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sábado, agosto 2, 2025
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Seguridad vial… a la carta

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Por ausencia Avelleira

Como en muchas otras actividades en México, somos campeones de vivir al filo de la navaja: acudir al médico sólo si algo nos duele; reparar el techo de nuestra vivienda cuando las primeras gotas manchan la carpeta tejida de la abuela; inscribir al chamaco en la escuela el último día de registro y, si es posible, un día después, “aí le hacemos la chillona a la directora, mi amor”. Puede usted pensar en las decenas de actividades que ha dejado para el último momento.

Claro que todas estas actitudes tienen un antídoto muy nacional:
“La misa será a las 12”, dijo el padre Ángel, “así que pon las once en las invitaciones, madre, ya ves lo triste que estuvo la misa de Irenita, sólo sus papás y un padrino”. Así vivimos, en un constante encuentro entre la prisa, la ocurrencia, la falta de planeación y, eso sí, la mexicanísima improvisación, a la que hemos elevado a la condición de virtud que muestra una inteligencia que nos hace superiores al común de los mortales.

Y tal parece que es así, con esa inteligencia superior, que enfrentamos las cosas serias de nuestro país, estado o municipio. Resulta que hay un choque en algún crucero de la ciudad, corremos a instalar semáforos; un peatón es atropellado en una avenida oscura, acuden operarios del municipio e instalan un par de lámparas LED (que, por cierto, duran un par de semanas por lo menos); es imposible transitar por la calle en que los padres de familia detienen sus autos en segunda y hasta tercera fila para dejar a sus querubines a las puertas mismas de su centro escolar. Ahí sí no hay inteligencia que valga: maestros y algunos paterfamilias comprometidos intentan agilizar la circulación, pero todo es imposible, los bocinazos continúan y no hay quien ceda.

¿Es peligrosa nuestra ciudad? Cuente usted las decenas de cruces de metal u otros materiales —cenotafios, dice el diccionario— en que se consigna el nombre y la fecha en que alguna persona perdió la vida en algún accidente de tránsito. Llenar calles y avenidas con semáforos y topes no parece ser una solución aceptable. La movilidad vehicular también es importante, y, aun así, es lugar común enterarnos del semaforazo en el que los participantes de un accidente en un crucero señalizado afirman con vehemencia “tener la luz verde”.

Cientos y miles de palabras han escrito los especialistas en estos temas de seguridad; recomiendan señalización eficiente, iluminación adecuada, reglamentos precisos, pero hay tres aspectos fundamentales: la ingeniería, la educación y la observancia.

Necesitamos calles y avenidas bien diseñadas y señalizadas, necesitamos insistir en la información que, desde la escuela elemental, reciban los futuros ciudadanos y, claro, en esto de la observancia, la autoridad que debe velar por el cumplimiento de las medidas.

Una de las medidas que ha probado ser eficiente en la reducción de conflictos en el tránsito son: reducir los límites de velocidad, aplicar programas de velocidad reducida —por ejemplo, 30 km/h en todo un sistema—, aplicar medidas para estrechar las vías de circulación. Habrá que pensarlo y hacernos, entre otras, una pregunta: ¿estoy dispuesto a circular en mi ciudad capital a 30 kilómetros por hora?

Hace un par de años, conduje mi vehículo a la velocidad que indicaba el reglamento, en la avenida Insurgentes, desde Plaza de Álica hasta el entronque de avenida Tecnológico con el libramiento, ese que se decía inteligente. Recibí bocinazos, improperios, miradas condescendientes y de enojo, y ningún otro vehículo circuló detrás del mío.

La labor parece titánica, y ya que está de moda la palabreja, diré que hace falta una reingeniería que ilumine las neuronas de los mexicanos. Y en algún momento podremos convivir peatones, ciclistas, motociclistas y demás fauna que se disputa los urbanos espacios.

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