Ante la creciente crisis de vocaciones religiosas se hizo hace tiempo un estudio en México. Los pocos jóvenes con intereses clericales se visualizaban como sacerdotes poderosos y con sobrados bienes. Nadie soñaba con la pobreza como forma de vida. Tampoco con la castidad. Pero hay buenas noticias: quizá estemos en un punto donde los monasterios se abarroten de candidatos a hermanos mendicantes. En México ha sucedido el milagro de que el partido casi único comparta con la Orden de los Franciscanos dos votos exigibles para sus militantes: no robar (pobreza), no traicionar (obediencia). La prueba de fuego será el testimonio personal y familiar a que estarán obligados quienes han renunciado a quedarse con una parte del dinero que administran. Consta que amor y dinero no se pueden ocultar. No mentir es otra historia.