
Nuestros afanes exigen explicaciones más allá de toda racionalidad, ante los excesos de la irracionalidad que domina la ambición desmedida de quienes cultivan ansiosamente los terrenos del caos, pero sin conciencia de ello. Carece de sentido concentrar brutalmente los bienes (y el poder en todas sus manifestaciones) más superfluos en tanto impera la indigencia. Cuando hay pobreza y extrema desigualdad resulta penoso ser considerado humano o evidencia de vida inteligente en la tierra.
Muy lejos están los buenos de los malos. Ahora sí podemos decir quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La verdad es que siempre habíamos podido hacerlo. Nos daba un poco de vergüenza, Ahora, ante la canallada cotidiana, ante los asesinatos transmitidos en tiempo real, seguimos callados, pero ahora nos da un poco de pena.
Cioran nos lleva a una atmósfera en la que todo es cuestionado, en la que todo es concebido con la lógica de la podredumbre, en el ánimo de un colocador de bombas. Lo peor de todo es que a Cioran no sería popular actualmente. Dado el consumismo y la cosificación de todo, quizá Cioran podría ser convertido en un “bonito” souvenir revolucionario. ¿Qué nos dice el revolucionario potencialmente convertido en mercancía?
1. Hoy se mata en nombre de algo; nadie se atreve a hacerlo espontáneamente; de tal suerte que incluso los verdugos deben invocar motivos y, al estar el heroísmo en desuso, quien se deja tentar por él, más bien resuelve un problema que consuma un sacrificio.
2. La era de la gran Fealdad comienza: una histeria sin calidad se extiende por el mundo. San Pablo –el agente electoral más considerable de todos los tiempos– ha hecho sus giras, infectando con sus epístolas la claridad del mundo antiguo. ¡Un epiléptico triunfa sobre cinco siglos de filosofía! ¡La Razón confiscada por los Padres de la Iglesia!
3. Una civilización evoluciona de la escritura a la paradoja. Entre estos dos extremos se desenvuelve el combate entre la barbarie y la neurosis: de aquí resulta el equilibrio inestable de las épocas creadoras.
4. El verdadero precursor no es quien propone un sistema cuando nadie lo quiere, sino más bien quien precipita el Caos y su agente y turiferario. Es una vulgaridad trompetear dogmas en plena época extenuada, en la que todo sueño de futuro parece delirio o impostura.
5. Somos los grandes decrépitos, apesadumbrados por los antiguos sueños, por siempre ineptos para la utopía, técnicos de fatigas, enterradores del futuro, horrorizados por los avatares del viejo Adán. El Árbol de la Vida no conocerá ya primavera: es un leño seco; con él harán ataúdes para nuestros huesos, nuestros sueños y nuestros dolores.
6. Quien a todo precio quiere perpetuarse apenas se distingue del perro; todavía es naturaleza; no comprenderá jamás que se puede sufrir el imperio de los instintos y rebelarse contra ellos, gozar las ventajas de la especie y despreciarlas: un fin de raza, con apetitos… Ahí está el conflicto de quien adora y abomina a la mujer, supremamente indeciso entre la atracción y el asco que le inspira. Por eso –no logrando renegar totalmente de la especie– resuelve ese conflicto soñando, sobre los senos, con el destierro y mezclando un perfume claustral al vaho de sudores demasiado concretos. Las insinceridades de la carne le aproximan a los santos…
7. Concibo que pueda tenerse gusto por la cruz, pero reproducir todos los días el fatigado acontecimiento del Calvario, tiene algo de maravilloso, de insensato y de estúpido. Pues a fin de cuentas, el Salvador, si se abusa de sus prestigios, se hace tan fastidioso como cualquier otro.
8. Si queremos conservar cierta decencia intelectual, el entusiasmo por la civilización debe ser barrido, lo mismo que la superstición de la Historia.
9. El universo comienza y acaba con cada individuo, sea Shakespeare o Don Nadie; pues cada individuo vive en lo absoluto, su mérito o su nulidad…
10. Vengarse presupone una vigilancia de cada instante y un espíritu sistemático, una continuidad costosa, mientras que la indiferencia del perdón y del desprecio hace las horas gratamente vacías. Todas las morales representan un peligro para la bondad; sólo la incuria la salva. Tras haber elegido la flema del imbécil y la apatía del ángel, me excluí de los actos y, como la bondad es incompatible con la vida, me he podrido para ser bueno.
11. Todas nuestras humillaciones provienen de que no podemos resolvernos a morir de hambre. Pagamos cara esta cobardía. ¡Vivir en función de los hombres, sin vocación de mendigo! ¡Rebajarse ante estos macacos encorbatados, suertudos, infatuados!; ¡estar a merced de esas caricaturas, indignas hasta el desprecio! La vergüenza de tener que solicitar algo, sea lo que sea, excita el deseo de aniquilar este planeta, con sus jerarquías y las degradaciones que comporta. La sociedad no es un mal sino un desastre; ¡qué estúpido milagro que pueda vivirse en ella! Cuando se la contempla entre la rabia y la indiferencia, se hace inexplicable que nadie haya sido capaz de demoler su edificio, que no haya habido hasta ahora gentes de bien, desesperadas y decentes, para arrasarla y borrar sus huellas.
12. Mirad vuestro cuerpo en un espejo: comprenderéis que sois mortales; pasead vuestros dedos sobre vuestras costillas, como sobre una mandolina, y veréis lo cerca que estáis de la tumba. Gracias a que estamos vestidos alardeamos de inmortalidad: ¿cómo puede uno morir cuando lleva corbata? El cadáver que se endominga ya no se reconoce, e imaginando la eternidad, se apropia de la ilusión.
13. Que el hombre se haya dejado engañar por el espejismo del progreso, es algo que vuelve ridículas todas sus pretensiones de sutileza. ¿El Progreso? Quizá se encuentre en la higiene. Pero, ¿en qué otra parte?, ¿en los descubrimientos científicos? No son más que una suma de glorias nefastas… ¿Quién, de buena fe, podría escoger entre la edad de piedra y la de los útiles modernos? Tan cerca del mono el uno como el otro, escalamos las nubes por los mismos motivos que trepábamos a los árboles: sólo los medios de nuestra curiosidad –pura o criminal– han cambiado, y –con reflejos disfrazados– somos más diversamente rapaces.
14. ¿Por qué insurgirnos aún contra la simetría de este mundo cuando el mismo Caos no podría ser más que un sistema de desórdenes? Pues nuestro destino es pudrirnos con los continentes y las estrellas, pasearemos, como enfermos resignados, y hasta el final de las edades, la curiosidad por un desenlace previsto, espantoso y vano.



