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martes, diciembre 9, 2025
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De “poeta de señoritingos” a tesoro de caja fuerte

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Juzgado cursi por críticos, sin lectores en su tierra, un libro suyo costó 200 mil pesos hace 19 años. Aquí, la crónica del hallazgo de En voz baja, el libro parisino de Amado Nervo que marca el paso del poeta declamatorio al autor íntimo que profetizó su propia modernidad

Julián y Alejandro fueron hermanos. Los hermanos Gascón Mercado militaron en partidos distintos, pero aliados; uno fue gobernador de Nayarit postulado por el PRI, el otro compitió por el mismo cargo y el PRI le hizo fraude hace 50 años. En materia literaria caminaron también en los polos: Julián era devoto de Amado Nervo; Alejandro resumía en una frase lapidaria su opinión sobre el poeta tepiqueño: “Nervo es un poeta de señoritingos y quedadas”.

Esta frase, un dardo envenenado que resume el sentir de toda una generación de críticos iconoclastas, resuena en mi cabeza la mañana en que me recuerdan una cifra: 200 mil pesos. Ése es el valor de un libro de Amado Nervo que, según me dicen, se conserva bajo llave como una reliquia en el corazón de Nayarit. El autor de esta crónica confiesa que acepta una invitación a conocerlo más por morbo, porque su opinión del poeta, en la trinchera del escepticismo, es cercana a la de Alejandro Gascón. Quiero ver, no que me cuenten, cómo es un libro de tan alto costo.

Pedro López González (Xalisco, 1943), historiador de profesión y devoto confeso de Nervo, me cita en la hemeroteca de la Universidad Autónoma de Nayarit (UAN). El encuentro tiene un propósito concreto y ambicioso: presenciar el inicio de un proyecto para reeditar esa joya bibliográfica, un libro que, por su rareza y valor, se ha convertido en un mito local.

Nuestro anfitrión me espera junto a Gustavo Jiménez Aguirre (Córdoba, Veracruz, 1958), el hombre que ha dedicado la mayor parte de su vida como investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) al conocimiento y difusión de la vasta obra de Nervo, ese tepiqueño que fue periodista, cronista, cuentista, novelista y poeta.

Llego un par de minutos después de la cita y me pierdo la apertura exacta del cofre del tesoro. El libro ya se ha extraído de la caja fuerte. Permanece abierto en un atril de mesa. Gustavo lo mira con la meticulosidad de un relojero y la concentración de un cirujano. No sé si lo ve más con las manos enfundadas en guantes de látex que con los ojos. El protocolo es estricto: ni una gota de sudor o grasa debe tocar el papel que ha viajado por el mundo. Pedro, nuestro anfitrión, nos ve de reojo porque él conoce la épica historia del libro desde el momento en que llegó a la Universidad.

El libro en cuestión es En voz baja, publicado en París, en 1909, por la Librería Paul Ollendorff. Su valor, justificado en la cifra de los 200 mil pesos, es el valor de una alianza: la del poeta con el dibujante. El ejemplar que tenemos enfrente es verdaderamente único por estar ilustrado con viñetas de Rafael Ponce de León Delgado (1884-1909), otro tepiqueño.

Pedro toma la palabra y, con el tono de quien narra una intriga cultural, nos cuenta la épica de la adquisición. El ejemplar perteneció originalmente a Rodrigo Rivero Levi, un coleccionista “fructífero” y amplio dedicado a la recuperación de antigüedades en la Ciudad de México, con quien Pedro había entablado contacto. El azar quiere que se encuentren por una razón insólita: “Tuve la suerte de encontrarlo porque lo invitó la embajada filipina a Manila para dar una conferencia… Me toca de compañero y me comenta que tiene un libro de Nayarit”.

Al regresar a la Ciudad de México, el coleccionista le comenta su interés de que el libro se quede en Nayarit, en manos de Pedro. Pedro, pensando que es un libro barato, acepta. Cuando Rivero Levi le da el título y el precio, la realidad es un golpe: 200 mil pesos. “Me da él esta cantidad y digo que  yo no compraba esas cosas tan… caras. Yo no compro cosas tan caras… ni las tengo”. La verdad que en esos años Pedro lo que compraba a precios altos eran autos de lujo y ocasionalmente libros de 25 mil pesos, pero el monto que pedía el anticuario no estaba en sus planes.

Ante la imposibilidad personal de adquirirlo, Pedro sugiere al coleccionista dos opciones: que lo compre la Universidad o que lo compre el Gobierno del Estado. El destino teje la anécdota en octubre o noviembre de 2007. El dueño del libro está accidentalmente en Tepic, justo cuando el gobernador visita la Ciudad de la Cultura de la UAN para inaugurar unas aulas de la Escuela de Economía. La oportunidad es ahora.

“Aprovechamos [el momento] para ir a ver al gobernador y proponerle la compra”, recuerda Pedro.

La entrevista se concreta. El coleccionista se entrevista con el gobernador, y Pedro subraya la importancia del ejemplar. El gobernador, entusiasmado, da su visto bueno a la compra, pero impone una condición: el libro es para la Universidad. La operación se cierra con un gesto de mecenazgo compartido, un modelo ejemplar que permite el regreso de la joya: “El 50 por ciento lo pone el Gobierno del Estado y el otro 50 por ciento el anticuario”.

