
Hace unos días, la conocida catedral del vicio en Guadalajara, Jalisco, fue profanada por la santa presencia del Padre Guilherme. Un sacerdote de la Arquidiócesis de Braga, reconocido mundialmente por combinar la música electrónica con cantos religiosos.
La oscuridad del Bar Americas, epicentro de la escena underground de la región, fue atravesada por un set de alabanzas y súplicas, cuyo momento cumbre llegó con un remix de La Guadalupana.
Cientos de voces jóvenes se unieron al unísono para entonar fervientes el coro de esta canción de Manuel Esperón y Ernesto Cortázar, cuya popularidad bien podría compararse con Las Mañanitas o el Cielito Lindo. Nada de esto es una casualidad. La Virgen de Guadalupe es uno de los más grandes símbolos que tiene la mexicanidad.
De origen mestizo, la imagen de la “madre de todos los mexicanos”, nació en la época virreinal como una narrativa épica que uniera a los indígenas que rendían culto a la Tonantzin, con la mítica católica de la Inmaculada Concepción.
Uno de los relatos más fuertes que se han creado en la historia de Latinoamérica y que permiten entender la evangelización de esta zona geográfica, tal como lo señaló Stefano Cecchin, presidente de la Pontificia Academia Mariana Internacional: “Para nosotros Guadalupe es el Sinaí de América… ahí nació el pueblo cristiano americano”.
La épica narrativa de la virgen del Tepeyac es una de las grandes leyendas de nuestra mitología actual. Con los años lejos de diluirse, como lo manda la modernidad líquida, se ha mantenido rodeada del misticismo detrás de la obra cumbre que narra el Nican Mopohua, la tilma de Juan Diego en que la virgen presenta su imagen.
Científicos han mostrado su sorpresa y fascinación en la imagen construida hace casi 500 años, la cual ha mostrado una durabilidad inexplicable, diversos simbolismos y gran resistencia a daños, incluyendo un explosivo atentado.
Sucesos que al final del día alimentaron más esta leyenda de misticismo y epicidad. Sin embargo, como toda narrativa fuerte y perdurable, a lo largo de la historia, ha funcionado para construir identidad y movilizar a las masas.
Desde su génesis, el relato de la Virgen de Guadalupe funcionó para unir al pueblo conquistado con el pueblo conquistador. Brindó identidad tanto a criollos, como a mestizos y a indígenas, permitiendo instaurar una narrativa que diera legitimidad a la Nueva España y a su vez redujera tensiones entre los españoles y los pueblos originarios.
Posteriormente, en la concepción de la nación mexicana fue el estandarte con que Miguel Hidalgo llamó a tomar las armas y liberarse del yugo español, dando una nueva identidad al símbolo que rompía con la narrativa instaurada por los españoles.
Consumada la independencia Agustín de Iturbide, fiel devoto de la Virgen, elevó el simbolismo de la misma instaurándola como la protectora del México Independiente, buscando así no sólo abrazar a las élites católicas en su visión de crear el primer Imperio Mexicano, sino también para crear un símbolo de identidad que permitiera la unión del pueblo tras la guerra civil.
Con el paso del tiempo, vinieron más guerras que buscaban extirpar la influencia del catolicismo sobre el Estado, pero a pesar de estas, la imagen de la virgen morena siempre fue respetada debido al poderoso instrumento de cohesión que significaba para la sociedad.
En otras palabras, la Virgen de Guadalupe se convirtió en un símbolo del mexicano, tan grande como la bandera tricolor o el emblema del águila devorando la serpiente.
A raíz de la nación Independiente, gobernantes no dejaron de expresar su admiración por la imagen guadalupana, sobre todo después de la guerra cristera que significó uno de los más cruentos enfrentamientos entre los mexicanos.
Durante los gobiernos priistas, muchos de los presidentes se declararon devotos guadalupanos, pero mantuvieron al margen sus creencias. En el año 2000, el ganador de la contienda Vicente Fox, retomó el simbolismo mariano para enaltecer sus raíces conservadores-católicas, y visitó la basílica a los pocos días. Su sucesor Felipe Calderón incluso inició el Triduo de la Oración por la Paz y la Reconciliación en México desde la sede del máximo símbolo del catolicismo mexicano.
Conocido el gran peso simbólico de la Virgen de Guadalupe, el propio Andrés Manuel López Obrador hizo referencia a la misma. Declaró un asueto no oficial el día 12 de diciembre, para que los creyentes realizaran sus rituales e incluso llegó a mostrar que cargaba una estampita con la imagen mariana, como un guiño a sus votantes devotos.
El retomar estos ejemplos, es recordar que dentro de la política existe lo que se llama el capital simbólico y quizá en México nada se compara con el que tiene la Virgen de Guadalupe. Recordarlo hoy es importante, cuando ves la imagen de Ricardo Salinas Pliego, insinuar sus intenciones políticas con el símbolo de la Virgen de Guadalupe a un costado.
O cuando escuchas al expresidente de Estados Unidos, Joe Biden, declararse guadalupano y afirmar que en cada visita a México, acude a presentar sus respetos a la virgen morena.
Y por supuesto, su sucesor Donald Trump, rompió un silencio de más de 200 años y honró la fiesta de la Inmaculada Concepción en Estados Unidos, la solemnidad católica más importante de esta nación. Trump, asumido como cristiano no denominacional, en su acto inédito no sólo reconoció el papel del simbolismo mariano en la fundación de Estados Unidos, sino incluso hizo un paréntesis para destacar la relevancia de la Virgen de Guadalupe en México y Latinoamérica.
Lo anterior no es un momento de iluminación religioso, sino aprovechar el discurso para hacer alusión a simbolismos de un sector importante para su plataforma política. La comunidad católica y la comunidad latina que representan el 22 y el 15 por ciento de los votantes, respectivamente, sobre todo en estados con una amplía división ideológica.
Desde Hidalgo hasta Trump, la fuerza de la narrativa guadalupana sigue presente y ha demostrado ser uno de los productos más rentables dentro de la política no sólo nacional, sino incluso estadounidense.
EN DEFINITIVO… Ser mexicano y no ser guadalupano parece ser una contradicción hasta biológica. La pluralidad de ideas y culturas dentro de nuestro país han encontrado en la virgen del Tepeyac un punto de cohesión, y en un mundo de identidad líquida esto es oro puro. Al final de cuentas, como dijo alguna vez el catedrático Víctor Alarcón Olguín en una conferencia en la UAN: “En México la diversidad de pensamiento es tan extensa, que incluso hay marxistas-guadalupanos”.



