Retomo aquí ―recortadas, recontextualizadas y modificadas― unas pocas palabras de “En paz”, uno de los poemas más famosos de Amado Nervo para dar testimonio de un evento llevado a cabo en “petit comité” en el Auditorio de la Unidad Académica de Educación y Humanidades de la Universidad Autónoma de Nayarit el pasado jueves 22 de agosto de 2024, cuya razón de ser consistió en la entrega de la Constancia de Acreditación del Programa Académico de la Licenciatura en Filosofía.
Después de que se recordara a las personas ahí presentes ―autoridades universitarias, coordinadores de programas académicos, profesores y alumnos del programa, personal administrativo y manual, la casi totalidad de ellas contribuyentes para hacer posible la mencionada acreditación― que el camino hacia la acreditación se inició en el relativamente lejano año 2015, de manera inmediata y espontánea vinieron:
A mi mente [con diáfana claridad] ese poema del que he tomado las palabras que han llegado a denominar estas…
A mi memoria, aquel día ―más lejano aún y que suelo referir una y otra vez― en que Pablo Antonio García Galaviz, compañero en las aulas [y más aún en el campo de futbol ahora desaparecido] del Seminario Diocesano de Tepic y en ese año 2004 secretario general del SPAUAN generó en mí un estado de asombro al decirme que en la Universidad Autónoma de Nayarit, con ocasión de la reforma que seguía en curso, se había creado una licenciatura en filosofía que había iniciado en el ciclo 2003-2004 y…
A mi corazón, una avalancha de recuerdos, de experiencias vividas, de “rostros y corazones” que se fueron “apareciendo” a lo largo de casi 19 años de colaborar en el programa acompañando esos complejos procesos de formación de quienes eligieron esa “carrera” que tantas y tantas interrogantes suscita en familiares y amistades y que tantas y tantas interrogantes ―¡peores aún y muchas de ellas sin respuesta!― despierta en quienes van recorriendo semestre tras semestre, unidad de aprendizaje tras unidad de aprendizaje, ese camino formativo que, probablemente, encuentre su expresión más precisa desde los “holzwege”, esos “caminos del bosque” de cuño heideggeriano con su significación no solo de caminos, sino también de sendas o veredas que no conducen a ninguna parte [de ahí que una de las obras del pensador recluido los últimos años de su vida en su cabaña de la Selva Negra haya traducido esa palabra por “Sendas perdidas”].
Esa palabra ―convertida en concepto y en singular [”holzweg”]― parece capaz de iluminar esa senda hacia la acreditación del programa de filosofía de la UAN, porque así como el camino formativo en el amplio y complejo ámbito del filosofar, va despertando interrogantes “a diestra y siniestra”, “a tiempo y destiempo”, con motivos y sin ellos, el “rudo camino” culminado el pasado jueves ha adquirido, una y otra vez, ese “rostro” de un recorrido que parecía fallido…
La gran noticia, sin embargo, es que esta senda en la que quienes la tuvimos que recorrer nos sentimos una y otra vez “perdidos en una selva oscura” como Dante Alighieri, o en medio de una noche oscura como los místicos de las más diversas tradiciones espirituales, porque el proceso ―en que lo que se tejía de día parecía destejerse de noche como la tela de Penélope en La Odisea― se vio truncado una y otra vez, por razones y sinrazones diversas: falta de dinero, falta de documentos, la pandemia, el cansancio y el desánimo de los encargados de las “famosas carpetas”, pero llegó a buen puerto, mostró que la “esperanza [no fue] fallida, que los trabajos “no fueron injustos” [tal vez incluso, “que la pena no fue inmerecida”], por lo que, quienes integran el Programa Académico de la Licenciatura en Filosofía y quienes lo han venido apoyando pueden exclamar a una voz con el bardo neogallego-nayarita: “estamos en paz”.
ES verdad que no se trata de la siempre anhelada y nunca alcanzada “paz perpetua” kantiana, ni mucho menos de esa Paz “que no es como la que da el mundo” que es un regalo que baja del cielo, pero sí de esa paz que acompaña la consecución de una meta que, aun siendo provisional, fue difícil de alcanzar porque hubo que recorrer “un rudo camino” que, habrá que recorrer de nuevo; es más, que desde el pasado 29 de junio se comenzó a recorrer porque esa acreditación tiene una validez de solo cinco años, cuatro menos que los que se tuvo que trabajar para llegar a ella y la nueva senda comenzó un día después de la emisión de la constancia…
Coincidentemente, ese jueves 22 de agosto fue también el día en que se cumplieron 100 años de aquel Decreto Presidencial por medio del cual la Escuela Nacional de Altos Estudios de la entonces denominada aún Universidad Nacional de México se transformó en la Facultad de Filosofía y Letras y un buen día para ratificar mi adiós agradecido [y un tanto dolorido] al programa, y con él, a quienes lo coordinaron a lo largo de estos años, a los compañeros y compañeras de “una docencia que no es docencia”, a quienes pasaron por las aulas de filosofía y me dieron la oportunidad de acompañarles “my way” de “siembra al voleo” [algo lejanas de los parámetros académicos y pedagógicos] por unas “ínsulas oscuras” del pensamiento particularmente difíciles de transitar en los tiempos que corren por considerarse anacrónicos e intempestivos: el “oscurantismo luminoso del medioevo”; el “cadáver de religiones que siguen vivas más allá de su muerte”; los “metafisiqueos [Amado Nervo “dixit”] que debieran haber sido ya proscritos”; “lenguas muertas [el griego y el latín] que sobreviven en sus herederas”; por “las sabias locuras nietzscheanas” y “los sinsentindos heideggerianos cargados de sentido”; las “no-filosofías latinoamericanas críticas y creativas”, “las flores y cantos [“in xóchitl in cuícatl”] mítico-religiosos de los nahuas originarios”…