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jueves, agosto 21, 2025
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En política, el ejercicio crítico es indispensable

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“Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones”

Jorge Luis Borges

No es sencillo aceptar la crítica. Existe resistencia casi natural a la misma. Por consecuencia, no es sencillo tampoco sostener una conversación respetuosa, abierta y sin el ánimo de tender trampas lenguaraces a los interlocutores. No es fácil plantear la crítica y la misma tampoco es fácilmente digerible.

La discusión no es sencilla porque es común la descalificación y la negativa a entender que el intercambio de puntos de vista no debe implicar la renuncia a las propias convicciones ni el ánimo de que nuestros interlocutores abandonen las suyas. Deliberación, dialogo, discusión y discernimiento se entrelazan en un pensamiento de Karl Popper: “…si yo puedo aprender de ti y quiero aprender en beneficio de la búsqueda de la verdad, entonces no sólo te debo tolerar, sino reconocerte como mi igual en potencia; la potencial unidad e igualdad de derechos de todas las personas son un requisito de nuestra disposición a discutir racionalmente. Es importante también el principio de que podemos aprender mucho de una discusión, incluso cuando no conduce a un acuerdo. Pues la discusión nos puede ayudar a aclarar algunos de nuestros errores”.

Para colmo de males existe una seria confusión, nacida de la ignorancia pura, que presenta como crítica a la mera injuria, con el vil escarnio. La crítica se devalúa al esgrimir argumentos ad hominem en lugar de atacar las tesis con las que no coincidimos. Esta es una frontera que no se define claramente y menos en la lógica de una receta de cocina. Esto es así dado que en un país en el que se impone el estilo personal de gobernar (por la ausencia de partidos políticos), la “crítica” se convierte en salida catártica con descalificaciones a las personas.

Ni la crítica es pura, ni la razón es pura y menos pura  es la crítica pura de la razón pura. Hay intereses de por medio y estos pueden ser legítimos o ilegítimos. Por eso, las críticas pueden dirigirse a esos intereses ilegítimos por medios legítimos en defensa de intereses políticos igualmente legítimos.

No puede ejercerse la crítica “constructiva” para sugerir los caminos que se deben andar en la esfera política. No por una simple razón: quienes aspiran al gobierno lo deben hacer con soluciones en ristre. Si no pueden con el paquete, simplemente deben abandonar esos cargos. Pero eso, una y otra vez, es como pedir peras al olmo.

Una discusión no suele llevarse por el camino correcto cuando alguno de los interlocutores pretende ofender la inteligencia ajena. Cuando uno no entiende y respeta los puntos de vista ajenos, los caminos de la crítica desparecen. Cuando no se sabe llevar una conversación con respeto y al menos un poco de rigor intelectual, se cede a las tentaciones de los furores viscerales. Una discusión implica alto contenido de ejercicio crítico. Por ello la crítica exige tolerancia en su máxima expresión. Tolerancia, como capacidad para procesar las tesis que nos presentan, sin descalificaciones ni prejuicios anti-intelectuales.

Frente a ese caos, las libertades se abren paso por caminos “misteriosos” y hasta insidiosos. No hay pues posibilidad de hacer un ejercicio dialéctico en el caso de la crítica, pues la tesis se presenta como hechos concretos y la antítesis como abstracción cercana al argumento bizantino. Esto es, unos hacen lo que quieren y otros dicen lo que quieren, en el mejor de los casos.

La crítica es como un parto que concluye con la ingrávida placidez del vientre materno. Sí, la crítica concluye con la ingrávida placidez de la mentira o el engaño. Por ello la crítica es destructiva, como todas las ideas que surgen como novedad. Unas destruyen las ideas anteriores y otras destruyen la vida apaciblemente bucólica. En tales condiciones, no debemos temer a la crítica destructiva, pues la crítica “propositiva” es simplemente ejercicio repugnantemente adulador.

No debe haber temor a la crítica que resulta siempre útil. Pero por otra parte, la crítica además es una parte en la que se manifiesta la calidad de la vida democrática. Cuando se habla de tolerancia se refiere esta a las proposiciones que se hacen contra tesis divergentes. La tolerancia solamente puede mostrarse ante las ideas diferentes. Cualquiera puede ser “tolerante” con quienes piensan de la misma manera.

Mucho es lo que se hace ya de por si al ejercer el derecho a la crítica, esto es, al ejercicio destructivo de las aguas mansas. Esa es una enorme contribución a la que poco se le respeta, más bien sufre del rechazo y de la represión. Es natural que exista miedo a la crítica cuando se sabe, en el fondo, muy en el fondo, que algunos actúan como verdaderos animales o criminales.

La crítica debe ser implacable, no complaciente pero nunca más radical que las mismas circunstancias de algunos casos. La severidad de la crítica, de la destrucción de los falsos ídolos, no debe ser reemplazada por argumentos ad hominem.

Hoy que vemos en los mejores casos a doctores sin título y en los peores casos a títulos sin doctor, la realidad se muestra contradictoria. Es común ver como prospera el fariseísmo, la simonía y sobre todo la adoración moderna del antediluviano becerro de oro.

Por eso podemos observar con toda facilidad como las Mesalinas prosperan en plenas fiestas eleusinas. No extraña ver tigres con chistera, cocodrilos metidos a redentor, idiotes como políticos y a una intelectualidad que carece totalmente de la capacidad crítica que reclama esa tarea. Frente a eso, la crítica destructiva, las expresiones nihilistas, la iconoclasia, el destrampe del intelecto que hace de las “vacas sagradas” puro ganado en canal.

No todo tiempo es bueno para la crítica. La crítica destructiva resulta ser autodestructiva; y la crítica propositiva no deja de ser sino ejercicio infructuoso porque lo que menos pesa en el interés es el interés común que ha caído abatido por el interés particular, el de los idiotes. No obstante la crítica se abre paso a través del tiempo. La literatura cívica tiende a languidecer con el paso del tiempo y se impone la historia escrita con el rigor intelectual con el que se premia la perseverancia. La crítica es someter todo a duda, a todo, a todo absolutamente. Sin piedad, sin miramientos, debe ser destructiva. Loor, pues, a la crítica destructiva.

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