El ejemplar, que incluso fue libro de cabecera del pintor y escultor Jesús Chucho Reyes, se queda en Tepic, resguardado en la hemeroteca. Su valor es doble: es tanto un valor económico como un valor histórico. Un valor digno del tamaño del libro y de la historia de su adquisición.

Con la anécdota narrada, la pieza bibliográfica se revela en toda su singularidad. Gustavo Jiménez Aguirre nos explica por qué este ejemplar es, materialmente, único. La edición de En voz baja incluyó un tiro corto de verdadero lujo: dos ejemplares en papel de Japón y diez ejemplares en papel de Holanda. Esta última es la edición especialísima, la de lujo, empastada en tela.

Sin embargo, el valor se multiplica, trascendiendo la rareza del papel de importación, por un detalle artístico que lo convierte en un solo ejemplar en el mundo: las viñetas de Rafael Ponce de León.

Ponce de León, un pintor que había recibido sus primeras lecciones de dibujo en Tepic con Jesús Bonilla (1865-1935) antes de trasladarse a París para especializarse, realiza esas viñetas a lápiz. Jiménez Aguirre es categórico al confirmar la rareza:”Se trata de un ejemplar ilustrado. Es ejemplar único. Por eso es el valor”.

El libro vale por su autor, vale por la rareza de los doce ejemplares en papel especial, pero su precio exorbitante y su valor patrimonial se basan en ser el único con esas ilustraciones originales de un paisano del poeta, un auténtico tesoro de Nayarit.

El investigador de la UNAM, con el tesoro abierto frente a él, nos conduce más allá de su valor monetario y material, hacia el centro de su trascendencia literaria.

“Es un libro importante,” nos dice Gustavo Jiménez Aguirre, “porque marca una tendencia diferente en la poesía del autor, reconocida en su momento por Miguel de Unamuno”.

En voz baja es el pasaporte de Nervo hacia su etapa de madurez. Aquí el poeta deja de lado al autor grandilocuente y declamatorio de su primera etapa, el que escribió obras como La raza de bronce, para revelar un autor más personal, más íntimo. El volumen recoge un poema clave dedicado al fallecimiento de su madre a finales de 1905. Es un dolor íntimo, doméstico, que se convierte en catalizador estético.

“Aquí ya Nervo recoge este poema y se prepara para una etapa en donde su poesía tiene un cambio rotundo hacia lo personal y después vendrá todo el proceso del duelo por el fallecimiento de la Amada Inmóvil.”

En términos de crítica literaria, este libro es un punto de inflexión. “Es decir, el libro es un parteaguas poéticamente dentro de la estética y la poética del autor”.

Es el volumen que anuncia la voz que posteriormente sería revalorada por críticos de la segunda mitad del siglo XX. Durante una época, la obra de Nervo es sumamente cuestionada por su popularidad y emotividad, recibiendo el rechazo de la élite de poetas como Salvador Novo, Javier Villaurrutia y Jorge Cuesta. Sin embargo, esa situación ha cambiado. La visión se ha modificado por críticos y ensayistas como José Emilio Pacheco, Manuel Durán, Carlos Monsiváis y José Joaquín Blanco, quienes reconocen que su obra es sumamente diversa, abarcando demasiados registros. La prosa de Nervo, como novelista, cuentista y cronista, ha sido revalorada aun más, superando incluso el interés por su poesía entre la academia mexicana y extranjera.

Paradójicamente, la pieza que nos ocupa, un ejemplar de papel de Holanda y viñetas únicas, se conecta con el futuro digital que el propio poeta profetizó. Gustavo Jiménez Aguirre nos recuerda que, al margen de la relectura de su poesía, Nervo está hoy más vivo que nunca en los soportes digitales.

El investigador es el director del proyecto que creó La novela corta: una biblioteca virtual, un sitio ahora en mantenimiento que surge, precisamente, gracias al trabajo sobre Nervo. El poeta apostó siempre por la brevedad narrativa: “Nervo se presta mucho para la edición digital porque en prosa como autor de cuento, de novela, de crónica, siempre es breve, dado que él publicaba en revistas, en periódicos. Su apuesta era por la brevedad y esto le da a Nervo hoy mucha actualidad para ponerlo en repositorios digitales”.

La Biblioteca Virtual, con colecciones de novelas de México, Centroamérica y del Caribe, de los siglos XIX, XX, registra 50 mil descargas anuales. Esto confirma que, mientras en su tierra natal la indiferencia condena sus textos al olvido, el Nervo digital y breve que Jiménez Aguirre ha rescatado es consultado por estudiantes y especialistas de todo el mundo.

La mañana en la hemeroteca de la UAN, con el guante de látex y la fragilidad del papel amarillo, es el escenario para la reconciliación. La voz sarcástica de Alejandro Gascón, que había motivado mi morbo inicial, palidece ante la evidencia material y literaria. Es el valor económico, estético y documental que atestigua la evolución de uno de los escritores más influyentes y polémicos de México. El proyecto de reedición, iniciado en esa tranquila mañana de sábado es un acto de justicia bibliográfica, una invitación a que los nayaritas, y el resto de los lectores, se acerquen a redescubrir la voz íntima de Nervo, la que se esconde en esas páginas que se guardan bajo llave, esperando para ser leídas en voz baja.

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