
Fíjese, chato, que en este bendito país a veces se nos olvida la diferencia entre la justicia y la venganza. La justicia, dicen los que saben, es una señora ciega, que camina derechito y se toma su tiempo para pesar las cosas en su balanza. La venganza, en cambio, es una comadre que ve muy bien a quién le trae ganas, usa un antifaz para que no la reconozcan y siempre trae una navaja escondida en la falda. Una busca la verdad, la otra nomás busca desquitarse.
Y le digo todo esto porque allá por las tierras de Campeche, la señora gobernadora nos acaba de salir con una novedad que a uno le deja el cerebro hecho un nudo. Resulta que, para no andarse con los rodeos de los abogados y los jueces, ha publicado un decreto que es una verdadera maravilla… pero del espanto. Una disposición que dice, en pocas palabras, que el gobierno va a poder expropiar, o sea, quitarle sus chivas a quien sea, nomás con que la autoridad crea que esas cosas se compraron con dinero sucio.
¡Así como lo oye! Se acabaron los juicios largos, las pruebas, los testigos y todas esas cosas que nomás quitan el tiempo. ¡Qué va! Ahora la cosa es en caliente. Si a la señora gobernadora le parece, si tiene la “sospecha” o la “presunción” de que su casa, su rancho o su triciclo lo compró usted con mañas, ¡zaz!, se lo expropian. Sin preguntarle, sin demostrarle nada. El juez ahora va a ser el instinto, el “me late que usted es”. ¿Se imagina ir a la cárcel por el delito de “caerme gordo con agravante de tener una casa muy bonita”? Pues para allá vamos.
Y claro, todos sabemos para quién lleva dedicatoria este sainete. El pleito que se traen con el tal Alito ya parece telenovela de las nueve. Y que quede claro, chato, aquí no venimos a defender a nadie ni a meter las manos al fuego por políticos, ¡ni que estuvieran tan frías! A lo mejor ese señor debe más que lo que pesa, a lo mejor su clóset está lleno de esqueletos con todo y sombrero. Es muy probable que no sea un santo, ni siquiera un monaguillo.
Pero una cosa es que el señor no sea un santo, y otra muy distinta es que para fregar al diablo nos convirtamos todos en demonios. Una cosa es perseguir la corrupción y otra es usar el poder como un garrote para aplastar al enemigo político. Ése, simplemente, no es el camino.
Porque fíjese, lo que están haciendo es dinamitar las reglas del juego. En un país de a de veras, en un Estado de derecho, todos somos inocentes hasta que un juez, con pruebas en la mano, dice lo contrario. Es la regla principal, la que nos protege a todos del capricho del que manda. Si quitamos esa regla, si la sospecha de un gobernante es suficiente para quitarle a alguien lo suyo, entonces ya no hay juego, hay nomás la ley de la selva. El que trae el garrote más grande es el que gana.
Esto de gobernar por “presunción” es la puerta de entrada a la tiranía. Es darle permiso al que manda para que sea policía, juez y verdugo. Hoy la mira la traen sobre Alito. Pero mañana, ¿quién le dice a usted que no le van a echar el ojo a su terrenito porque le estorba a algún compadre del poder? ¿O a su tiendita porque le hace competencia a la del sobrino del secretario? Cuando se abre esa puerta, ya no la cierra nadie, y por ahí se cuelan todos los abusos.
Quieren combatir la corrupción, dicen. ¡Qué bueno! Lo aplaudo de pie. Pero no se puede apagar un incendio con gasolina. No se puede limpiar la casa tirando los muros. Si para atrapar a los corruptos de antes nos saltamos las leyes de ahora, entonces estamos preparando el terreno para que los corruptos del mañana, que seremos nosotros mismos, actúen con el mismo descaro.
Nos prometen justicia rápida, pero lo que nos están recetando es venganza instantánea. Y la venganza, chato, nunca ha llenado el plato de nadie; nomás deja un mal sabor de boca y un cochinero peor que el que había antes.
Ahí, precisamente ahí… está el detalle.