrinario o politizado, y la incertidumbre jurídica o indefensión frente a imponderables, son factores que inhiben a los actores económicos a asumir riesgos, créditos y obligaciones.
Éste es el punto clave: la falta de confianza parece una simple fobia de la élite, pero admitamos que es una reacción racional ante la politización de las reglas. Cuando la ley y las instituciones se perciben como herramientas del grupo político en el poder, y no como pilares imparciales, la inversión se retrae. Aquí y en todo el mundo.
El mensaje que se proyecta cuando las arengas son más importantes que los acuerdos, es que los intereses del grupo político en el poder están antes que las razones de Estado. Y este mensaje, por sutil que sea, es la kriptonita.
Zepeda Patterson no ignora los desafíos del gobernante. Señala que la presidenta está obligada a desplazarse entre muchos equilibrios. Debe cuidar no ser rebasada por la izquierda y mantener la coherencia con las banderas del movimiento. Pero debe asumir el costo que tiene el mantener una imagen de dirigente de una corriente política más que de jefa de Estado, debilitando la posibilidad de presentarse como una gobernante para todos.
El analista nos recuerda la dura lección sudamericana: si la prosperidad no se sostiene, el somnífero de la polarización pierde su efecto. Los gobiernos populares de la región tuvieron un éxito inmediato con la primera oleada de subsidios y aumentos salariales; pero tras ese primer momento, no pudieron generar una prosperidad sostenida. Pasado un tiempo, las arengas resultaron insuficientes cuando los ciudadanos advirtieron que sus condiciones de vida se habían deteriorado por la inflación o el estancamiento.
La presidenta tiene la capacidad, la inteligencia y la responsabilidad para evitar este destino. Lo decisivo, al final, no dependerá de los niveles de aprobación; dependerá, en gran medida, de que los 300 mil empresarios medianos y grandes (que generan dos tercios de la riqueza) tengan la confianza para asumir un mayor riesgo y se pongan a invertir.
El dilema se resume en una elección de prioridades: ¿se prioriza el control político a través de la arenga, o la prosperidad económica a través de la certeza jurídica y la conciliación?
El proyecto sólo será trascendente si logra traducir su inmenso apoyo político en prosperidad sostenida. Y para ello, el Excel deberá doblegar a la Arenga, y la certeza jurídica debe ser restaurada. Es la única vía para que el Bienestar deje de ser una consigna y se convierta en una realidad económica.



