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sábado, agosto 2, 2025
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El viejo Emilio y el viejo oficio político

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“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”

C. Marx

Un día hice una pregunta al querido amigo y ex diputado federal Héctor Guillermo Valencia Mallorquín (PARM, XLIX Legislatura, 1973–1976). Le inquirí, “¿Cuándo nació el viejo Emilio?” Me respondió, con una sonrisa bien oculta, inmutable y firme: “Emilio no nació, nomás se apareció”. ¿Quién es ese que apareció y ya no está?

Es cierto, a Emilio se le recuerda en parte de la población por sus méritos como un viejo político “resolvedor” de problemas, pero no por su historia ni por su trayectoria. Justo reconocer que también se le recuerda como “revolvedor” de problemas. Los que no recuerdan a Emilio, difícilmente pueden recordar otros nombres de la historia política del estado. A la mayoría de la población el nombre de Emilio González no les dice absolutamente nada. (Es una lástima que la historia se olvide, ya sea la de Juárez o la de Maximiliano, pues, al fin y al cabo, todas las historias son multifacéticas y son farsa o tragedia).

Esto no es ni pretende serlo, una apología de la figura política del viejo Emilio, para absolutamente nada. Como todos, él también tuvo luces y sombras. Al personaje siempre se le recuerda por su rostro lleno de arrugas hechas por el implacable arado del tiempo. El viejo fue un mutante de la política. Eso debe destacarse en un tiempo y espacio en el que, como ahora, los partidos tampoco existían. Entonces tampoco había clase política. No obstante, figuras políticas destacadas como el viejo Emilio, esas sí existían y existen, para fortuna de la política.

Cientos, si no miles de anécdotas se cuentan de don Emilio. Algunos pasajes de su vida nos sirven para explicar su forma de proceder en su vida pública. Una descripción (autorizada) de su paso por la vida política del estado, fue elaborada y publicada por el querido Maestro Octavio Camelo Romero. Aquí me referiré a ciertas historias que pueden resultar reveladoras de una forma de hacer las cosas en la vida pública y que son relativamente inéditas.

Una de esas anécdotas se relaciona con el fraude electoral del que fue objeto Emilio González el 28 de agosto de 1961. Ese año se realizaron elecciones federales intermedias, siendo presidente de la República Adolfo López Mateos. Habiendo obtenido miles de votos a su favor, y su más cercano contrincante apenas unas decenas de votos, el triunfo se le reconoció al que obtuvo un puñado de votos.

En dictamen del 28 de agosto de 1961, se concretó el descarado asalto en despoblado, mediante el que se despojaba a Emilio (PRI) de la diputación para entregarla en manos de Manuel Stephens, del Partido Popular Socialista.

Lo que procedía en esa ocasión era la reposición de todo el proceso electoral. En efecto, no se debió haber sacado una diputación federal del lodo, si se reconocía que habrían existido “irregularidades manifiestas en el proceso electoral, tanto en la instalación de casillas como en las actas de escrutinio y en el cómputo final”. Reponer el proceso era lo que disponía la legislación electoral vigente y no asignar la curul al segundo lugar.

¿Por qué se le despojó a Emilio de aquella diputación? Conversando con diferentes personas que supieron de ese asunto, han salido a relucir varios intentos para explicarlo. Se dice, verbigracia, que a Emilio se le despojó por su cercanía con Gilberto Flores Muñoz, a quien no estimaba el Presidente López Mateos. También se sostiene que podría haber sido una concesión negativa a don Fidel Velázquez, a quien Emilio no habría consultado para buscar la diputación federal. Esas son las dos explicaciones más sólidas y que podrían ser ciertas.

Lo que aprendió Emilio de esa experiencia, es que cuando el poder actúa, todo puede ocurrir. No obstante, Emilio se disciplinó en términos marciales. Soportó el despojo y tiempo después regresó a su actividad como dirigente cetemista de trabajadores. Su estoicismo le permitió continuar en la escena política y sindical que luego llevó a esferas sociales más amplias. El viejo Emilio ya había sido diputado federal por primera vez, de 1940 a 1943, a la edad de 27 años.

Años más tarde, Emilio reforzó su influencia y lo llevó a confrontaciones que no buscó. De esa manera, se registra una etapa por demás interesante durante el gobierno presidido por Julián Gascón Mercado. Me refiero al intento por expulsar del PRI al dirigente político.

En 1965, siendo el doctor Alejandro López Díaz presidente del comité directivo estatal del Partido Revolucionario Institucional, se intentó expulsar de las filas del PRI a Emilio González. Esa historia llegó a relatármela el propio López Díaz, que también era líder de los diputados locales en ese año.

La respuesta a ese intento de expulsar a Emilio de las filas del PRI fue clara y contundente, ¡pero no de choque! Como le sugería su equipo, Emilio organizó una gran manifestación. Solamente que la misma no fue concebida para protestar contra el gobierno o contra el PRI, como le sugerían, sino todo lo contrario. Sí, Emilio había ordenado realizar una muestra de fuerza y ¡de apoyo al gobierno de Julián y para reafirmar su militancia priista! El viejo ganó la batalla.

Pasaron los años y ese fuerte choque quedó en el olvido. Años más tarde, en numerosas conversaciones el doctor López Díaz reconocía en Emilio a una persona que sabía administrar una buena dosis de mala memoria. Siendo gobernador de Nayarit (1981-1987), Emilio designó a López Díaz Representante Personal para atender planteamientos populares. Luego, Emilio arribó al Senado de la República y López Díaz fue incorporado al equipo del ex mandatario estatal, en calidad de asesor personal. El querido doctor López Díaz, reconocía y admiraba al viejo Emilio, y entre risas festivas, solía comentar, “Mira, ahora como de la mano de Emilio”.

La mano izquierda de Emilio se equilibrada con una mano dura que poco se le conoció, quizá porque poco es lo que la tuvo que blandir. Siendo Emilio el Gobernador de Nayarit y José Félix Torres Haro su Secretario General de Gobierno, se registró una fuerte diferencia entre ambos personajes. Mientras Emilio había logrado trascender del plano sindical a la esfera social, Torres Haro se había convertido en jefe de un cartel transportista conocido como “Pulpo Camionero”.

El “líder camionero” ordenó un paro general del transporte en Nayarit. Personajes como López Díaz, aseguraban que Emilio se había molestado mucho con ese acto que le pareció una demostración de inmadurez, deslealtad y falta de respeto a su investidura.

Probó Emilio la fuerza de Torres Haro, pero luego ordenó medidas contrarias para contrarrestar el efecto del paro general de transporte. El representante del “pulpo camionero” debió doblar las manos ante la respuesta de Emilio. El gobernador daba señales de que podría iniciar un proceso democratizador de las concesiones de transporte público. El paro general terminó como inició, súbitamente.

Tirios y troyanos han reconocido la habilidad de Emilio para sumar en la mayoría de los casos y para sumir en situaciones extremas. La habilidad política de Emilio ha sido reconocida de manera casi unánime. Esa habilidad es necesaria en todo momento en la esfera política. La política no es espacio adecuado para la reproducción endogámica.

El viejo Ramón Audelo Landázuri (RAL), se refería a Emilio como “mi tío Emilio”. El periodista solía decir que la política siempre ha sido la misma. Quizá el tiempo le ha dado la razón.

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