“Pudiendo ser rico, preferí ser poeta”, dijo alguna vez Amado Nervo. Hoy lo pensaría dos o tres veces… especialmente si le llegaran juntas la factura de la CFE y la mensualidad de Disney+.
Nació en Tepic en 1870. Su casa era pequeña, pero tenía un patio gigante, naranjos que olían a infancia y un pozo con una tortuga que, si fuera influencer, tendría más seguidores que yo.
Cuando Amado Nervo era niño, la catedral de Tepic aún tenía una sola torre. Juliana, su nana, y la abuela Cecilia le contaban historias de hadas, duendes y tesoros. Se cuenta que devoraba esos relatos como si fueran la mejor serie de Netflix —por ejemplo, Yo soy Betty, la fea—: capítulo tras capítulo, sin pausa. Eso le enseñó que el mundo se puede contar con ternura y asombro.
Desde muy pequeño empezó a escribir poemas: la poesía le brotó de la casa, de la plaza, de las golondrinas y del circo que pasaba; todo era material para un verso.
Nervo nos invita a alegrarnos siempre: si eres grande, si eres pequeño, si tienes salud… incluso si debes pagar la pensión alimenticia a tu ex, el abono del celular y la cundina al mismo tiempo.
Esa alegría no es ignorar la vida; es mirarla de frente y decir: “OK, me duele, me cuesta, pero sigo aquí”. Eso conecta con cualquiera que haya llorado por poco y reído por menos.
Imagínate a Amado Nervo hoy, con un ritmo de vida acelerado y materialista. Probablemente escribiría un verso que rimara con “servicios” y “compromisos”. Pero al final sería el mismo consejo: Alégrate siempre, siempre, siempre.
Fuente: Versos y prosa: Amado Nervo para niños; El pequeño Amado, Conaculta / Gobierno del Estado de Nayarit, 1999 /Poema Alégrate Amado Nervo.