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sábado, noviembre 1, 2025
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El primer cementerio de lo que hoy es Nayarit estuvo en Ahuacatlán

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En aquel camposanto colonial, el descanso eterno tenía precio y privilegios: la raza, la clase y el género decidían hasta tu lugar en la tumba

El único primer cementerio que se conoce en lo que actualmente es el estado de Nayarit, es el de la ciudad de Ahuacatlán, pero no era un lugar de paz. Era un espejo macabro de la sociedad colonial (1521 hasta 1821), si en vida te trataban distinto por tu raza o clase, en la muerte también.

La Iglesia tenía una regla clara: si tu cuerpo, fue un ‘templo del Espíritu Santo’ en vida, en la muerte debía descansar en tierra sagrada. Pero no cualquier tierra… ni para cualquiera.

Los cementerios no eran igualitarios: tenían VIP, sección económica y hasta áreas ‘solo para niños’.”

De acuerdo con el cronista e historiador Rubén Arroyo Arámbul, en Ahuacatlán, había dos cementerios: los españoles y criollos tenían su propio ‘club exclusivo’: un camposanto entre el Templo Parroquial y La Inmaculada (hoy Parque Morelos).

Los indígenas y mestizos iban a parar al otro cementerio, ubicado en el atrio de la iglesia del Barrio de Indios… ¡divididos por género y edad! Sí, como un buffet funerario: ‘Sección hombres a la izquierda, mujeres a la derecha, niños al fondo’.”

¿Y si te decían ‘lo siento, pero tu difunto no califica para la zona premium’? ¡Imagínate el drama! ¿Y si le echo más limosnas, padre?’

Se dice, se cuenta, se rumora, que a mediados del siglo XIX se construyó un cementerio, específicamente en el año de 1855, de acuerdo con el Diccionario geográfico, histórico y biográfico de Antonio García Cubas, esto al parecer en el barrio El Salto.

En su interior se conservan mausoleos que datan de finales del siglo XIX, testigos silenciosos de la historia local.  Sus tumbas más antiguas son de finales de 1800.

Esta historia nos habla de una sociedad donde las diferencias no terminaban ni con la muerte. Hoy, estos lugares son plazas o calles transitadas, pero siguen siendo testigos silenciosos de cómo el poder, la fe y un poco de segregación post mortem moldeaban hasta el último suspiro de las personas.

Fuente: Enrique S. de Aguinaga Cortés. Historiador-Investigador.

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