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miércoles, agosto 6, 2025
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Del modelo que fue pervertido al regreso del poder al pueblo

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“Después que con bramidos espantosos / Infundieron pavor a los mortales, / Estos montes, que al mundo estremecieron, / Un ratoncillo fue lo que parieron”

Félix María Samaniego

(PRIMERA DE TRES PARTES)

¿LEGISLANDO POR LEGISLAR?

COMO PARTO DE LOS MONTES, TRAMO DE LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE 2014.

Son como ollas sin caldo; son como esfinges sin secreto. Los ha habido antes y ahora también los hay. Hacen su historia como la de los perros que corren ladrando tras un auto que pasa por el vecindario: cuando alcanzan su objetivo se callan al hocico y se regresan con la cabeza gacha y el rabo entre las patas a echarse como lo que son, como perros. Me refiero a esos “legisladores” ambiciosos e imbéciles que cuestan mucho y no valen nada. De que los hay, los hay.

Por lo anterior, no extraña que muchos de esos “legisladores” solamente hayan actuado (y actúen) como “levanta-dedos”. Nunca supieron y nunca pudieron aportar nada para el fortalecimiento de las instituciones del país. Algunos, en el mejor de los casos, solamente se mostraron como estridentes bufones o como “rellenadores de letrinas”. No obstante, esta es una tremenda oportunidad que puede significar la consolidación del regreso del poder al pueblo.

No siempre ha sido así. A pesar de todos los pesares, el Constituyente de Querétaro supo hacer aportaciones que desafortunadamente pronto fueron sometidas a los rigores de poderes desatados.

Es en efecto, en 1916-1917, cuando los legisladores constituyentes de Querétaro decidieron honrar la memoria de Francisco I. Madero, dejando en claro en la Constitución la no reelección del Presidente. El texto preveía que la persona que hubiese ejercido el cargo de Presidente, bajo cualquier denominación, “en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”. La divisa porfirista-maderista del sufragio efectivo y la no reelección, se plasmaba en el Pacto Federal sin dejar lugar a dudas. El periodo al frente del Poder Ejecutivo se definió en cuatro años. La toma de posesión se definió para el primero de diciembre del año de la elección.

El 22 de enero de 1927 eso cambió con el impulso de un sinvergüenza como Plutarco Elías Calles. En esa fecha se consumó la modificación del texto constitucional para abrir la puerta a la reelección, aunque no consecutiva y “sólo por un periodo más”. Por Nayarit (podría ser que a ciegas), firmaron el decreto Antioco Rodríguez y Luis Frías como diputados y como Senador Juan Espinoza Bávara. Este último había sido beneficiado por lo que podríamos denominar un fraude electoral escenificado en 1916 con motivo de la elección de diputados al Constituyente. Fue declarado diputado propietario “por el 3er. distrito electoral de Tepic, y no por el 2º. como antes se había aprobado” (28 de noviembre de 1916, Colegio Electoral). Se convocó a elecciones en dos distritos y él fue diputado por el tercero. Una gracejada fundacional.

Regresemos tras la moral digresión. Poco más de un año después, (DOF, 24 de enero de 1928), el mismo conchudo de Plutarco impulsaba una reforma a la Constitución para extender el periodo presidencial a seis años. La modificación implicaba que un Presidente no se podía reelegir de manera inmediata, pero dejaba la puerta abierta para otras reelecciones no consecutivas (sin definir cuantas). La fecha para la toma de posesión, se mantenía para el primero de diciembre. La reforma se firmaba por los senadores nayaritas Juan Espinoza Bávara y José María Aguilar.

Cabe recordar que Álvaro Obregón había sido reelecto el primero de julio de 1928 para iniciar el ejercicio de su encargo de Presidente del primero de diciembre de 1928 al 30 de noviembre de 1932. El martes 17 de julio de 1928 es asesinado.

Como consecuencia de tales acontecimientos, el Congreso designó como Presidente Provisional a Emilio Portes Gil (juez y parte, pues era Secretario de Estado y del Despacho y Gobernación de Elías Calles), asumiendo el cargo el primero de diciembre de 1928 y entregando el mando a Pascual Ortiz Rubio el 5 de febrero de 1930.

