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martes, octubre 21, 2025

El azul o Elektra

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Fíjese, chato, que la política es como una mesa de tres patas: si le falta una, o si una está más chueca que las otras, todo se va de lado y se cae la sopa. Para que la cosa funcione, se necesitan equilibrios. Se necesita que haya contrapesos, que el que manda no sienta que la casa es suya y puede cambiar los muebles a su antojo. Y la verdad sea dicha, últimamente sentíamos que a la mesa le faltaba una pata y que la sopa ya se andaba derramando.

Pero este fin de semana que acaba de pasar, pasaron dos cosas muy curiosas que, por lo menos, nos hicieron levantar la ceja. Dos eventos que, vistos juntos, suenan a que alguien del otro lado de la cancha por fin se está estirando para salir a jugar. Y eso, nomás la pura intención, ya es un respiro.

Por un lado, tenemos a los del partido azul, al PAN. Después de setenta y tres años con el mismo traje, ¡decidieron ir a la sastrería! Que le dieron una manita de gato a su logotipo, que se ve más moderno, y que, sobre todo, anunciaron que ya se acabó eso de andar de manita sudada con otros partidos en alianzas. Que ahora sí, van a caminar solitos, con sus propias ideas y sus propios pies. Y uno, que ya está curtido de ver promesas, pues aplaude la intención. ¡Claro que sí! Suena a que por fin se dieron cuenta de que el barco hacía agua y que necesitaban tapar los hoyos.

Pero con la misma mano que aplaude, uno se rasca la cabeza y se pregunta: ¿será nomás un cambio de fachada o de veras van a cambiar también los muebles de adentro? Porque de nada sirve pintar la casa si las goteras y las mañas siguen ahí. Ojalá que no se quede todo en la renovación del logotipo, en el puro dibujito nuevo. Ojalá que esta “renovación” signifique ideas nuevas, políticos nuevos y, sobre todo, una nueva forma de conectar con la gente que no sea nomás gritarle al de enfrente.

Y por otro lado, como si le hubieran echado un chile habanero al caldo para que agarrara sabor, sale el empresario este, don Ricardo Salinas Pliego, que nunca se ha caracterizado por tener pelos en la lengua. El hombre aprovechó su fiesta de cumpleaños para soltar un “grito” que se oyó más fuerte que el de Dolores. Que ya está harto de los “zurdos”, que hay que sacarlos a patadas, y que si nadie se anima a entrarle al toro, pues que a lo mejor él mismo se pone el sombrero de candidato y se avienta al ruedo.

Y otra vez, uno dice: ¡ándale, pues! Se agradece la franqueza y la mordacidad. Pero, con el mismo espíritu de duda sana, uno también se pregunta: ¿será que de veras va en serio o nomás fue la emoción del pastel y los abrazos? La mordacidad de Salinas Pliego es un buen divertimiento, sí, pero ojalá no sea nomás eso, un pasatiempo con motivo de su festín. Porque este país no está para chistes ni para bravuconadas de fin de semana; necesita proyectos serios.

Así que ahí tiene usted el panorama, chato. Por un lado, el político de carrera que promete cambiar de adentro hacia afuera. Por el otro, el hombre de negocios que amenaza con meterse desde afuera hacia adentro. Son dos mundos, pero los dos están mandando el mismo mensaje: ya basta de que la cancha esté inclinada para un solo lado.

Uno no sabe si de aquí saldrá la medicina que necesita el país, pero la pura intención de buscarla ya es un avance. Les deseamos buena suerte, de a de veras. Ojalá que entre la renovación de unos y la rebeldía del otro, empecemos a encontrar esos equilibrios que tanta falta le hacen a México. Porque una cosa es prometer el cambio y otra muy distinta es cumplirlo.

Y ahí, en ese pequeño trecho entre el dicho y el hecho, es donde está el mero detalle.

Hay que leernos más seguido, chato. Bueno, yo escribir; y su mereced, leer

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