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miércoles, diciembre 31, 2025
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Relata Jorge su lucha contra las drogas y la muerte

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Tenía apenas 12 años cuando probó la mariguana por primera vez, estudiaba en la secundaria federal cercana al monumento de La Hermana Agua y fue una compañera quien lo invitó: "Nos fuimos atrás de los baños. Ella armó el cigarro, lo prendió y luego fumamos", recordó

Jorge abre la puerta del OXXO con una mano y la otra la extiende para pedir una moneda. Sonríe poco. Sus ojos, hundidos y enrojecidos, miran sin mirar. Tiene 24 años, pero su rostro parece haber vivido más inviernos de los que marca su edad. La noche del 24 de diciembre, mientras muchas familias celebraban la Navidad, Jorge estuvo a punto de morir solo, tirado en un terreno baldío, como consecuencia del consumo de las drogas.

“Mi nombre es Jorge soy adicto”, dice sin rodeos, como quien ya no necesita esconderse. Es hijo de padres divorciados y desde hace más de tres años sobrevive abriendo puertas en tiendas de conveniencia. A veces recibe monedas; en raras ocasiones recibe un billete de 50 pesos, pero con lo que recolecta compra sus alimentos y pequeñas dosis de drogas para su consumo personal.

Su historia con las drogas comenzó temprano, demasiado. Tenía apenas 12 años cuando probó la marihuana por primera vez. Estudiaba la secundaria federal cercana al monumento de La Hermana Agua y fue una compañera quien lo invitó: “Nos fuimos atrás de los baños. Ella armó el cigarro, lo prendió y luego fumamos”, recuerda.

Dice que al principio no sintió gran cosa; solo sueño, sed y hambre, pero después llegó la risa descontrolada, la sensación de flotar, los ojos abiertos de más y “no sabía si estaba alucinando o si era real”, dice.

Poco después dejó de ir a clases, el consumo avanzaba al mismo ritmo que el abandono a las escuelas, pero cuando su padrastro lo descubrió, llegaron los golpes y luego, la expulsión de lo que era su hogar. A pesar de que la casa era de su madre, ella no intervino para que se quedara: “Eso fue lo que más me dolió. No me defendió. Solo obedecía lo que él decía. Me corrieron porque, según, no servía para nada”.

Ante esta situación, Jorge aprendió a dormir en cualquier parte de la ciudad, en banquetas, debajo de puentes, en lotes baldíos, y también aprendió a convivir con ratas y cucarachas, con el frío, con el hambre: “Porque miedo no tengo, nada me espanta, ni la muerte”, afirma.

Enseguida recordó que la noche del 24 de diciembre él tuvo la muerte encima. Ese día consiguió más de dos mil pesos y los gastó en cristal. Consumió solo, dosis tras dosis, hasta perder la noción del tiempo y del cuerpo: “De pronto ya no podía mover los pies. Me asusté. El corazón se me salía del pecho, se me nubló la vista y ya no supe más”.

Despertó horas después, boca abajo, vomitado, con una herida en la frente. Estaba en un terreno baldío, a su lado, El Ranas, un conocido de la calle, quien gritaba su nombre: “Regresaste Jorge, regresaste”, le gritaba su compañero de la farra, quien le dijo que todos pensaban que estaba muerto.

Explicó que El Ranas le dijo que los vecinos le comentaron que la noche anterior, mientras Jorge consumía la droga a orillas del río Mololoa, se había convulsionado y que la gente solo pasaba sin darle ayuda: “Dice su compa que me vio tirado, me reconoció y se quedó a mi lado en espera de la ambulancia que nunca llegó”.

Dijo que desde entonces, mientras abre puertas y estira la mano, siente que ha perdido la memoria, porque se le olvidan los días, los lugares donde se encuentra parado: “Antes creía que estaba embrujado, pero ahora creo que soy adicto a cualquier tipo de drogas”.

Nos despedimos de Jorge y él sigue ahí, afuera de un OXXO, abriendo y cerrando puertas a cambio de una moneda que seguramente utilizará para acortar la distancia entre la vida y la muerte.

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