Firmada el 4 de octubre de 2025 y publicada el jueves 9 del mismo mes y año, la Exhortación Apostólica constituye el primer texto oficial del Papa León XIV que, si bien se trata de un documento que el Papa Francisco estaba preparando, en los últimos meses de su vida […] sobre el cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres”, León XIV hace suyo añadiendo algunas reflexiones y proponiéndolo al comienzo de su pontificado.
“Dilexi te” es un texto relativamente breve, enmarcado en una cita del Libro del Apocalipsis, capítulo 3, versículo 9: “egó egápesa se”, cuya traducción “te he amado”, en lugar de “te amé” no deja de ser significativa.
Y más significativo aún, el que, en el primer párrafo del documento se citan otras palabras del mismo versículo: «A pesar de tu debilidad (…) obligaré (…) a que se postren delante de ti» (Ap. 3,8-9) y las relaciona con “La Magnifica” [El Cántico de María] «Este texto evoca las palabras del cántico de María: «Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lc. 1,52-53).
El primer capítulo de “Te he amado”, lleva por título “Algunas palabras indispensables”, en el que, entre otras cosas, cita el texto de las palabras de Dios a Moisés desde la zarza ardiente: «Yo he visto la opresión de mi pueblo […] Por eso he bajado a librarlo» [Ex.3,7-.10] y lo contempla a lo largo de la historia: «La condición de los pobres representa un grito que. en la historia de la humanidad, interpela constantemente nuestra vida, nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y especialmente a la Iglesia», con una especial referencia a las doblemente pobres: «doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos».
En ese mismo capítulo, hay otro apartado que se refiere a los “prejuicios ideológicos” y en el que se puede leer lo siguiente: «No podemos decir que la mayor parte de los pobres lo son porque no hayan obtenido ‘méritos’, según esa falsa visión de la meritocracia en la que parecería que sólo tienen méritos aquellos que han tenido éxito en la vida. También los cristianos, en muchas ocasiones, se dejan contagiar por actitudes marcadas por ideologías mundanas o por posicionamientos políticos y económicos que llevan a injustas generalizaciones y a conclusiones engañosas».
Los capítulos segundo, tercero y cuarto, están dedicados a «recordar [la] milenaria historia de atención a los pobres y con los pobres para mostrar que ésta forma parte esencial del camino ininterrumpido de la Iglesia».
En esos capítulos, se habla, ante todo, de la opción de Dios por los pobres: «Para compartir los límites y las fragilidades de nuestra naturaleza humana. Él mismo se hizo pobre, nació en carne como nosotros, lo hemos conocido en la pequeñez de un niño colocado en un pesebre y en la extrema humillación de la cruz, allí compartió nuestra pobreza radical, que es la muerte».
Y se habla también de la relación entre el amor a Dios y el amor a los pobres: «Es innegable que el primado de Dios en la enseñanza de Jesús va acompañado de otro punto fijo: no se puede amar a Dios sin extender el propio amor a los pobres. El amor al prójimo representa la prueba tangible de la autenticidad del amor a Dios».
En el capítulo tercero se hace un amplio recorrido por «dos mil años de historia de los discípulos de Jesús» que en sus enseñanzas y con su testimonio han mostrado el «vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres».
Ahí se hace mención del “comunismo” de las primeras comunidades cristianas; de textos de San Justino, de San Juan Crisóstomo, de San Agustín; de la vida monástica «nacida en el silencio de los desiertos […] para encontrar, en ese despojo radical, al Cristo pobre»; de los monasterios benedictinos como «lugares de refugio para viudas, niños abandonados, peregrinos y mendigos» y de su «rol fundamental en la formación cultural y espiritual de los más humildes»; del surgimiento de órdenes religiosas en los siglos XII y XIII consagradas a liberar a los cristianos esclavizados; del surgimiento de las órdenes mendicantes ―franciscanos y dominicos― en el siglo XIII «sin propiedades personales ni comunitarias»; de las congragaciones religiosas dedicadas ―al menos en sus orígenes―, a la educación de los pobres, a la atención a los migrantes, a la caridad vivida hasta el extremo
Y, en el cuarto se pasa revista a la Doctrina Social de la Iglesia, en especial al Magisterio de los últimos cincuenta años en los que se «ofrece una auténtica fuente de enseñanzas referidas a los pobres».
Al final de ese capítulo se hace referencia a dos temas específicos de ese magisterio episcopal latinoamericano: las estructuras de pecado que causan pobreza y desigualdades extremas y los pobres como sujetos.
En esos espacios se encuentran expresiones como estas: «Aunque no faltan diferentes teorías que intentan justificar el estado actual de las cosas, o explicar que la racionalidad económica nos exige que esperemos a que las fuerzas invisibles del mercado resuelvan todo, la dignidad de cada persona humana debe ser respetada ahora, no mañana» y, en referencia al documento de la Conferencia de Aparecida: «el documento […] insiste en la necesidad de considerar a las comunidades marginadas como sujetos capaces de crear su propia cultura, más que como objetos de beneficencia. Esto implica que dichas comunidades tienen el derecho de vivir el Evangelio, de celebrar y comunicar la fe según los valores presentes en su cultura».
Y en relación con las comunidades eclesiales, unas palabras que se parecen a los duros mensajes a los “ángeles de las Iglesias” del Apocalipsis, salvo el de Filadelfia: «cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos».
Y, para concluir, el retorno al punto de partida: «Ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son para él: ‘Yo te he amado’ (Ap. 3,9)».