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sábado, agosto 2, 2025
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Mejor que el Silencio | “Y si lo encuentro yo, ¿qué?

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La infancia, ese período que muchos de nosotros recordamos con una mezcla de ternura y nostalgia, está marcado por momentos sencillos pero llenos de significado. ¿Quién no recuerda cuando nuestra madre nos pedía, con voz cariñosa pero firme, que fuéramos a buscar el “deste” que estaba por ahí, encima del otro “deste”? Y aunque recorríamos cada rincón, nunca logramos encontrarlo. El temor de escuchar la famosísima frase de nuestra madre: “Y si lo encuentro yo, ¿qué?, si lo encuentro yo, ¿qué te hago?”, nos llenaba de angustia y siempre terminábamos regañados.

Y ahí estábamos, buscando algo que no entendíamos cómo ella siempre lograba encontrar. Las madres tienen ese poder mágico, ese superpoder inexplicable de hallar lo perdido. En México, como en muchos lugares del mundo, ese poder se transforma, en ocasiones, en la desesperación de una madre que no encuentra a su hijo, su hija, o un ser querido.

Este dolor, esa angustia que solo una madre puede sentir, se refleja de manera brutal en el reciente hallazgo de tres hornos crematorios clandestinos y restos humanos calcinados en el rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco. Este hallazgo, comparado con escenas de Auschwitz, revela el horror de una violencia desmedida, así como también expone la ineficacia y la indiferencia del sistema de justicia mexicano ante una crisis que cada día se cobra más vidas. Realizado por el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, este descubrimiento destapa de forma cruel tanto la magnitud del crimen como la vergonzosa impunidad que impera en las instituciones encargadas de proteger a los ciudadanos.

El rancho, donde se encontraron los restos humanos, ya había sido inspeccionado por las autoridades en septiembre de 2024. Sin embargo, la magnitud de la tragedia pasó desapercibida en ese cateo previo. ¿Por qué no se encontraron los hornos clandestinos? ¿Cómo es posible que, después de un cateo en un sitio con antecedentes de ser utilizado por el crimen organizado, los delincuentes regresaran sin vigilancia? La respuesta, tristemente, sigue siendo una incógnita.

Jalisco, uno de los estados más afectados por las desapariciones forzadas, tiene más de 15 mil personas reportadas como desaparecidas, según la Comisión Nacional de Búsqueda. Las madres, abuelos, hermanas, amigas, todos buscan incansablemente a sus seres queridos, atrapados en una red de engaños y promesas falsas. Los jóvenes, engañados con ofertas de trabajo que se convierten en trampas mortales, caen en las garras del crimen organizado, que los explota y asesina sin remordimiento.

El caso de Teuchitlán, aunque particularmente macabro, no es un hecho aislado. En varias regiones de México, el crimen organizado ha logrado infiltrarse en la vida cotidiana, utilizando promesas de trabajo digno como anzuelo para captar nuevas víctimas, incluso a través de los videojuegos, prometiéndoles obtener “skins” o artilugios especiales.

En Izaguirre, se hallaron cientos de objetos personales: zapatos, libretas, fotografías. Cada uno de esos objetos lleva consigo la huella de una madre que espera, que clama por respuestas. Un zapato que alguna vez cubrió un pie que ya no vuelve. Una libreta que aún guarda las esperanzas de un futuro que nunca llegó. Una camiseta regalada con cariño en algún cumpleaños. Una mochila vacía, que alguna vez se llenó de sueños e ilusiones, pero ahora solo contiene polvo.

Lo más doloroso, sin embargo, es la falta de respuestas de las autoridades. El gobernador de Jalisco, Pablo Lemus, y el fiscal Salvador González aseguran que las investigaciones siguen su curso, pero la ineficiencia y la falta de transparencia son abrumadoras. Aunque el rancho fue asegurado en 2024 y se detuvieron a diez personas, no hubo un seguimiento adecuado. Si este lugar era un centro de exterminio criminal, ¿por qué no se tomaron medidas más estrictas? ¿Por qué no se reforzaron las vigilancias cuando ya se sabía lo que sucedía allí? Las madres siguen esperando respuestas, pero las autoridades parecen haber sido sobrepasadas por un crimen que sigue ganando terreno.

La crítica es más que válida: ¿hasta cuándo permitiremos que el crimen organizado se infiltre en nuestras comunidades y en nuestras instituciones? Las madres, que con tanto amor y sacrificio nos han guiado, ya no pueden esperar más. No basta con prometer más seguridad. El sistema de justicia sigue siendo insuficiente, y cada día que pasa, nuevas familias se ven arrastradas a la tragedia de no saber dónde están sus seres queridos.

Teuchitlán refleja la impunidad que permite que las desapariciones y la violencia aumenten, mientras las autoridades se quedan mirando desde lejos, incapaces de desmantelar las estructuras del crimen organizado. Aunque se han realizado algunas detenciones, el avance sigue siendo mínimo ante el constante incremento de casos de violencia, especialmente contra mujeres y jóvenes.

Que el rancho haya sido hallado con restos humanos seis meses después de un cateo revela una alarmante falta de coordinación entre las autoridades locales, estatales y federales. ¿Cómo puede ser que un lugar conocido por su vinculación con el crimen no haya estado bajo vigilancia constante? Esta omisión refleja una terrible desconexión y falta de responsabilidad de las instituciones que se supone deben protegernos.

La crisis de desapariciones en Jalisco y en todo México ha llegado a un punto límite. La respuesta del gobierno no puede ser solo una mera acción institucional. Necesitamos un compromiso verdadero, un compromiso moral con las familias que han perdido a un ser querido. Las autoridades deben entender que la desaparición de una persona no es solo una cifra más en una lista, sino una tragedia personal que destroza a toda una familia. Este hallazgo, aunque no ha sido el único, pero sí el de mayor magnitud, debe ser un llamado urgente a la acción.

La labor colectiva, principalmente de los familiares que salen a buscar a sus seres queridos, va más allá de quienes la lideran; es un mensaje para todas aquellas que guardan fotografías bajo la almohada y pasan noches en vela. Les dice que, incluso en la más profunda oscuridad, hay manos tendidas, estrategias compartidas y corazones que laten al unísono. Que la ayuda no entiende de banderas ni fronteras, sino que se construye con lo único que realmente importa: la humanidad que nos conecta.

Hoy, ese alivio llega de forma amarga y no solo llega a quienes salieron a buscar, sino también a quienes esperan en casa, quienes vieron los en vivos en redes sociales de las madres buscadores mostrando las prendas para que los familiares identificaran y supieran que sus familiares ya están cerca, las familias podrán tener certidumbre y un lugar fijo al cual rezarles. Cada avance es una grieta en el muro de la impunidad, una prueba de que, unidas, incluso lo imposible puede tambalearse. La esperanza, finalmente, no es solo un sentimiento individual, sino un acto colectivo que nos recuerda que, cuando nos sostenemos unos a otros, no hay barrera que no podamos derribar.

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