Este martes 16, Irene Vallejo publicó en sus redes un poema de Juana de Ibarbourou. Al leerlo, algo se movió. Era un eco de hace mucho tiempo, de los años de prepa en Tepic, cuando uno leía más por instinto que por disciplina, sin entender gran cosa pero subyugado por la musicalidad de las palabras. La poeta era Juana, y el verso era una declaración que se me había olvidado que necesitaba recordar:
Caronte: yo seré un escándalo en tu barca.
Recordar a Ibarbourou es como abrir de golpe cosas que se van quedando guardadas. De ahí salen los libros forrados con plástico, las tardes de aburrimiento y esa sensación de que el mundo entero era a la vez una promesa y una amenaza. En ese entonces, la poesía era una herramienta, casi un manual de instrucciones para entender las ganas de comerte el mundo y la tristeza que a veces llegaba sin nombre. Los poemas eran un refugio y una contraseña. Tal vez como hoy son las redes sociales para los contemporáneos.
Este verso era una declaración de guerra. Uno se imagina a Caronte, el barquero de los muertos, acostumbrado al silencio, a las almas resignadas que pagan su moneda y suben a bordo sin hacer ruido. Su barca es el último trámite, el fin de la historia. Y de pronto, una voz le avisa que no, que con ella no será así de fácil. Que su presencia será un escándalo: una afirmación de vida, de ruido, de memoria, justo en la frontera del olvido.
Es imposible no conectar ese desafío con lo que uno quiso ser. En la juventud, todos ensayamos ser un escándalo. Queríamos dejar una marca, que nuestra voz se oyera, que nuestras pasiones importaran. Luego la vida sucede, y uno aprende a moderar el tono, a elegir sus batallas, a entender que la mayoría de los días no son para escándalos, sino para cumplirlos en silencio. No es una renuncia, o no del todo, pero sí es un pacto con la realidad. Triste, pero cierto. Cierto, pero triste.
Por eso, leer ese verso ahora se siente distinto. Ya no es el grito de un adolescente que se enfrenta a la autoridad en la escuela, en el confesionario, en la sala de redacción del periódico local donde aprendí a reportear y a medio escribir para que entendieran otros. Es algo más quieto, pero más profundo. Es una aspiración para lo que queda de vida.
Ya no se trata de ser un escándalo para los demás, sino para uno mismo. Se trata de no llegar al final del camino con el alma demasiado ordenada, demasiado pulcra. El “escándalo” que la poeta promete es el bagaje de una vida vivida con intensidad: los amores fallidos, los errores, las alegrías, las peleas, las risas, las batallas interiores. Es la suma de todo lo que fuimos, el desorden hermoso que no se puede limpiar. Es la prueba de que estuvimos aquí. Con las cicatrices en el cuerpo y las llagas en el alma.
Quizá esa sea la mejor forma de entenderlo hoy. Como una brújula. Como una invitación a vivir de tal manera que, cuando llegue el momento de subir a esa barca, Caronte, por un instante, levante la vista y piense: “Esta va a ser una travesía interesante”. ¡Qué triste para él y para nosotros que nos encuentre silenciados por el miedo, tan silenciados como estuvimos en vida, apenas empezando la juventud por las exigencias de la sobrevivencia y en las etapas tardías por las rodillas atrofiadas y el cerebro perezoso.
Admiro a esa mujer que todas las mañanas tiene por oración ese verso rebelde y lo grita frente al espejo tres veces:
Caronte: yo seré un escándalo en tu barca.
Caronte: yo seré un escándalo en tu barca.
Caronte: yo seré un escándalo en tu barca.