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jueves, octubre 23, 2025
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Parte del debate público, en la espiral descendente

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No es miedo, sino sugerencia por el bien de todos: es necesario elevar la calidad del debate público. Continuar hablando movido por el odio y en el loco afán de ganar a cualquier costo, solamente llevará a otros planos de la violencia. La violencia verbal nunca acaba bien. El poder de la palabra es ingente y puede ser útil para bien de todos. Las lenguaraces confrontaciones viscerales, solamente pueden conducir a una vida pública en donde tiene más razón el que grita más. No hace política el que se muestra más hocicón: lo que hace el charlatán es anti política. La reflexión serena y el análisis riguroso son propios de la formación ideológica y de la vocación política.

Para Sun Tzu, una palabra podía desatar una guerra. Una palabra, para el autor del “Arte de la guerra”, también podría llevar a la paz. Cuando se habla con desparpajo, para llamar la atención, para hacer tendencias temáticas, (“trending-topics”), la inteligencia es abandonada a su suerte. En la escena política, parece que decir estupideces es moda. El simplismo es técnica superior.

“Es un estúpido”, dice Trump refiriéndose al ex presidente Joe Biden. La frase del presidente de los Estados Unidos es un excelente ejemplo de lo que es una renuncia implícita a pensar. Siempre será más sencillo y hasta redituable, ser estúpido. Cuando se habla de “narco-presidente”, cuando se acusa a lo pendejo de cualquier cosa, ahí se renuncia al ejercicio de pensar. Esas son formas simplonas de uso del lenguaje. Es un lenguaje generalizador, retacado de adjetivos y carente de sustantivos.

El lenguaje simplista lo reduce todo a escombros, hace de las palabras materia prima de relleno sanitario. El simplón no contribuye a una buena relación entre las personas porque no recurre a los matices y hace a un lado a puntapiés el respeto mutuo. El lenguaje simplista renuncia a todo rastro de inteligencia. El lenguaje simplista es estúpido y propio de estúpidos.

Lo peor de todo es que el lenguaje simplista solamente contribuye a crear ambientes hostiles. El lenguaje simplista carece de naturaleza política. La política conduce siempre a la construcción de consensos por medio del dialogo mutuamente respetuoso. Cuando se ofende al interlocutor y se eleva el tono, entonces el dialogo se derrumba. En política, como en cualquier relación humana, cuando se acaba el respeto se acaba la paz, se acaba la relación o al menos se enfrían los caldos para siempre (Eduardo Lizalde dixit).

Hoy parece que se intenta tratar como imbéciles hasta a los seguidores. El lenguaje estridente, ofensivo, grosero, carente de rastros de cultura o educación, prevalece. Las propuestas brillan por su ausencia y la formación ideológica o técnica (al menos), no aparece por ninguna parte.

Hablar de izquierda es más posible, en la mayor parte de las ocasiones. Cuando uno habla de derecha parece que se habla de evidencia de ausencia, no de ausencia de evidencia. De pronto sale al ruedo, a la escena pública, un personaje adinerado para escupir sandeces que hacen reír, que pueden provocar a los “enemigos”.

Acusar sin sustento alguno es moda también. La Constitución Federal dispone que todas las personas tienen el derecho a “que se presuma su inocencia mientras no se declare su responsabilidad mediante sentencia emitida por el juez de la causa”.

En ocasiones, personas como la excandidata del PAN a la presidencia de la república, abriendo la boca se auto absuelven de procesos en los que están involucrados. De paso culpan a sus “enemigos”, a las personas que odia, los señala como los culpables de intentar meterla a la cárcel. También acusa y condena: nomás le papalotea la lengua.

Al ex gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco Bravo, un exfutbolista metido a redentor, ha sido acusado de delitos de orden sexual. Ahora, sus malquerientes opinan que el diputado federal debe callar y hasta que debe dejar el cargo dada la existencia de ese proceso. Al Senador Adán Augusto López Hernández se le ha señalado por diferentes razones y se le ha declarado culpable tan solo por haber sido acusado. La disposición constitucional de la presunción de inocencia es mandada al diablo por quienes les odian.

Basta con acusar a una persona para declararlo y tratarlo como culpable de cualquier cosa. Ese es el clima que priva en la esfera pública de México. El odio de unos contra otros es evidente. El lenguaje político es reemplazado por el lenguaje de la irresponsabilidad. Eso lleva a la crispación del ambiente y se convierte en caldo de cultivo para el odio. El odio es una barrera para el dialogo civilizado. El dialogo es la trinchera de los despropósitos que impiden construir acuerdos que sirvan para que la gente viva mejor.

El fenómeno no es nada nuevo. El mal ya es añejo. La presencia de personas sin formación ideológica en la esfera pública, lleva a que las cuestiones públicas no se discutan desde una perspectiva ideológica. Los que invaden espacios púbicos para enriquecerse, son siempre los que más gritan, los que más ladran, los que más hablan sin decir nada.

La alternativa podría ser el debate a partir de perspectivas técnicas. Pero eso tampoco está presente. Se impone el lenguaje vulgar, el lenguaje usado como instrumento para acabar con el interlocutor, para hacer pedazos la imagen del prójimo. La intención es ganar a punta de habladas, lo que se intenta es destruir con una cascada de palabras al que está del otro lado, sea quien sea.

Los pleitos lenguaraces eventualmente quedan gobernados en la lógica de una espiral descendente. Quien ofende siempre será blanco de ofensas mayores, quien acusa a lo pendejo, eventualmente será acusado también a lo pendejo, pero en grado superlativo.

Por el bien de todos, es mejor que los argumentos ocupen el lugar de los insultos. Por el bien de la política, es mejor que se discuta con respeto y apasionadamente. Por el bien de la sociedad mexicana es mejor que las cuestiones de la vida pública se sujeten a ideas y métodos contrastantes. Los hocicones no hacen política como manifestación de la inteligencia, sino por el contrario, renuncian a la razón, al entendimiento. Quienes alzan la voz para gritar su estupidez a los cuatro vientos, les hacen daño a todos en el presente y siembran encono para el futuro. Debe darse una oportunidad a la política. Debe darse una oportunidad a la razón, a los acuerdos, al talante contemporizador. Es hora de reconocer el poder de la palabra como factor de paz y concordia.

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