Por Manuel Salinas Solís
La cultura, el arte y su difusión, decíamos la semana pasada, son básicos a la hora de urdir inventar, reinventar y defender eso que llamamos “ser nacional” emparentado en primerísimo grado con otro concepto igualmente estructural: la soberanía del país.
La idea que tenemos de México y de cada uno de nosotros como parte de él, deriva en buena medida de las concepciones que a lo largo del tiempo han entretejido las expresiones culturales y artísticas florecidas aquí y fuera de aquí y por supuesto de la difusión que han merecido.
El cine bien llamado séptimo arte por ejemplo, ha sido contribuyente eficaz a crear en nosotros y en otros, una idea de nuestro país. Con todas las licencias habidas y por haber, tomadas por sus realizadores y los estereotipos creados al respecto principalmente en la llamada Época de Oro del Cine Mexicano, en menor o mayor medida quedó tatuada en nuestro subconsciente colectivo la idea que aportó el cine de nosotros y de lo nuestro.
Por ejemplo las imágenes llevadas a la pantalla por Emilio El Indio Fernández, poéticamente tratadas en los claro oscuros de la cámara mágica de Gabriel Figueroa quedan ahí para siempre en un discurso que desde luego no se ajusta herméticamente con el México de hoy, pero que yace en el fondo de nosotros como la ensoñación de una edad de oro, de una suerte de edén extraviado.
Paraíso perdido, inocencias desaparecidas que un paisano nuestro santiaguense para más, dejó también grabadas en la memoria de todos.
Me refiero al trabajo pictórico de excepcional calidad de Eduardo Cataño Wihelmy que lamentablemente hoy a 60 años de su muerte permanece y no en el olvido. Digo que permanece y no, porque aún hoy día podemos ver su obra que circula aunque escasa, en calendarios que en la década de los cincuenta y sesenta vivieron su apogeo. Difícilmente había una casa, un restaurante, una cantina, o una peluquería en donde no hubiese colgado de la pared un calendario del pintor Cataño, o guardada en el alacenero o trastero (mueble generalmente vertical con puertas de vidrio en donde se guardaba la vajilla más selecta y los vasos y copas de lucir) una charola con aquellas alegorías tan peculiares de mujeres hermosas.
No lo sé de fijo pero siempre he pensado que la leyenda del Popocatepetl y el Ixtaccihuatl conocido popularmente como La Mujer Dormida no ha sido plásticamente mejor ilustrada que en ese célebre trabajo de Cataño donde se aprecia a un guerrero azteca postrado ante el cuerpo hermosísimo de una nívea mujer que duerme apacible.
Actualmente la Fundación Slim a través del Museo Soumaya en la ciudad de México mantiene en exhibición parte de la obra del pintor santiaguense para el que quiera admirarla y si quiere usted conseguir alguno de los calendarios famosos de nuestro paisano y está de visita en la capital, búsquelos en un puesto de periódicos y revistas que acostumbra ubicarse en la calle de Tacuba, afuera de la entrada norte de Telégrafos Nacionales, a un costado del palacio de Minería, frente al Museo Nacional de Arte (MUNAL)
De Cataño por supuesto es el poema Santiagueño Mariachero:
Nací a la orilla del rio
No recordara Santiago
Sin la creciente del rio
Que pretal tiene Santiago
Que chavindas lleva el rio
Lleva tumbos de caimanes
Pasa borracho de rayos
Gritando su desatino
Rascando el lomo del cieno
Con luceros de camino
¿Habrá en Santiago o en Tepic alguna calle, alguna placa, un busto, un monumento que recuerde a paisano tan ilustre como lo fue este pintor y poeta nayarita?
Para todos como siempre salud y fibra!!!