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miércoles, septiembre 24, 2025
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El argentino y el investigador

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Habitaba los cafés de Tepic como si fueran una extensión de una sala de redacción, un territorio donde la única autoridad era el ingenio, el doble sentido, el desparpajo aderezado con citas literarias. Era un viejo periodista mazatleco, maestro de teatro para mayores señas, dueño de una cultura monumental forjada en los tiempos en que la memoria no podía delegarse en el señor Google, y cargaba con una ironía tan afilada que con ella se burlaba de sí mismo, del mundo y, sobre todo, de nosotros. A los entonces aprendices de reportero nos lanzaba una letanía de reclamos por nuestra ignorancia. Con su melena de león albino que le daba un aire de profeta bíblico y una sonrisa torcida, escupía una de sus sentencias: “Todo periodista debe tener dentro un argentino y un investigador. Es imposible sobrevivir en esta tarea sin poseer a ambos”.

Nosotros, por supuesto, no entendíamos del todo. Pero con los años, la frase se fue desenvolviendo, revelando su verdad amarga. El “argentino”, decía él, no era una nacionalidad, sino una coraza. Era esa dosis de ego, de amor propio o de descaro necesario para tolerar el desprecio de los hombres del poder. Para soportar la puerta cerrada, la llamada no devuelta, la condescendencia del funcionario que te mira como si fueras un insecto molesto. El argentino es el mecanismo de sobrevivencia que te permite volver al día siguiente a la misma oficina donde ayer te humillaron, y hacerlo con la cabeza en alto. Es un cinismo defensivo, el ácido que disuelve la ofensa antes de que llegue a envenenarte el alma y querer dedicarte a otra cosa.

El investigador, en cambio, era, proponía, la justificación de todo lo demás. Era el motor, la curiosidad insaciable, la santa comezón de saber. El investigador es la parte de ti que se niega a aceptar el boletín de prensa como una verdad revelada. Es el que tiene la paciencia para buscar el dato que no cuadra, el que cultiva fuentes en la sombra, el que sabe que la verdadera noticia casi nunca está bajo los reflectores, sino en los márgenes, en lo que pasa inadvertido para los ojos del hombre común. El investigador es la brújula moral del oficio; el argentino es sólo el blindaje para que la brújula no se rompa en el campo de batalla.

Más de cuarenta años después, el diagnóstico sobre aquellos aprendices es desolador. Miro a mi alrededor, a mi propia generación, y veo que la mayoría estamos rebosantes de argentinos. Aprendimos muy bien a construir la coraza, a navegar las aguas del poder, a sonreír con cinismo. Pero en el camino, muchos dejamos que esa misma armadura, tan útil al principio, terminara por asfixiar al investigador que debimos llevar dentro. La inercia, la pereza, las presiones externas o la simple comodidad nos fueron convenciendo de que era más fácil, y más seguro, gestionar la información que buscarla.

“No se puede tener todo”, dice un colega a modo de justificación, encogiéndose de hombros. Y esa frase, tan repetida, es la gran mentira, la autocrítica perezosa de un oficio que ha renunciado a su mitad más noble.

En Meridiano iniciamos hace algunos años la tercera época, y lo hacemos honrando la historia de las dos anteriores, que en su momento representaron una revolución en el periodismo de la región. Pero para honrar debemos ajustar las metas a nuestro tiempo. Hoy, nuestro compromiso, con nosotros mismos y con ustedes, nuestros lectores, es rebelarnos contra esa fatiga, contra ese cinismo confortable. Queremos volver a nutrir al investigador que todo periodista debe llevar y cultivar. Queremos un periodismo donde la pregunta incómoda valga más que el acceso privilegiado, donde la duda sea una virtud y la certeza del poder, una sospecha.

Porque un periodista que es puro investigador es un mártir ingenuo, sí. Pero un periodista que es puro argentino es algo peor: un cortesano. Un relacionista público con credencial de prensa. Y de esos, francamente, ya sobran en todas partes. Son muy buenos, debemos admitirlo. Y hasta escriben “muy bonito”, como canta la canción. Pero nosotros queremos estar en la acera de enfrente. Queremos lograrlo.

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