Cuando en el año 1981 salí de la Escuela Primaria Federal Juan Escutia, mi señor padre, don Raúl Ortiz Mena, me inscribió para cursar mi educación secundaria en la Escuela Secundaria Federal número 10, tal y como lo había hecho un año anterior con 3 de mis hermanos: Jesús (Q. E. P. D.), Ana y Zulet. En esos tiempos todavía el patriarcado estaba muy presente en la sociedad nayarita y era entonces mi papá el que decidía, entre otras cosas, los asuntos de nuestros estudios. Él era un hombre ya jubilado (tenía 63 años y yo apenas 11) y gozaba de tiempo suficiente para esas y otras tareas más. Preguntó e investigó entre sus amigos para que sus hijos estuvieran siempre en la mejor escuela pública de su tiempo y fue así como recibió amplias recomendaciones de lo bien que estaba la Federal 10. Recuerdo que mis hermanos comentaban que había mucha disciplina y muy buenos maestros.
Mi primer día en la escuela fue, si no me equivoco, el miércoles 2 de septiembre. Llegué acompañado de mis tres hermanos, quienes ingresaban a segundo año. Iba con uniforme de cadete, corbata y cuartelera. Hacía frío; era temprano, 6:30 de la mañana. Había fila para ingresar. En la puerta de entrada, un grupo de maestros y trabajadores se encontraban recibiendo a los alumnos. Destacaba de entre ellos una señora chaparrita, de pelo rizado y gesto muy serio; era quien dirigía la orquesta de personal y llevaba la voz cantante. Nos recibió con un “buenos días, bienvenido”. Ingresamos y esperamos solo unos minutos. A las 7:05 se cerró la puerta de acceso y comenzó el acto cívico en el patio central de la secundaria. La señora chaparrita era la maestra Consuelo Ladrón de Guevara, la directora del plantel. Nos dedicó unas palabras, los subdirectores también hablaron y terminó el pequeño acto cívico. De ahí nos dirigimos a nuestros salones. A mí me había tocado en el grupo “B”; recuerdo que llegaba hasta el “F”. La escuela estaba adquiriendo buen prestigio y tenía mucha demanda de alumnos.
Comenzaron las clases y conocimos a nuestros maestros. Era normal que estuviera nervioso. Mi primer día en la secundaria y no había en mi salón un solo conocido. Obvio, con el tiempo me familiaricé con ellos (hoy en día tenemos un grupo de WhatsApp donde todos los días platicamos y seguido nos reunimos para comer o festejar). Me daba pena levantar la mano para contestar alguna pregunta de los maestros o preguntar algo. Eso me atrapó los primeros días de mi estancia en la 10, por lo que fue después cuando me di cuenta de algo que me llamó poderosamente la atención: la escuela estaba perfectamente limpia, bien pintada, sus jardines impecables. Cuando salías al baño no había alumnos haciéndose la pinta de clases, nadie en las canchas, hasta el recreo. Cuando llegábamos por la mañana teníamos que recoger alguna basura de las que se encontraban en la calle (papel, botes, etc.) y la depositábamos en un contenedor que se encontraba al ingreso de la escuela. La Directora siempre estaba ahí, verificando que lleváramos el uniforme bien presentado y que depositáramos nuestra basura.
Era una escuela ejemplar en muchos aspectos, sobre todo en el tema de la disciplina, a pesar de encontrarse en una zona para ese entonces conflictiva y de barrio duro como lo era la colonia Santa Teresita. De ahí eran los famosos “cholos” de la VASANTA, como ellos le decían, y se hacían llamar como barrio “Barrio Vasanta”. Nunca tuvimos conflicto con ellos; nos respetaban por ser alumnos de la 10.
Cuando salí de la primaria llevaba calificaciones de 10. Era un niño enfermizo, padecía de bronquitis asmática y, cuando me llegaban las crisis, iba directo al hospital y permanecía hospitalizado y en recuperación a veces hasta por 15 días. Eso originó la molestia de mi maestro de inglés, quien, por cierto, era esposo de la directora, el famoso maestro Santiago. Él nos dejaba tareas todos los días y nos calificaba de esa forma. Era muy estricto y no aceptaba justificaciones ni incapacidades médicas, razón por la cual reprobé el primer semestre con él. Eso me dio mucho coraje y me metieron a estudiar inglés a una academia particular (la que estaba por Lerdo y San Luis). Con el tiempo me di cuenta de que mi maestro Santiago no sabía pronunciar bien en inglés.
Cuando nos pidieron elegir un taller, escogí Estructuras Metálicas con el maestro Guerrero. Me encantaba esa clase; hacíamos recogedores de basura, columpios para garrafón de agua y muchas cosas interesantes.
También recuerdo con mucho cariño a mi maestra de Ciencias Naturales, a la maestra Istazú, a mis maestras y maestros de Matemáticas, de Ciencias Sociales; en fin, tuvimos muy buenos maestros.
Pero algo que recuerdo con especial cariño eran nuestras participaciones en los desfiles del 20 de noviembre. La secundaria se lucía con su contingente, preparaba con tiempo y muy bien a sus alumnos para ello. Me encantaba porque ahí podía participar en pareja con mi hermano Chuy (+). Hacíamos de revolucionarios: él era Pancho Villa y yo, uno más de sus soldados. Mis hermanas participaban en las tablas rítmicas. Cabe destacar que, cuando entré a la escuela en 1981, éramos 4 hermanos al mismo tiempo en la escuela; para 1982 subimos a 5 al ingresar mi hermana Isis Minerva y para 1984, cuando ya habíamos egresado, ingresó la sexta hermana, Nuria (Q. E. P. D.).
Mi hermano representaba muy bien el papel de Villa, incluso era aplaudido por el público que veía el desfile. Cuando él egresó, me heredó ese lugar y pude ser Pancho Villa cuando cursé el tercer año de la secundaria.
Recuerdo muy bien a mis compañeritos de salón, con quienes consolidé una gran amistad que aún perdura. Recuerdo con mucho cariño a nuestra escuela secundaria. Me hace muy feliz que llegue a sus 50 años y que permanezca de pie y generando personas de bien. Gracias también a la formación, valores y disciplina que nos inculcaron, mis hermanos y yo logramos ser profesionistas.
¡Viva la Secundaria Federal Número 10 Presidente Cárdenas!