El 24 de enero de 1928, con Obregón en campaña y con Elías Calles en la Presidencia, se reforma el artículo 83 de la Constitución Federal. El decreto redefinía el periodo presidencial: ahora habría de extenderse a seis años. Tengamos presente que en julio de 1928 es asesinado Obregón. El 17 de octubre de 1928 se publica en el DOF la convocatoria a elecciones presidenciales, ¡pero indebidamente para un periodo de cuatro años y no de seis! El nuevo texto del artículo 83 constitucional ya estaba en pleno vigor cuando asesinan a Obregón y cuando se publica la convocatoria a elecciones extraordinarias.

Estando al frente del Poder Ejecutivo Federal Abelardo L. Rodríguez, (que asume el cargo tras la renuncia de Pascual Ortiz Rubio), en 1933 se modifica de nuevo el contenido del artículo 83. Regresa por sus fueros el principio de la no reelección. Duración en el cargo: seis años. Toma de posesión, sigue siendo el primero de diciembre del año de la elección. No se reelegirá a la persona que haya ejercido el cargo de Presidente bajo cualquier denominación. Todo un homenaje legislativo a don Francisco I. Madero. Los diputados por Nayarit eran M. Jiménez y Guillermo Flores Muñoz y los Senadores eran Gustavo R. Cristo y Esteban Baca Calderón. Los mismos actores se mantenían en la escena.

El 2012 estuvo de suerte el artículo 83 de la Ley Fundamental. Se reformó su contenido, pero de manera anodina, boba. En 2012 siendo Presidente (haiga sido como haiga sido) Felipe Calderón Hinojosa, se reforma el citado dispositivo (DOF, jueves 9 de agosto). La reforma es insubstancial, irrelevante. Ni siquiera vale la pena detenernos más en ese espacio si no es para escupir en la tumba de tan inservibles restos constitucionales.

En 2014 la Constitución no corrió con la misma suerte. Los legisladores modificaron la fecha de toma de posesión de manera absurda, grotesca, arbitraria e inútil, por (casi) no decir que de manera estúpida. Se modificó la fecha de toma de posesión del cargo, trasladándose del primero de diciembre al primero de octubre. En uno de sus artículos transitorios (el segundo –fracción II, inciso “a”–), la reforma disponía que las elecciones federales y locales se tendrían que celebrar “el primer domingo de junio del año que corresponda, en los términos de esta Constitución, a partir del 2015, salvo aquellas que se verifiquen en 2018, las cuales se llevarán a cabo el primer domingo de julio”. Esta reforma nos recuerda lo ocurrido en el parto de los montes, pues en esta porción lo que se parió fue un ridículo ratón.

Durante el periodo en que las elecciones se celebraban el primer domingo de julio, la toma de posesión del Presidente de la República se registraba el primero de diciembre de ese mismo año. Eso significa que entre el día de la elección y el momento de asumir el cargo el nuevo Presidente, transcurrían aproximadamente cinco meses. Con la reforma, el periodo se acortaba de cinco a cuatro meses. La reforma respectiva no fue sino parto de los montes.

El peregrino argumento para apuntalar esa modificación se relaciona con la aprobación de las leyes de egresos e ingresos. Se supondría que el Presidente entrante tendría más tiempo para influir en el diseño de ambas disposiciones. En realidad, no era necesaria esa insulsa reforma constitucional. Habría sido mejor aprobar un decreto que previera todo lo relativo a la entrega-recepción de la administración gubernamental, así como ocurre en algunas entidades federativas (aunque con numerosas deficiencias, como en el caso de la Ley de Entrega-Recepción de la Administración Pública del Estado de Nayarit). El contenido de una ley así podría dar más de 45 días para influir en el diseño de las finanzas federales y podría regular el acceso a recursos públicos de la persona que debe recibir el gobierno prácticamente desde que se le entrega su constancia de mayoría. Esto último debe atrapar el mínimo de tiempo posible, como 30 o cuarenta días como máximo.

El daño está hecho; carece de sentido intentar regresar al calendario anterior en el que la asunción del Presidente de México se realizaba el primero de diciembre. Las cosas pudieron ser peores. La estupidez de algunas reformas de 2014 debe asumirse como hecho consumado y con cabeza fría. ¿Entonces para que toda esta reflexión?: para pensar serenamente en la necesidad de legislar la entrega-recepción en el plano federal.

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